¿Un déficit del 0,2% y políticas anti-austeridad? Lo que esconde el éxito económico de Portugal

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Cuando António Costa accedió al gobierno de Portugal a finales de 2015 lo hizo bajo una premisa clara: poner fin a las políticas de austeridad impuestas por el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional. El rescate concedido en 2011 obligaba a profundas reformas económicas y a una sustancial reducción del gasto público. La coalición electoral de Costa se sostenía sobre un desafío abierto a la austeridad.

Cuatro años después, parece haber triunfado. Relativamente.

¿Por qué? Porque Portugal ha cuajado una asombrosa reducción del déficit durante el último trienio. El año pasado, los presupuestos de Costa preveían un déficit del 1,1%. Su gobierno tuvo que corregir sus previsiones dos veces, hasta colocarlo definitivamente en el 0,6%. Para este año, el ejecutivo luso desea menguarlo aún más, fijándolo en un histórico 0,2%. El más bajo en cuarenta y cinco años.

En 2011, el déficit portugués superaba el 11%.

¿Cómo? Es una buena pregunta. Costa y sus socios de gobierno atribuyen su éxito a su heterodoxia presupuestaria. Portugal ha reducido la jornada laboral, ha aumentado el sueldo de los trabajadores públicos, ha congelado la edad de jubilación en los 65 años y ha subido el salario mínimo interprofesional. Son políticas vedadas a otros países rescatados, como España o Grecia, y contrarias a la doctrina del BCE.

¿Es así? La Portugal de Costa vendría a enmendar las políticas de austeridad, incapaces de asegurar un crecimiento sostenido. La economía lusa creció un 2,7% en 2017, cifras inéditas en el siglo XXI. El desempleo se ha reducido al 7%. Las exportaciones han aumentado sustancialmente. La inversión internacional camina al alza. ¿Todo ello sin merma en materia presupuestaria y cumpliendo objetivos?

Dadas las dificultades de España y otros países para ajustarse al déficit, parece demasiado bonito para ser cierto.

Las sombras. Hay motivos para sospechar. Costa ha promovido políticas anti-austeridad. Pero también pro-austeridad. El gasto público ha decrecido: la inversión sanitaria ha pasado del 6,9% del PIB en 2009 al 5,9% en 2016; la educativa ha decrecido un 0,2%. Los hospitales, las escuelas y las infraestructuras siguen infrafinanciadas, cuestión que movilizó a miles de portugueses el año pasado.

Portugal también ha promovido generosos incentivos fiscales a las rentas altas, a la inversión internacional y a los millones de turistas. Al mismo tiempo, ha aumentado los impuestos indirectos.

El impulso. El éxito portugués mimetiza al español. Ambos países se han beneficiado de las políticas del BCE. Los bajos tipos de interés han permitido resolver sus problemas de deuda a corto plazo, y han favorecido un impulso de la inversión privada. La economía ha crecido gracias al inagotable turismo (un 10% al alza en Portugal), y a trabajos poco cualificados, temporales y de reducida remuneración.

Para muchos portugueses se trata de una ilusión temporal, motivada por circunstancias internacionales favorables.

¿Hay mérito? Es innegable. En comparación a España o Italia, la disciplina Portugal representa una excepción. Y es cierto que los presupuestos de Costa y sus socios han tenido un cariz social, revertiendo medidas austeras impuestas por el BCE y el FMI. También que el país vive un pequeño vivero emprendedor, gracias a la multiplicación de las exportaciones y al interés de agentes y empresas internacionales. 

Pese a ello, es fácil encontrar indicios similares en la economía española y encontrar sombras en los fundamentos de su crecimiento. La anti-austeridad ha funcionado, pero su éxito fiscal tiene causas más lejanas.

Imagen: Claudia Schillinger/Flickr

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