A toda Apple le llega su Huawei: la presión de China sobre la compañía no ha hecho más que empezar

A toda Apple le llega su Huawei: la presión de China sobre la compañía no ha hecho más que empezar

Independizarse de China o al menos dejar de ser tan dependiente de ella es algo que Apple lleva años planeando, pero no es fácil, y China sabe cómo tensar la cuerda

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Apenas unas horas después de la presentación de los iPhone 15 salió una noticia de esas que parecen una muesca más en el cinturón, pero que tienen papeletas para ser el inicio de una bola de nieve que vaya mucho más allá: la de China diciendo haber encontrado "incidentes de seguridad" en los iPhone.

Ya en la semana anterior dejó asomar la amenaza con un potencial veto al iPhone en sus organismos estatales, pero elevar la intimidación hasta considerar inseguros a los iPhone lleva más allá el órdago de una guerra fría que se va recrudeciendo: la complicada relación entre Apple y China.

Todo cambió en 2001

Apple abrió su primera tienda en China hace quince años. Todo era distinto entonces: el iPhone apenas estaba despegando, Apple era una fracción de lo que es ahora, los fabricantes chinos estaban aún lejos de inundar el mercado mundial de telefonía —algunos ni habían nacido— y la república popular ya se había convertido en la gran fábrica del mundo, pero el coste de su mano de obra todavía era muy pequeño.

Quince años después, Apple es la empresa cotizada más grande del mundo, acercándose su capitalización bursátil a los 3 billones de dólares; y China ha casi cuadriplicado su PIB per cápita. De paso, se ha convertido en una región clave para la empresa: no solo depende de ella para la fabricación de la gran mayoría de sus dispositivos, sino que supone casi una quinta parte de su mercado global.

Pese a que la historia tiene momentos de montaña rusa financiera en el impacto de China en las cuentas de Apple, los últimos años han dado paso a una cierta estabilidad, representando algo menos de una quinta parte firme del mercado global de Apple.

El año fue 2001. Ese fue el momento que marcó un antes y un después en la relación de China con el resto del mundo, pues fue cuando fue admitida en la Organización Mundial del Comercio, motivo por el que las gráficas siguientes tienen su origen en el año 2000: es la última estampa de la China previa a su apertura comercial.

Hasta finales de los setenta, la economía china estaba planificada por el socialismo y quedaba aislada del resto del mundo. Luego fue abriéndose gradualmente, y la entrada en la OMC a principios de siglo terminó de hacerles despegar. Su PIB per cápita el año previo a esta entrada equivalía a poco más de 1.000 euros. Hoy supera los 12.000 euros.

Desde 2001, China se ha preocupado no solo por captar inversión y convertirse en la gran fábrica global, sino por crear un ecosistema propicio para esta ambición, haciendo grandes inversiones en infraestructura de transporte, energética y urbana. Lo que ha hecho posible crear grandes cadenas de suministro que emplean a cientos de miles de personas en una misma parcela. Como la de Apple.

La OMC esperaba que la entrada de China tuviese unos efectos en su gobierno que no se han producido, al revés: han servido para reforzar sus ideas previas

El problema que ahora tiene Apple no solo es que ha quedado completamente dependiente de este país, sino que veinte años después, no ha ocurrido lo que la propia OMC esperaba.

Por aquel entonces, confiaba en que la pertenencia a una organización como esta aceleraría su transición hacia una economía de mercado y hacia una democracia.

China reventó las previsiones, que hablaban de la meta de 7.000 dólares para 2015, cifra que superó un par de años antes. Lo que no ocurrió fue lo demás: el Partido Comunista ha usado los beneficios de esta incorporación para reafirmarse en sus ideas. La pandemia terminó de actuar como aislante frente al resto del mundo.

El crecimiento del PIB per cápita chino en lo que llevamos de siglo supera el 1.000%. Ni siquiera la prosperidad financiera de Estados Unidos, que partía de un nivel muy superior; o el de India, otro país en fuerte crecimiento, se asemejan al chino.

No es ningún secreto que el iPhone es el producto que cambió la historia de Apple. Quizás el iPod fue el germen que permitió ponerse a desarrollar el iPhone al mismo tiempo que impulsó su imagen de marca, fertilizando el terreno para cuando llegase la telefonía, pero el iPhone es el gran protagonista de este siglo, y lo que transformó a Apple para siempre.

