Cuando volver a casa da miedo: 38 historias de acoso nocturno contadas por sus protagonistas

Cuando volver a casa da miedo: 38 historias de acoso nocturno contadas por sus protagonistas

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Cuando volver a casa da miedo: 38 historias de acoso nocturno contadas por sus protagonistas

Un día cualquiera en la redacción. Estamos haciendo la típica lluvia de ideas cuando, por casualidad, empieza a florecer el tema del acoso callejero nocturno. Las redactoras empiezan a aportar sus experiencias. "A mí también me ha pasado", "si yo te contara". "No he desayunado y ya tengo ganas de vomitar", dice uno de los compañeros, atónito ante lo que algunas mujeres han comentado que les ha ocurrido.

Aunque hay cada vez más conciencia sobre el abuso callejero que sufren muchas mujeres, no todo el mundo puede estar al corriente de cuáles son las situaciones por las que hemos pasado en determinados momentos, especialmente a oscuras, cuando apenas hay gente. Por eso esta recopilación de testimonios podría servir para entender mejor a qué nos referimos cuando hablamos de tener miedo de la noche. Tener miedo de los hombres. De todas las mujeres a las que he preguntado, más de 30, sólo tres me han dicho no haber sufrido nunca ningún incidente.

Después de recoger incidentes tan desagradables como los que puedes ver ahí abajo he acabado pensando que en mi experiencia personal he tenido suerte, lo cual no es más que una señal de lo retorcido del tema. Aunque he vivido algún que otro pequeño abuso verbal, como también le ha pasado a las chicas que he preguntado, he querido quedarme con el más curioso:

Cuando te haces un 2x1

Esta soy yo con 21 años, en Ciudad Universitaria, Madrid, a las tantas de la mañana. Después de haber estado bebiendo con los amigos, decido volver a casa. Sola, claro, por qué no. En la parte ajardinada del campus veo a un señor solitario entre los árboles con los pantalones bajados tocándose y mirándome a la cara, y paso rápidamente de largo.

Esa misma noche, unos cientos de metros más adelante, otro señor decide unilateralmente acompañarme un buen trecho por la calle. Yo no le hablo o miro, pero eso no impide que él me saber qué opina de ciertas partes de mi cuerpo o que me pregunte insistentemente que cuánto quiero cobrarle por hacerle ciertos favores sexuales. No había nadie más cerca, así que llamé a un colega y fingí que era alguien que me estaba esperando en casa, diciéndole que ya estaba llegando. El tipo se aburrió y se fue.

Lo llamativo es que pasaran ambas cosas en la misma noche. Pero como se verá, estos incidentes no tienen nada de atópicos. Sólo son una gota en el océano. Estas son todas las demás:

Bloqueada en el taxi desde dentro

Pepa López tuvo una muy mala experiencia a los 27 años:

Estaba un día volviendo del IFEMA. Subo a un taxi. Puso los seguros y me dice que es para que estuviera más segura. Entonces no sabes qué decir (luego piensas que tendrías que haber dicho algo), y por si acaso le mando una foto con la licencia a mi madre. El tío iba por el camino hablando de que si las jovencitas lo hacen mejor, que si él había estado con chicas jóvenes y le encantaba, que qué edad tenía. Delicadezas como "no seas mojigata que seguro que la chupas".

Me dio tanto asco y miedo que decidí bajarme, aunque estaba sólo a 5 minutos de mi portal. Después de decírselo quitó el seguro, pero se enfadó conmigo, más aún cuando le pedí factura, por aquello de que soy autónoma. Me dijo “me haces trabajar más, puta gilipollas”. Llamé durante 3 días a atención al cliente del sindicato de taxis de Madrid y nadie me cogió el teléfono, así que no pude poner queja. Desde entonces me pase a Cabify.

No me gustan viejas, me gustan jóvenes como tú

Amalia aquí tenía 25:

Yo y tres amigas fuimos de concierto. Después teníamos previsto coger un taxi entre todas y volver al centro a seguir de fiesta, pero yo me puse enferma, con fiebre. Al acabar el concierto nos cogimos el taxi juntas con el plan de dejarlas a ellas en el centro y llevarme a mí hasta casa. El trayecto al principio fue normal, el taxista era muy hablador y mis amigas iban muy alegres y nos reímos un montón. Pero cuando ellas se bajaron el conductor empezó a contarme que no le gustaba su mujer porque era vieja y las mujeres viejas se ponen muy feas y además ya no quieren follar, etc. y que, claro, a él le gustaba "echarse una canita al aire" con chicas como yo y eso.

