Aunque el Tercer Reich persiguió a los drogadictos y los metió en el mismo saco que a los judíos, los homosexuales o los gitanos, Hitler no predicaba muy bien con el ejemplo. Asistió totalmente colocado a varias cumbres clave para el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, pero también muchas de sus tropas se drogaban sistemáticamente en la batalla. Mientras los norteamericanos tenían café como estimulante y decenas de miles de tabletas de chocolate, los nazis enviaban al frente millones de pastillas de metanfetaminas.
Y no eran drogas recreativas, sino parte del arsenal para convertir a los soldados alemanes en auténticos ‘supersoldados’. Pero como todas las drogas, tras el subidón... viene el bajón.
Berserkers. En las sagas nórdicas (y ya sabemos lo que la mitología nórdica gustaba a altos mandatarios nazis como Hitler o, sobre todo, Himmler) se describe a los berserker como bravos soldados inmunes al dolor que cargan contra el enemigo en batalla y eran comparados con los jotun (o gigantes). Estos guerreros no sólo aparecieron en las sagas, también en testimonios de la antigua Roma bajo la expresión furor teutonicus que describía a esos guerreros germánicos que, casi sin ropa y aullando, se enfrentaron a los ejércitos romanos.
Se dijo durante mucho tiempo que esa indiferencia al dolor y la fiereza se debe al consumo de hongos alucinógenos o alimentos contaminados por hongos que tendrían un efecto similar al LSD. También podía ser belladona, con sustancias que provocan un aumento de la violencia y cuyo efecto secundario puede ser la muerte, pero bueno. Y es una buena historia, pero quizá lo más probable es que ese furor fuera fruto de un subidón en la dopamina, cortisoles y la adrenalina debido a la propia batalla que al consumo de drogas.
Las metanfetaminas de la blitzkrieg. Dejando a los berserkers atrás, en Alemania se conocían bien las anfetaminas. Se sintetizó por primera vez, precisamente en Alemania, en 1887 por un químico llamado Lazar Edeleanu y más tarde, un químico japonés llamado Nagai Nagayoshi se sacó de la manga la metanfetamina. Esta última se comercializó a gran escala en Alemania en 1938 gracias al Grupo Temmler como fármaco sin receta y se dieron cuenta de que tenía un efecto que, oye, podía venir bien en el campo de batalla.
Sus efectos estimulantes eran ideales para que los soldados no se durmieran, lo que resultaba de utilidad en el campo de batalla, pero también de cara a largos viajes en avión. Así, se crearon envases de pastillas de Pervitin, el nombre comercial para el clorhidrato de metanfetamina, y cuando en 1940 se realizaron ataques relámpago por parte de los diferentes brazos militares del Tercer Reich, se descubrió que Alemania había distribuido millones de pastillas a sus tropas. Para que esa guerra relámpago fuera efectiva, el avance de la Wehrmacht debía ser rápido e implacable.
Supersoldados. Los soldados alemanes tenían una energía que parecía ilimitada. Mientras los aliados (los norteamericanos, sobre todo) utilizaban el café como estimulante, los nazis se dopaban con Pervitin. Y lo hacían para todo: para no dormirse en los submarinos de entrega de suministros, para llegar en avión hasta Londres en largos vuelos sin descanso o para caminar como durante muchos días seguidos, cubriendo una distancia media de 35 kilómetros diarios. Con estas drogas se podían eliminar los tiempos de descanso, cubriendo más cantidad de terreno en menos tiempo.
El Pervitin e Isophan (que era una versión algo distinta producida por otra farmacéutica llamada Knoll) se distribuyeron por millones y cada pastilla tenía tres miligramos de sustancia activa. Además, las unidades médicas (que era a quienes les llegaba para su posterior distribución directamente a las tropas) tenían un sistema de pedido urgente por teléfono. Estas pastillas se etiquetaban como 'Estimulante' y en las instrucciones se indicaba que se tomara una dosis de uno o dos comprimidos "sólo si era necesario para mantener el insomnio".
