El sueco tiene 18 sonidos vocálicos; el mapudungún usa tres entonaciones distintas para transmitir un tono afectuoso, neutro o despectivo; y el suajili es un infierno de, al menos, quince clases nominales. El rumano es la única lengua romance que aún usa declinaciones, los numerales japoneses cambian dependiendo de la cosa numerada y el ruso tiene dos formas de decir el verbo 'ir': si vas a pie o vas en vehículo. Así podríamos seguir hasta completar las 7000 lenguas que se hablan en el mundo.
Es decir, el lenguaje humano es, sobre todo, una enorme caja de costura repleta de artefactos raros, diversos y sorprendentes. Pero, curiosamente, en ese tótum revolútum, hay una cosa que todos tenemos en común. Todos los idiomas transmiten información a la misma velocidad.
La potencia sin control no sirve de nada
En 1948, Claude E. Shannon publicó un artículo fundamental llamado “A Mathematical Theory of Communication”. En él, entra otras cosas, Shannon establecía la velocidad máxima de bits por segundo que se puede alcanzar en un sistema de comunicación real. Una consecuencia de las ideas de este trabajo es, por ejemplo, la constatación de que los idiomas son, en buena medida, redundantes.
Es decir, tienen recursos técnicos para tratar de reducir la distorsión que introduce el ruido en la transferencia de información. Y esto se traduce en que dependiendo de la cantidad de información que cada lenguaje es capaz de empaquetar en una sílaba, la tasa de información cambiaría. A niveles similares de ruido similares, el chino podría pasar más información que, por ejemplo, un neerlandés clásico repleto de adverbios y palabras modales.
Sin embargo, Dan Dediu y su equipo del Laboratoire Dynamique du Langage de Lyon se plantearon estudiar no sólo la capacidad teórica de los idiomas más para transmitir información, sino su capacidad real. Para ellos utilizaron grabaciones de 170 hablantes nativos de 17 idiomas distintos leyendo un texto de 240.000 sílabas en voz alta. Más tarde hicieron pruebas con otros textos y otras formas de expresión.
La idea de comparar sílabas frente a fonemas o palabras completas, se hizo para favorecer la comparación. Los fonemas tienden a aparecer o desaparecer en la lengua hablada común y el tamaño de las palabras es algo demasiado característico de los idiomas particulares como para hacer comparaciones entre las principales familias lingüísticas del mundo.
Una constante en idiomas que no se parecen nada
“Los idiomas varían mucho en términos de la información que empaquetan en una sílaba o de la velocidad con la que se hablan. Pero lo interesante es que estas dos variables se equilibran entre sí. De este modo, los idiomas más densos en información se hablan más lentamente y aquellos que son menos pesados, se hablan más rápido. Esto significa que hay una tasa de información constante que es muy similar en todos los idiomas”, explica Dediu.
Y es que, efectivamente, los investigadores confirmaron que, aunque los idiomas se parecían poco, la velocidad de información era estable. Es decir, la proporción de número de sílabas pronunciadas y la cantidad de información que pueden transmitir esas sílabas era, con ligerísimas variaciones, la misma en todos los idiomas: 39,15 bits por segundo de media.
Se trata de un fenómeno nuevo y tendremos que estudiarlo en profundidad, pero los investigadores sugieren que la explicación más probable es que la velocidad de información tienda a estabilizarse en torno a esa cifra porque es el límite empírico en el que el lenguaje puede articularse con claridad y el cerebro puede procesarlo de manera óptima.
Imágenes | Anna Dziubinska
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