¿Qué pasa si te cargas por accidente una pieza de valor incalculable de un museo? Probablemente, nada

Accidente museo
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Si alguna vez has atravesado un museo o una galería de arte, es posible que te hayas percatado de que gran parte de las obras que se exhiben están completamente expuestas. De hecho, con la excepción de algunas de las más famosas del mundo, podrías caerte fácilmente y dañar alguno de los cuadros o esculturas más valiosas del mundo. Pongamos que lo haces sobre una de valor incalculable, una irremplazable.

¿Qué te pasaría a ti? Probablemente nada. Pero cada caso es un mundo.

Ni por partirle tres dedos a una Bonaparte. Hace exactamente un año, un turista austriaco en Italia le arrancó tres dedos a un modelo de yeso de 200 años de la estatua de Antonio Canova de Paolina Bonaparte mientras posaba para una foto en el famoso Museo Gipsoteca. Para vergüenza máxima del individuo, fue captado por una cámara de vigilancia: el hombre estaba con un grupo de ocho turistas austríacos y se separó para tomarse un selfie "tirado sobre la estatua", lo que provocó la rotura de tres dedos de la estatua y otros posibles daños en la base de la escultura.

Vittorio Sgarbi, presidente de la Fundación Antonio Canova, pidió en una publicación de Facebook  "claridad y rigor" en la investigación. El austriaco confesó y se arrepintió de aquella acción estúpida, saliendo ileso del embrollo. Si bien cada caso es un mundo, la mayoría de ellos muestran respuestas parecidas.

¿Siempre? Bueno, siempre que sea accidental. Incluso si hay un poco de negligencia involucrada. Y sin contar, claro, la vergüenza de ser "esa persona" que roba al mundo una parte insustituible de la historia. Esto se debe principalmente a dos cosas: en primer lugar, los museos y las galerías casi siempre tienen un seguro para cubrir dichos daños. En segundo lugar, los accidentes ocurren y la gente que dirige los museos lo comprende.

De hecho, en casi todos los casos accidentales, ni el museo ni el propietario de la obra en cuestión presentan cargos. Parece que lo peor que podría pasar en tal escenario es que te expulsen del museo.

Como en estos ejemplos. La aventura de Nick Flynn en el Museo Fitzwilliam en Cambridge es digna de mención para hablar de mala suerte. En 2006, se tropezó con el cordón de su zapato mientras caminaba por el museo y derribó tres jarrones del siglo XVII por valor de aproximadamente 200.000 euros. Fue arrestado por un cargo de daño criminal y pasó una noche en la cárcel. Sin embargo, el museo decidió no presentar cargos ni identificar al hombre que había destruído lo que había sobrevivido durante cuatro siglos. Su respuesta oficial fue simplemente una carta que le aconsejaba "no volver a visitar el museo en un futuro próximo".

En 2015, ocurrió algo similar. Un niño de 12 años en Taiwán tropezó mientras visitaba una exposición de arte con una bebida en la mano. Por la caída, hizo un agujero en una pintura que tenía más de 300 años y estaba valorada en aproximadamente un millón y medio de euros. Los organizadores aseguraron al niño y a su familia que no serían responsables de pagar ningún daño y ni siquiera tendrían problemas legales.

¿Qué dice la ley en España? Existe jurisprudencia al respecto. Marta Suárez-Mansilla, presidenta de Asociación del Derecho de Arte explica en este artículo jurídico que los museos del Estado responden por los daños que puedan sufrir las obras que albergan por cualquier accidente fortuito (también los causados por turistas descuidados), haciéndose cargo de todos los gastos de reparación. “Sobre estos museos recae un deber prioritario de protección de las obras que custodian, que deriva directamente del artículo 46 de la Constitución” afirman desde la Asociación.

Todos los museos de España tienen la obligación de prever este tipo de situaciones, y por tanto responder cuando no consiguen garantizar la conservación de las obras que albergan. Dicha protección actúa tanto en museos públicos como privados y se obliga también a los museos a custodiar y responder por la conservación de las obras que albergue, siempre que ostenten interés cultural.

Cuando hay negligencia. Hasta ahora hemos hablado de casos puramente accidentales. Ahora, ¿qué sucede cuando los accidentes tienen su origen en la negligencia? Parece que los museos y galerías todavía parecen reacios a tomar medidas estrictas. Un reloj hecho por el artista James Borden colgado en el Museo Nacional de Relojes de Columbia fue destrozado cuando una pareja de ancianos comenzó a tocarlo y tirar de sus diversas partes, para tratar de ver cómo se veía cuando funcionaba. Esto hizo que colapsara. Incluso entonces, el museo decidió no presentar cargos ni buscar una indemnización por los daños.

En 2016, una mujer de 91 años que visitaba un museo en Nuremberg desfiguró la "Reading-work-piece", una obra de arte de 1965 (valorada en 80.000 euros). Parte de ella es un crucigrama parcialmente completado, acompañado de la frase "insertar palabras". Resulta que esta anciana se tomó muy en serio esta solicitud, encontró un bolígrafo y comenzó a completar el crucigrama. Los curadores del museo denunciaron a esta mujer, pero solo por razones del seguro. Fue investigada por daños a la propiedad, pero no se encontró ninguna intención maliciosa.

Con vandalismo, la ley actúa. Pero sobre el papel, todo cambia. O debería. Sobre todo en aquellas en las que se daña una obra del patrimonio nacional de forma intencional.  El museo poco puede hacer para evitar este tipo de agresiones, que no son infrecuentes, ya que las obras se encuentran expuestas al público y vulnerables. Sin ir más lejos, en 2012, un turista alemán de la National Gallery de Dublín, tras minutos observando, asestó un puñetazo sorpresa sobre un óleo de Monet de 1874, valorado en 10 millones de euros. El museo no asumió la responsabilidad del daño en este caso: el agresor fue condenado a seis años de prisión.

En estas ocasiones, el museo cursa una denuncia. Y ahí se debe valorar si existe una acción delictiva contra el patrimonio del artículo 323 del Código Penal o una conducta sancionable por vía administrativa cualificada. Las penas de prisión por la vía penal alcanzan los tres años, con posibilidad de elevar la pena en grado en los casos más graves.

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