Me empezó a preguntar que qué me parecía a mí que los hombres como él pues buscaran a chicas como yo. Fue horrible porque él creía que yo iba borracha, pero yo estaba enferma y me estaba enterando de todo, y el taxímetro iba desconectado. Al llegar a casa además me pidió una cantidad muy alta. Le di menos de lo que pedía (no tenía más, además) y le dije que no iba a darle más porque él sabía muy bien que llevaba el taxímetro desconectado y que me había estado molestando.

Me corro en tu vestido y tú no puedes hacer nada

Laura Gómez, que de hecho ya nos habló en Trendencias de aplicaciones para ayudar a las mujeres en este tipo de incidentes, nos cuenta que le ocurrió lo siguiente a sus 21 años:

Volvía a casa de madrugada. Todo vacío. Me crucé con un tío que andaba en eses y lo adelanté rápido para dejarlo atrás. Llevaba los cascos puestos y no me enteré de que me estaba persiguiendo mientras se pajeaba. Ya a escasos metros de mi portal, me agarró y me restregó su semen por el vestido y las bragas mientras me sujetaba. Cuando acabó, se fue corriendo y le vi de lejos con los pantalones por los tobillos. Denuncié, se quedaron con mi ropa y no he vuelto a saber nada.

Siguiéndola desde el metro hasta su casa

Aloe Vaga nos ha contado varios incidentes. Dejamos uno que sufrió a los 25:

Volvía a mi casa en metro hacia la una de la mañana. Un tipo transbordó donde yo y se metió en mi vagón, que iba vacío. Se me encendió la alarma. Bajé en la parada de Estrecho y... efectivamente, se bajó conmigo y me siguió. Me quedaban diez minutos por calles desiertas. Afortunadamente había una cuadrilla municipal trabajando en una boca de alcantarilla de Bravo Murillo (sería una avería urgente, tan tarde como era). Crucé la calle y me quedé al lado de ellos mirando al tipo a través de la calle. Esperó un rato parado y se fue. Los de la avería vieron qué pasaba, no dijeron nada pero también le miraron. Al cuarto de hora me fui para casa vigilando todas las esquinas por si me seguía.

El que liga contigo desde los setos

Como tantas otras mujeres, Repollo decidió resumir el encuentro que vivió en un tuit. Tenía 26 años cuando lo publicó:

¿Follas?

Pilar Fernández tenía 19 cuando vivió lo siguiente:

Iba andando sola por la noche cuando de repente se me para un coche al lado. El tío de dentro me empieza a gritar diciéndome burradas, preguntándome que “si follo” y tal. Era un tío grande, eso se veía incluso estando él dentro del coche. Paso de él, pero mientras camino veo que se queda parado, esperando. Aprieto el paso y me le quito de encima. Tuve la suerte de que él iba en dirección contraria. Pero vamos, no lo perdí de vista.

No, las niñas tampoco están a salvo

En el caso de Eva Cid vamos a hacer la excepción, e incluiremos una anécdota que le ocurrió de día (hay otras chicas que también nos han contado pasajes a plena luz) porque el incidente merece ser leído:

Yo tendría unos 11-12 años cuando nos mudamos y me cambiaron de colegio. El primer día de clase mis padres no me pudieron acompañar y yo creía saber el camino, pero me acabé perdiendo. Le pregunté a un señor (tendría unos 50) que si me podría indicar la dirección del colegio, y me dijo que él iba en esa dirección, que le siguiera. Serían las ocho y media de la mañana. En un momento dado entró en una especie de soportal, y ahí me arrinconó y me dijo que si quería "echar un polvo". Sentí pánico. Por suerte, aunque no sé cómo, conseguí echar a correr. Jamás se lo dije a mis padres.

Tengo también otro incidente reciente. Eran las fiestas de mi ciudad, "la feria", un momento del año en el que suele haber gente por la calle a casi cualquier hora. Serían las 4 de la mañana cuando ya me marchaba para casa, por una de las avenidas más grandes y transitadas de la ciudad. De pronto un chico sin camiseta y visiblemente borracho se puso a caminar a mi lado y empezó a decirme cosas del estilo "cómo te llamas, dónde vas, tienes novio, te parezco guapo, nos tomamos algo".

