¿Cómo está yendo el pasaporte de vacunación en Francia? Con protestas semanales de 200.000 personas

Pass Covid
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Como hemos visto en alguna ocasión, Francia arrastra una larga tradición antivacunas. Mucho antes de que el coronavirus monopolizara nuestras vidas, el gobierno francés había hecho obligatorias once vacunas distintas para los menores de dos años fruto de los recurrentes brotes de sarampión, una enfermedad que se creía erradicada. Quizá en previsión de resistencias populares, el ejecutivo de Emmanuel Macron optó por la estrategia del palo y la zanahoria para inmunizar a su población.

El palo no sería la obligatoriedad. Sino el pasaporte covid.

La situación. Desde mediados de julio, Francia exige la pauta de vacunación completa para numerosos eventos. ¿Quieres acceder a un estadio de fútbol? Tendrás que acreditar tu inmunidad frente a la enfermedad. ¿Te apetece un concierto? Lo mismo. ¿Cenar en tu restaurante favorito? O vacuna o nada. Se trata de una política tanteada por otros gobiernos y por la Unión Europea, en especial en materia de viajes, pero aplicada con especial celo en Francia. Como vimos, se trataba de la auténtica "nueva normalidad".

Protestas. Una que crea ciudadanos de primera y de segunda. Este hecho no se le ha escapado a miles de personas aún sin vacunar, ya sea por voluntad propia o por otros factores, en Francia. El pasado fin de semana unas 160.000 personas se manifestaron en contra de la exigencia de gobierno en París y en otras 200 localidades del país. Se trata de la séptima semana de manifestaciones en contra del pasaporte de vacunación. A finales de julio se alcanzó un pico de unas 200.000 personas exigiendo su derogación. Naturalmente, con su ración de disturbios.

La lógica. "No somos ratas de laboratorio", explicaba uno de los manifestantes hace unas semanas a RFI. Muchos de los participantes son antivacunas, siguiendo la ya tradición local, pero también hay conspiracionistas u organizaciones vinculadas a los chalecos amarillos, en una suerte de gran teatro antisistema. En las marchas se entonan cánticos por la libertad y la "verdad". Algunas de ellas han contado con la participación de líderes políticos, como Florian Philippot, fundador de Los Patriotas, una escisión más radical del partido de Marine Le Pen.

Las cifras. No es un asunto menor. Estados Unidos e Israel saben perfectamente qué sucede cuando un amplio porcentaje de tu población (superior al 30% para ambos casos) no quiere vacunarse bajo ningún concepto. La posible inmunidad de grupo se complica. Francia va, de momento, bien: su ritmo de vacunación no se ha ralentizado y ronda ya el 58%, aún lejos del 69% de España pero también lejos del estancamiento estadounidense o israelí (en torno al 50%). Si hay grandes bolsas de población reacias a la vacuna, aún no se ha topado con ellas.

El problema. En paralelo, Macron ha impuesto la vacuna obligatoriamente a algunos grupos poblacionales o sectores profesionales. Como se apunta en este análisis de Foreing Policy, la apuesta del gobierno es arriesgada: al hacer del pasaporte de vacunación la única forma de acceder a la vida "normal", se arriesga alienar a una gran parte de su población de cara a futuras elecciones. Inevitablemente, políticos como Le Pen han aprovechado la aspereza de las medidas para criticarle (aunque sin llegar tan lejos como acusarle de "dictador", como sí hiciera Philippot).

Haría bien Macron (y el resto de Europa) en no recurrir al estereotipo del antivacunas conspiranoico: como este reportaje sobre el terreno de Le Monde revelaba hace algunas semanas, hay más "franceses normales" entre los protestantes que excéntricos y "lunáticos", como hicieran algunos cargos del gobierno. Sus protestas (un control más estricto del estado sobre libertades adquiridas, una paternalización de la esfera pública) van más allá de la vacuna en sí misma y son legítimas. Apelan a algo más que la mera conspiración. Y por eso tienen potencial electoral.

Imagen: Jordan Bracco/Flickr

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