Los más de 200 millones de iPhone que se fabrican cada año solo pueden hacerse en un lugar: Zhengzhou. Allí está su planta de fabricación, la iPhone City, propiedad de Foxconn, cuya cifra de empleados oscila entre los 200.000 y los 300.000: como si todos los habitantes de Valladolid se dedicasen a fabricar el mismo producto.

China ya no es la misma

A medida que el iPhone ha crecido como éxito comercial, más complicado se ha hecho dejar de depender de Zhengzhou para su fabricación. No es fácil conseguir a corto plazo que otro enclave logre reunir el capital humano, la infraestructura, la logística y el ecosistema de proveedores necesarios para una actividad así.

Hay un problema añadido: conseguir atraer y retener a los empleados de estas cadenas de producción es mucho más difícil que antes. El crecimiento económico del país ha abierto más oportunidades laborales que las que había hace diez años.

Y los salarios no han hecho más que aumentar. De poco más de 50.000 yuanes anuales a casi 120.000, y subiendo. El bajo coste de la mano de obra china de otras épocas ya no lo es tanto.

Esto también ha provocado desbandadas de empleados que han derivado en producciones inferiores a las fijadas. Y a la llegada de medidas para evitar que se repitan situaciones similares: los trabajadores de la mencionada planta de Zhengzhou que fabrica los iPhone van a recibir un bonus de casi 900 dólares.

La planificación para no depender tanto de estas plantas chinas viene de mucho tiempo atrás. En 2019, antes de una pandemia que rompió el stock de varios productos por las fuertes medidas de control gubernamentales, Foxconn ya aseguró que estaba preparada para derivar la fabricación de todos los iPhone destinados a Estados Unidos a otros países, principalmente, India y Vietnam.

Así fue ocurriendo. A principios de este año, entre el 5% y el 7% de los dispositivos de Apple se fabrican en India, y los planes pasan por dar un fuerte empujón a esta diversificación que permita que no hablemos del 7%, sino del 25% para dentro de dos años.

India encandila

Por supuesto, el gobierno indio va a poner facilidades para que esto ocurra, vengan las inversiones de Apple o de cualquier otro fabricante tecnológico, como Dell o HP. Para ello va a destinar 550 millones de dólares en incentivos por cada fabricante.

India es la quinta economía mundial, por encima del Reino Unido y por debajo de Alemania, pero ocupa el 120º puesto en PIB per capita, entre Cabo Verde y Bangladesh. También es el segundo país del mundo en población, con casi 1.400 millones de habitantes, muy cerca de China y muy lejos de Estados Unidos, el tercero.

Es un país, ante todo, con muchísimo potencial de crecimiento, y así lo entiende Goldman Sachs, que dijo recientemente que prevé que supere a la economía estadounidense en 2075.

También Apple se muestra optimista con India. Literalmente: Tim Cook insistió en que era "muy muy optimista con India" en una llamada con inversores de 2017. No fueron palabras vacías y no solo hacía referencia a la fabricación. Este año, tras más de 500 repartidas por el mundo, la empresa ha abierto sus dos primeras tiendas físicas en el país. Señales.

Según Nikkei, Apple lleva años planeando este movimiento, llegando a un 30% de la producción en India y tras planificar junto a los proveedores el coste de este cambio en la fabricación.

Porque una cosa es un movimiento como este, y otro es el que tuvo que hacer años atrás, aparentemente mucho más forzoso: la inversión de 275.000 millones de dólares que hizo en secreto para poder operar en China.

Ocurrió en 2016, fue en última instancia un requisito para seguir operando allí sin muchos problemas y estuvo acompañado de medidas de las que uno tiene que hacer mirando hacia el suelo, como modificar Apple Maps a petición del gobierno chino, trasladar los datos de los usuarios chinos a servidores nacionales o renunciar a herramientas orientadas hacia la privacidad en este mercado, desde varias VPN de terceros en la App Store hasta Private Relay, una solución nativa.

Llevamos dos años desde que finalizó aquel acuerdo sin saber si ha habido otro nuevo. El anterior beneficiaba tanto a China que hasta implicaba el desarrollo en energías renovables.

