La primera dieta milagro de la historia la experimentó el rey Sancho I de León y le hizo perder 120 kilos

Kings Of The Visigoths By Alonso Cano
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Su reinado fue fugaz, atribulado y polémico, pero Sancho I de León bien merece pasar a los libros de la historia patria. Y lo merece por dos razones de peso, nunca mejor dicho. La primera es que si en 958 lo descabalgaron del trono no fue por un juego de conjuras palaciegas y disputas entre nobles. O esas no fueron las únicas razones, al menos. El desencadenante fue su desorbitada panza, una barriga tan prominente que le valió el apodo de 'el Gordo' e hizo dudar a sus súbditos de si era la persona más idónea para el trono. La segunda es que puede presumir de haber completado la tal vez más exitosa (y temprana) "dieta milagro" de España.

Nos explicamos.

Cuando era chiquillo, en la década de 940, pocas razones había para pensar que Sancho pudiera convertirse algún día en un personaje relevante del reino de León. Su condición de tercer hijo varón de Ramiro II lo relegaba a un puesto secundario, por detrás de sus hermanos Vermudo (muerto en 944) y Ordoño. Y si la cuna no le había favorecido, su salud tampoco era boyante: no era un joven dado a dar largas cabalgadas o hacer ejercicios. Lo suyo eran más bien las comodidades de palacio, sobre todo las que se despachaban en fuentes, bien regadas con aceite.

De Ramiro 'el Grande' a Sancho 'el Gordo'

Sancho1 Tumboa
Miniatura que representa al rey Sancho I de León.

A la mesa, el infante Sancho no se refrenaba. Cuentan que era dado a festines antológicos, con siete comidas al día, en ocasiones compuestas de 17 platos entre los que no faltaban los guisos con carne de caza. Quizás la historia exagere y haya deformado su figura, pero nos ha dejado al menos un dato para hacernos una idea de cómo de orondo era Sancho y hasta qué punto desarrolló una obesidad mórbida: se dice que, ya en su etapa adulta, llegó a pesar 240 kilos.

Si a su padre lo habían apodado Ramiro 'el Grande' —o 'el Diablo', como se referían a él sus enemigos— y a su predecesor Alfonso "el Monje", a Sancho le colgaron un sobrenombre bastante menos épico y mucho más descriptivo: 'el Craso'.

O directamente 'el Gordo'.

Una cosa era sin embargo ser aficionado a los banquetes opíparos y otra muy distinta renunciar al trono y conformarse con el gobierno delegado del condado de Castilla, responsabilidad que le habían asignado en 944. Una vez fallecido su padre y con su hermano mayor convertido en Ordoño III, Sancho organizó una rebelón entre 954 y 955 para expulsarlo del poder. La treta le salió a medidas.

Su intento por derrocarlo a las bravas fue un fracaso rotundo, pero en un giro sorprendente oportuno para los intereses de Sancho, Ordoño III fallecía no mucho después, franqueándole así el ascenso en 956 a la corona de un reino que afrontaba momentos delicados por las tiranteces internas y las incursiones musulmanas.

Su panza tampoco ayudaba. Malo era pesar 240 kilos, pero peor compaginar semejante peso con el de una corona que exigía estar dispuesto a embutirse en la armadura. Como recuerda la profesora Margarita Torres en un artículo de la Real Academia de Historia (RAH), en el siglo X se esperaba de un rey que combinara ciertas cualidades: buen juicio, equilibrio, firmeza… y las habilidades propia de un caudillo de guerra. Para Sancho I hubiera sido muy difícil presentarse a lomos de un caballo en el campo de batalla, igual que pelear blandiendo una espada o incluso algo tan crucial para la corona como aportar descendencia.

Semejante condición minó su imagen entre la aristocracia del reino, que acabó perdiéndole el respeto. Añádasele a eso el recuerdo del fallido golpe de Sancho a su hermano Ordoño III y las decisiones que tomó una vez sentado en el trono, lo que le llevó por ejemplo a distanciarse de su tío, el influyente conde Fernán González, y saldrá un cóctel perfecto para la caída en desgracia de un monarca novicio.

Apenas dos años después de haber sido coronado en Compostela, 'el Craso' perdió su preciado cetro, que pasó en 958 —asedio mediante— al infante Ordoño Alfonso. Sancho logró salvar el pellejo y se refugió allí donde sabía que estaría seguro: en Navarra, con su abuela, la reina Toda, una anciana de más de 70 años.

La historia de Sancho I podría haber terminado entonces. Por fortuna su abuela materna era una mujer de recursos y decidió pedir ayuda a quien menos reparos tendría en conjurarse contra un monarca cristiano: Abderramán III, el califa de Córdoba, un aliado interesante tanto por su posición como por sus recursos. A su servicio tenía un médico reputado, el sabio judío Hasday ibn Shaprut, hombre hábil, políglota, culto y que podría ayudar al rey a superar su sobrepeso.

A cambio de la alianza con Abderramán, a la que se suman los navarros, los partidarios de Sancho I aceptaron entregar fortalezas en la frontera. No era mal pago para un movimiento que no mucho después, en abril de 959, le permitirá regresar triunfante a la capital de su reino mientras Ordoño IV, alias 'el Malo', se veía obligado a huir para acabar en Córdoba. Arrancaba la segunda y definitiva etapa del reinado de Sancho I, que duraría hasta su muerte, en 966.

Lo sorprendente es que —si creemos a la tradición— el Sancho que regresó exultante a León poco tenía que ver ya con el que había huido tiempo atrás para refugiarse en el castillo de su abuela materna. De hecho el apodo 'Craso' se le había quedaba grande. ¿La razón? La estricta "operación biquini" a la que le había sometido Shaprut antes de su retorno al trono, en tierras cordobesas.

El remedio fue tan efectivo que se dice que Sancho perdió más de 100 kg en cuestión de unas semanas. Antes de lanzarte a seguir la dieta del sabio judío es mejor que tomes nota sin embargo de qué necesitarás, según relatan divulgadores históricos entrevistados por ABC: infusiones, ejercicio, cuerdas... y aguja e hilo.

Difícil saber cuánto hay de real y cuánto de exageración en ese capítulo de la historia de Sancho I, pero según cuentan Shaprut mando que le cosieran la boca, dejándole apenas una apertura para que pudiera usar una pajita. Hay quien dice que durante buena parte de aquel calvario el rey permanecía atado de pies y manos para evitar que consiguiera comida. Para completarlo se sometía a baños de vapor y sesiones de ejercicio. Todo con tal de dejar de engullir y quemar grasa.

Probablemente no era la clase de terapia de adelgazamiento en la que pensaba Sancho, pero al menos arrojó resultados. Según las crónicas, perdió 120 kilos en cuestión de 40 días. La situación que se vivía en León no le permitía entregase a largos tratamientos para el sobrepeso. Aun así, el balance es más que llamativo:  tres kilos por día. Hoy hay expertos que cuestionan que el rey pudiera perder semejante carga en un mes por más estrictas que fuese la prohibición de alimentarse e intensas las sudadas a las que le sometía su médico.

Queda sin embargo su historia.

Y la crónica de un rey que vio cómo su trono se tambaleada por su sobrepeso.

Imagen de portada: Wikipedia

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