Efectos secundarios. Pero como ocurre con el resto de drogas, había efectos secundarios. En el diario Spiegel podemos ver el memorando para los oficiales médicos alemanes: "Todo oficial médico debe saber que el Pervitin es un estimulante potente, una herramienta que permite, en cualquier momento, ayudar de forma activa y eficaz determinadas personas dentro de su rango de influencia para lograr un rendimiento superior al promedio".
De hecho, sus efectos se veían como algo positivo. Un ejemplo son los 500 soldados alemanes rodeados por el Ejército Rojo en el frente oriental. A -30 grados, las tropas estaban desmoralizadas, pero media hora después de tomar la pastilla, los soldados recuperaron tanto el ánimo como las fuerzas para escapar. El problema era que había médicos que se habían percatado de que la regeneración tras la toma de las drogas cada vez era más lenta, dejando fuera de juego por varios días a los soldados.
Algunos experimentaban problemas de transpiración excesiva y trastornos circulatorios. También murieron algunos soldados y poco a poco, los que las tomaban con frecuencia desarrollaron la tolerancia a sus efectos. Y también se dio lo contrario: síndrome de abstinencia cuando, tras mucho tiempo tomando el Pervitin, dejaban de hacerlo.
El cóctel D-IX. En 1941, hubo quien quiso poner un freno a la distribución del Pervitin, pero la medida no tuvo demasiado éxito, y hacia el final de la guerra, de hecho, se buscó algo más potente. Las metanfetaminas, aunque tenían una reputación curiosa dentro del Tercer Reich (se condenaban públicamente, pero luego se distribuían a los soldados) habían demostrado ser valiosas cuando el ejército las necesitaba en tiempos en los que la moral estaba alta. En 1944, con el avance de los aliados, la situación era totalmente diferente.
La Alemania Nazi necesitaba a sus supersoldados más que nunca y varios farmacólogos empezaron a desarrollar una nueva droga, un potenciador experimental del rendimiento de una Wehrmacht que estaba perdiendo hombres a una velocidad insostenible. Así es como nacieron varios compuestos: del D-I al D-X.
El que resultó más óptimo fue uno llamado D-IX que era una mezcla curiosa: tres miligramos de Pervitin, cinco miligramos de cocaína y otros cinco de oxicodona, todo eso por comprimido. Aparte de una dosis extrema, era cocaína, metanfetaminas y morfina, lo que se traduce en algo que inhibiría el dolor y mantendría en un estado de extrema alerta al soldado.
Trabajos forzosos. Los efectos eran brutales en esta doga, pero sólo se probó en algunos miembros de la tripulación de sus minisubmarinos, ya que la guerra acabó antes de que el D-IX se pusiera en circulación entre el resto de la Wehrmacht. Donde sí se pudieron ver los efectos fue en los prisioneros del campo de Sachsenhausen.
Para comprobar los efectos, se administró a un grupo de estudio una dosis de esa droga milagrosa y se registró que podían caminar hasta 88 kilómetros sin descansar mientras cargaban paquetes de 20 kilos. Esto habría sido una gran ventaja en el campo de batalla, pero los efectos secundarios podrían haber sido tremendos. De hecho, se cuenta que los prisioneros cantaban canciones y silbaban, pero tras las primeras 24 horas, se desmayaban.
El ejército aliado también quería drogas. Estas drogas no fueron lo único que se administraba a los soldados para mantenerlos atentos y conseguir su objetivo. También estaba el condicionamiento mental, como el impuesto a los pilotos kamikaze de la Luftwaffe. Mientras volaban a una muerte segura, se escuchaban canciones marciales épicas por los transistores mientras una voz repetía constantemente la importancia de la misión.
Y, en el bando aliado, además del chocolate y el café, también se fomentó el uso de drogas. Un registro es el de los soldados de la 24 Brigada de Tanques Blindados Británica, a quienes se les prescribió 20 miligramos de benzedrina al día (otra anfetamina) antes de la Segunda Batalla de El Alamein en Egipto. Los pilotos de la RAF también tomaban una dosis de benzedrina, pero era menor.
Imágenes | Jan Wellen, Bundesarchiv
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