Cuando las redes sociales ya no son sociales: el auge del candado en Twitter y de los grupos de WhatsApp

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Dice el refrán que "de opíparas cenas están las sepulturas llenas", y nadie se ha pegado el festín de crecimiento e impacto que se han pegado las redes sociales en la última década. Jubilado Facebook y ya veremos cómo acaba lo de Twitter, Instagram y TikTok han capitalizado de maravilla el auge del smartphone: 2.500 millones de usuarios tiene el primero y 1.000 millones el segundo, además de conseguir que sus usuarios pasen cada vez más tiempo en ellas. En ambas.

Sin embargo, notaba Insider hace unos días una paradoja: este crecimiento llega de la mano de la muerte de las redes sociales, al menos en la concepción que teníamos de ellas la década pasada, subrayando su segunda palabra.

Ahora todo es privado.

Círculos verdes y mensajería grupal

Trate de recordar usted, querido lector, cómo eran las sesiones de stalkeo suave hace unos años y cómo son ahora. Cuánta gente tenía perfiles abiertos en Instagram y cuánta los tiene ahora. Cuántas personas hacían servir las redes sociales para compartir su vida sin muchas reservas, y cuántas la limitan ahora a una versión extremadamente filtrada.

Son esas imágenes y vídeos perfectamente editados, escogidos, alineados con una marca personal más que con un individuo. El vehículo para usar las redes sociales no como el centro de las relaciones personales, sino como el vector de crecimiento de esa marca personal. Lo único que se publica resulta de la criba de la imagen que se quiere proyectar.

¿Dónde ha quedado compartir sin pretensiones ni ediciones, y mucho menos sin interacciones, nuestro día a día con nuestra gente? Fácil: en la mensajería privada en general, en los grupos de WhatsApp en particular.

Tuenti fue la mayor expresión de las subidas sin filtros, de la colección de amistades como quien colecciona pokémon, pero afortunadamente, nos dimos cuenta de que las risas de hoy eran los lamentos de mañana, y dejamos de subir fotos borrachos y cometiendo ilegalidades varias, aunque fuese por el qué dirán.

Luego llegó la contención en Facebook y en Instagram, y luego los candados. Si acaso, los círculos verdes. Tras eso, la búsqueda de viralidad. Hasta quienes no buscan la fama sí anhelan, en ocasiones, una gran lista de contactos y cifras de likes lo más altas posibles. Y quien no quiera participar en el juego se queda fuera. Las fotos de la familia y las buenas nuevas que compartir con los amigos, a WhatsApp, lejos del ojo ajeno.

No ha sido culpa únicamente de que nos hayamos caído del guindo y hayamos empezado a preocuparnos de nuestra sombra digital, también las propias redes incentivaron a ello desarrollando una estructura de recomendaciones en la que la dopamina se hizo protagonista, y solo la viralidad permite acceder a ella.

Las redes sociales mutaron en plataformas de entretenimiento hechas por creadores, no (solo) por grandes empresas; y con ellas murió la red social del inicio de los tiempos. Hoy, sobreviven como grupos de WhatsApp familiares. Si usted quiere compartir una ecografía o el cumpleaños de la abuela, seguro que podrá contar con ellos.

En Xataka | Tímidos del mundo, estamos perdiendo Internet.

Imagen destacada | Xataka con Midjourney.

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