Ahora, en cambio, ve a una Apple encandilada por India, una India receptiva para esquilmar producción a China, otras naciones como Vietnam y Malasia, que ya fabrican para otros grandes de la tecnología, pidiendo cita; y Singapur erigiéndose como un enclave ideal —por su ubicación, su neutralidad, su tamaño reducido y sus buenas relaciones tanto con China como con Japón, algo inusual en Asia— para que las grandes tecnológicas abran allí sus oficinas.

La guerra fría de un mercado que roza el 20% de su negocio y supera el 90% de su fabricación

Por otro lado, Apple lleva dos años fabricando un pequeño porcentaje de sus iPhone en otro territorio: Brasil. Solo con los modelos no-Pro, y también de la mano de Foxconn.

Y en este contexto es cuando China ha decidido mover el alfil. Quizás amenazando veladamente a Apple para que se replantee deslocalizar su producción hacia India y compañía. Quizás también como contramedida ante el país que tumbó a Huawei y comenzó con los vetos a TikTok.

Lo bueno para Apple es que el mercado del resto de países de Asia y el Pacífico, excluyendo a China y a Japón, solo le supone un 7% de su mercado global. Si las influencias chinas se extendieran a otros países, y difícilmente serían todos los del listado que forman este grupo, el impacto no sería tan grande como si se comprometiese su negocio europeo (casi un 25%).

De hecho, solo su negocio en Japón ya casi equivale al de la combinación de ese otro grupo, formado por Corea del Sur, Filipinas, Vietnam, Tailandia, Birmania, Malasia, Australia, Camboya...

Una vía para reducir la dependencia de China, su ecosistema de producción y su capacidad para lograr la mano de obra necesaria es la de la automatización de la producción de dispositivos, algo que Apple lleva muchos años implementando pero cuyo estado actual deja muy lejos todavía un escenario de automatización total.

No es una cuestión menor para Apple: un iPhone requiere unos 1.200 trabajadores por línea de producción, mientras que los fabricantes chinos de Android apenas requieren unos 100. La diferencia en los estándares de calidad explica esta desproporción.

Reducir la cantidad de humanos necesarios para fabricar un iPhone se persigue desde hace mucho con los avances en robótica e IA, pero un ex ingeniero relacionado con ese  proyecto dijo que faltan al menos veinte años para que se complete esa automatización total.

Precedente Samsung

El fuerte sentimiento identitario chino impulsado por el Partido Comunista puede terminar de presionar si sus habitantes empiezan a preferir otras opciones, preferentemente nacionales, que no sean un iPhone.

Algo así ocurrió ya con Samsung justo en la época del batterygate del Note 7, que coincidió en el tiempo con una crisis diplomática entre China y Corea del Sur, país de origen de Samsung, originada por el despliegue de una batería antimisiles en acuerdo con Estados Unidos. En 2015, Samsung tenía un 10% de cuota de mercado en China. En 2023 no llega ni al 1%. Vivo, Honor, Oppo, Xiaomi y compañía ocuparon su lugar. Fabricantes nacionales.

Y ahora, por cierto, Huawei plantea teléfonos cada vez más interesantes tras la pinza que supuso la guerra comercial y le obligó a reinventarse con ayuda del gobierno chino. El mejor ejemplo, el último modelo que ha lanzado, un Mate 60 Pro que en condiciones normales sería de lo mejor de la gama alta Android a nivel global.

Ahora queda ver si la presión ejercida por China, empezando por ese veto al uso (e incluso el simple transporte) del iPhone en edificios estatales tiene no solo un impacto por sí mismo, sino un efecto dominó sobre la conciencia civil respecto a Apple.

O si Apple vuelve a tirar de talonario para que Pekín le vuelva a dejar tranquila por un tiempo, sin comprometer a una quinta parte de su negocio y a una mucho más elevada parte de su fabricación. En el retrovisor está una Micron que ya sabe lo que son las sanciones chinas, y lo mucho que tiene en juego. Concretamente, el 50% de sus ingresos en China.

Y de fondo, el temor a que no se trate de un órdago, sino un movimiento de manual del Partido Comunista chino: promover a sus propias empresas entre su población y obstaculizar cada vez más el acceso de empresas occidentales a su mercado. Sobre todo en un contexto desfavorable para su economía, que se asoma a la deflación mientras el resto del mundo trata de lidiar con la inflación.

En Xataka | China está empezando a perder su posición dominante como fabricante tecnológico. Arrancando por el iPhone.

Imagen destacada | Xataka con Midjourney.

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