El descaro con el que China ha irrumpido en la alta fidelidad es lo mejor que nos podía pasar a los aficionados

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China está derribando muchas barreras. Y lo está haciendo a su manera. Con un desparpajo innegable. Más allá de lo mucho que aún se le puede criticar a sus modelos político y social, es evidente que la China de hoy es muy diferente a la China de hace dos décadas. Su entrada en la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001 lo cambió todo. Le dio una gran oportunidad, pero también la obligó a ponerse las pilas.

Las puertas del mercado occidental, y también de algunos mercados asiáticos a los que no tenía fácil acceso, se le abrieron de par en par. Aun así, los que toman las decisiones en este país de proporciones continentales no tardaron en darse cuenta de que si querían competir tenían que hacer las cosas realmente bien. No bastaba resolverlas con la única intención de salir del paso. De lo contrario sus bajos costes de producción no serían suficientes para lidiar con lo que llevaba décadas haciéndose en Europa, Estados Unidos o Japón.

Hoy su modernización está fuera del debate. Nadie medianamente bien informado discute ya su potencial científico y técnico, y estas capacidades se perciben con una claridad límpida en múltiples ámbitos. El mercado de la alta fidelidad es solo uno de ellos, y refleja vívidamente lo mucho que ha cambiado en un abrir y cerrar de ojos. Y para nosotros, los usuarios, es una buena noticia. Eso sí, las empresas occidentales se van a tener que aplicar a fondo para competir con lo que ya está llegando.

Bueno, bonito, y ya no tan barato

Quien siga creyendo hoy que todo lo que viene de China es de mala calidad, se equivoca. Muchas empresas chinas se dieron cuenta después de la entrada del país en la OMC de que tenían mucho que aprender de las compañías extranjeras con las que iban a competir. Y también de que no les bastaba copiar sus tecnologías. Si querían crecer, prosperar de verdad, debían necesariamente invertir en innovación. Y, además, no podían conformarse con competir únicamente en la gama de entrada.

Basta fijarse en los transformadores de este amplificador integrado para darse cuenta de que es un aparato serio

Durante los últimos meses he tenido la oportunidad de probar a fondo un amplificador integrado con válvulas de vacío de procedencia china, un Cayin CS-55A, y lo he hecho con un espíritu profundamente crítico. Podéis verlo en la fotografía de portada de este artículo. Da igual. Mis recelos iniciales no tardaron en evaporarse. Este aparato no es ninguna ganga (en el mundo de la alta fidelidad casi nada lo es), pero, eso sí, es mucho más barato que cualquier otra opción europea o norteamericana con unas prestaciones similares.

En cualquier caso, lo que me sorprendió es que su construcción, pese a no ser lujosa, está muy cuidada. En el mundo de las válvulas apenas hay espacio para la innovación debido a que los mejores diseños llevan entre nosotros décadas, y prácticamente todas las marcas se dedican a replicarlos, pero basta fijarse en los transformadores de este amplificador integrado para darse cuenta de que es un aparato serio. Y su sonido está, objetivamente, a muy buen nivel.

No obstante, hay otras marcas chinas que también están haciendo las cosas bien. Xindak, SMLS Audio, Topping, FiiO, Lii Audio, HiFiMan... La lista es larga. Y ya ni siquiera se tiene en pie eso de que todas las empresas chinas explotan a sus trabajadores. Parece que todas no. Esto es, al menos, lo que prometen los dueños de Denafrips, que tiene unos DAC espectaculares, en su página web: «Somos una empresa pequeña, y trabajamos muy cerca de nuestros empleados. Estamos con ellos y los tratamos como si formasen parte de nuestra propia familia». Ya nada es lo que era.

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