Avi Loeb continúa en el punto de mira de la comunidad científica. Su interpretación de la naturaleza de Oumuamua, el primer objeto procedente de más allá de las fronteras de nuestro sistema solar localizado por los astrónomos en 2017 en las inmediaciones de nuestra estrella, ha originado un debate acalorado entre los astrofísicos.
Muchos de ellos han alzado públicamente su voz para criticar las conclusiones a las que llega Loeb en su libro 'Extraterrestre: La humanidad ante el primer signo de vida inteligente más allá de la Tierra', y solo unos pocos parecen dejar abierta la posibilidad de que este astrofísico de Harvard esté en lo cierto.
En su ensayo Loeb desarrolla la misma idea que defendió en el artículo que publicó en 2018 en la revista Astrophysical Journal Letters junto al astrónomo Shmuel Bialy: el origen artificial de Oumuamua. De acuerdo con la interpretación de Bialy y Loeb las evidencias científicas les invitan a concluir que su origen es artificial y solo puede ser el resultado de la tecnología desarrollada por una avanzada civilización extraterrestre.
Sin embargo, otros astrofísicos interpretan las mismas evidencias científicas sobre las que Avi Loeb ha armado su especulación de una forma muy diferente. Steven Desch y Alan Jackson, dos cosmólogos de la Universidad Estatal de Arizona, defienden que, en realidad, Oumuamua tiene un origen completamente natural. Según ellos este objeto, que solo pudo ser observado por los astrónomos durante unos pocos días, es un fragmento de nitrógeno sólido procedente de un planeta con una composición similar a la de Plutón.
Probablemente el debate acerca de la procedencia de Oumuamua se irá relajando poco a poco, y es difícil que los científicos consigan entregarnos una explicación taxativa acerca del origen de un objeto que cruzó nuestro sistema solar como una exhalación durante solo un puñado de días, pero hay algo que no admite discusión: los postulados de Loeb le han dado una visibilidad de la que carecía cuando su trabajo como catedrático de Astronomía de la Universidad de Harvard apenas tenía eco en los medios de comunicación no especializados. Y lo ha aprovechado.
El Proyecto Galileo ya está en marcha
Hace unas horas Avi Loeb ha publicado un interesante artículo de opinión en la revista Scientific American en el que reflexiona acerca del momento en el que cree que la humanidad podría entrar en contacto con una civilización extraterrestre.
Su especulación más optimista plantea la posibilidad de que las primeras señales electromagnéticas que enviamos al espacio bajo la forma de ondas de radio, a finales del siglo XIX, ya hayan recorrido la distancia necesaria para poder ser recogidas por una civilización extraterrestre dotada de tecnología avanzada.
Esas ondas electromagnéticas han viajado por el espacio a la velocidad de la luz durante algo más de un siglo, de manera que, según Loeb, si una inteligencia extraterrestre estuviese asentada a una distancia de nosotros aproximada de 100 años luz, recibiese la señal y decidiese respondernos de la misma forma, no tendríamos noticias de ella hasta principios del siglo XXII.
Sin embargo, y esto es lo más interesante, este astrofísico está poniendo en marcha un proyecto que propone buscar inteligencia extraterrestre de una forma proactiva y diferente a las que han propuesto otras iniciativas.
La intención de Loeb y Frank H. Laukien, el científico y empresario de origen alemán con el que se ha asociado para poner en marcha el Proyecto Galileo, es desplegar una red de nuevos telescopios ideados expresamente para explorar el firmamento sistemáticamente con el propósito de localizar en las inmediaciones de la Tierra objetos inusuales. Objetos que, quizá, no tendrán un origen natural.
La estrategia de Loeb consiste en desarrollar herramientas específicas para acometer esta tarea, y una pieza esencial de su proyecto será el desarrollo de algoritmos de inteligencia artificial concebidos para analizar las imágenes recogidas por los telescopios con el propósito de identificar objetos artificiales.
En su artículo de opinión Loeb insinúa también que el nombre de este proyecto toma su inspiración de la incomprensión a la que se enfrentó Galileo como reacción a su defensa bien fundamentada del sistema copernicano heliocéntrico. Su alusión a la incomprensión a la que se está enfrentando él mismo, presumiblemente de acuerdo con su propia perspectiva, es clara.
Según Loeb, la financiación con la que cuenta el Proyecto Galileo es privada, y no tiene ningún reparo en reconocer, en un alarde de honestidad, es justo apuntarlo, que la visibilidad que tiene desde que ha publicado el libro del que he hablado unos párrafos más arriba le ha ayudado a conseguir los fondos que necesita para poner en marcha su iniciativa.
Desde un punto de vista estrictamente científico es una buena noticia que la humanidad vaya a disponer de una nueva red de telescopios, más allá de si lo que persiguen es o no realista. Quién sabe, quizá en el futuro nos deparen alguna sorpresa. O quizá no. Como en tantas otras ocasiones será el tiempo el que otorgará a este capítulo de la investigación de Avi Loeb la relevancia que realmente merece.
Imagen de portada | Pixabay
Más información | Scientific American | Proyecto Galileo
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