Es probable que el Burning Man sea uno de los festivales de verano más disparatados que existen. Su organización no provee ningún servicio, por lo que sus asistentes deben traer todo cuanto necesiten. Si una vez allí necesitan algo, los asistentes tendrán que conseguirlo mediante trueques con otros asistentes ya que no está permitido el comercio lucrativo ni el uso de dinero.
Sin embargo, cuando la mayoría de los asistentes son millonarios emprendedores de Silicon Valley, ricos herederos o artistas encumbrados, se da por sentado que no van a venir haciendo autostop y con una tienda de campaña a la espalda. El festival, que cierra hoy sus puertas, ha montado su propio aeropuerto temporal y ha contratado a controladores aéreos para poner orden en el intenso tráfico que han generado los jets privados de los adinerados asistentes.
La locura del Burning Man. El Burning Man es uno de los festivales más peculiares y paradójicos del mundo. Durante unos días al año, miles de personas se dan cita en mitad de un polvoriento páramo del desierto de Black Rock en Nevada (EEUU) donde se da rienda suelta a toda la contracultura neohippie con actuaciones musicales y todo tipo de variantes de arte conceptual.
Para la edición de este año, la organización ha vuelto a reunir a 70.000, quedándose muy cerca de las 74.000 personas que se quedaron atrapadas en el barro de Black Rock City en 2023. Una vez concluido el festival, todo debe desmontarse y no dejar rastro alguno de lo sucedido.
Una ciudad efímera, un aeropuerto temporal. Por si no fuera suficientemente inusual una ciudad efímera, el festival también cuenta con su propio aeropuerto emergente en medio del desierto para dar cobertura a los centenares de aviones privados de millonarios que se han acercado al festival. Su identificación oficial es 88NV, aunque se le conoce como Aeropuerto Municipal de Black Rock City. Ni existe la cuidad, ni existe el aeropuerto.
Según informaciones de Business Insider, el aeropuerto se ha ubicado en el polvoriento lecho de un lago seco y consta de dos pistas de 1,82 km cada una, en las que pueden aterrizar y despegar desde avionetas hasta aviones privados de pequeñas dimensiones.
Controladores aéreos y voluntarios. Al igual que el resto de las estructuras de la organización, el aeropuerto está operado por voluntarios, incluyendo el personal de pista de salida y la zona de control de tráfico aéreo. "El aeródromo es rodado y regado todas las noches por una pequeña flota de camiones grandes para hacer que la superficie sea estable para los aviones y se reduce el polvo en la pista", aseguraba un portavoz del Proyecto Burning Man al portal de noticias norteamericano.
Según la organización, "Burning Man contrata a una tripulación de cinco controladores de tráfico aéreo profesionales que son los mejores del mundo". Estos controladores se han encargado de gestionar todo el tráfico aéreo de la instalación durante los días del festival, y sus gastos se han sufragado ofreciendo el servicio Burner Express Air, que conecta el festival con ciudades de California y Nevada. El precio medio de un billete de ida y vuelta entre San Francisco y Black Rock City puede ser de unos 3.000 dólares.
Aeropuerto en hora punta. Un portavoz de Burning Man aseguraba que, en ediciones anteriores, el aeropuerto llegó a gestionar hasta 500 operaciones de despegue y aterrizaje al día mientras estuvo activo.
Según datos de la página de control aéreo Flight Aware, el aeropuerto de Black Rock City ha registrado 317 operaciones solo durante la jornada del 1 de septiembre, y de 326 operaciones en el último día del festival, echando el cierre y desmontando toda su "infraestructura" hasta la edición del próximo año. No deja de ser irónico que, en los dos últimos días del Burning Man de 2024, este aeropuerto inexistente ha registrado más vuelos que el de Ciudad Real en toda su historia.
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Imagen | Burning Man
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