Yo por suerte ya no tenía 12 años sino 30 y una conciencia feminista bastante sólida, así que le respondía a todo con negativas, de forma bastante firme y le pedía constantemente que me dejara en paz que me estaba molestando. Pero él seguía, y esto fue lo que más me impactó: no le importaba lo que yo dijera ni cómo lo dijera porque ni siquiera me estaba escuchando. Solo me dejó en paz cuando saqué el móvil del bolsillo y dije que estaba llamando a la policía.

Cuando sólo les detiene que les diga algo otro chico

Susana Maura tiene este recuerdo:

A las 6 de la mañana, en pleno centro de Madrid, camino al metro para ir al trabajo, un chico me estuvo persiguiendo un buen rato. Y aunque le decía que me dejara en paz, el tipo no se daba por vencido. Hasta que se metió otro chico que pasaba por allí y le dijo que se fuera. Fue muy desagradable y aunque fue hace unos años, siempre me acuerdo.

Hmmmm qué rica

Hace apenas unos días nuestra compañera Alesya, de 24, contó en su Twitter esta historia:

Ella estaba en la calle volviendo a última hora a casa desde el trabajo. Un tipo de trentaytantos se acerca mucho a su cuerpo y le dice “hmmm, qué rica”. Todavía había gente por las calles. Y Alesya le responde: “perdone, ¿qué me ha dicho?”. El hombre titubea y baja la voz y repite su oración inicial. “¿Que qué rica el qué?” Titubeó de nuevo y le dice que ella. “¿Buscas entablar conversación conmigo?”. “No”.

Cambiándote de acera durante años

Marta Trivi tenía 13 años cuando le pasó esto:

Solía ir los viernes a cenar con mis amigas del instituto. No terminábamos muy tarde e íbamos a una hamburguesería del barrio por lo que mis padres no venían a recogerme. El trayecto a casa era de menos de diez minutos. Volviendo uno de esos días dos chavales de 16 o 17 años empezaron a seguirme. En un momento dado uno de ellos se me acercó y me tocó la entrepierna mientras se reía. Fue muy humillante. Pasé años cambiando de acera siempre que los veía por el barrio.

El exnovio que te espera, aunque tú no quieras

Henar Álvarez nos ha contado alguna que otra historia. Dejamos dos, en la primera ella tenía 16 años, y en la segunda 21.

Un exnovio se obsesionó conmigo y después de que lo dejáramos, por las noches, me esperaba en mi calle para ver cómo entraba a mi casa. Daba igual la hora que fuera. Allí estaba él plantado. No decía nada, no hacía nada. Cuando me veía llegar, él se iba. Súper normal todo.

También es un clásico lo de quedar en Gran Vía, estar sola esperando y que te pregunten cuánto cobras. Una vez, después de decirle a un tío que me dejara en paz y que se había confundido, no paró de insistir en que le diera una cifra. Al final me tuve que ir de allí y avisar a mis amigos para que me dijeran cuando hubieran llegado porque el gilipollas no se separaba de mí. Como con lo del exnovio, si esto me pasa hoy se come una galleta.

El motorista que te golpea

Bell nos cuenta dos anécdotas. En la primera tenía 20 años, en la segunda 14:

En mi caso, lo más que me pasó de noche (soy muy poco de salir y como uso el coche no suele haber tiempo o lugar para tener este tipo de situaciones) fue que, volviendo de cenar con una amiga, un par en una moto pasaron a toda velocidad y, como yo era la que estaba del lado externo de una acera estrecha, el que iba de paquete me dio un tortazo en el culo que, obviamente a la velocidad de la moto me dolió. Y ellos se fueron riéndose.

De día sí tuve que ver a un pajeador en su furgoneta cuando me llamó para "pedirme una dirección". Para colmo me pidió que me subiera porque "no le quedaba claro lo que le indicaba". Era muy pequeña y me quedé helada. No sé qué hubiera pasado si no llega a aparecer otro coche que le obligó a irse.

Contra las "mariconas"

Beatriz Sevilla, que tiene 23 años, vivió esta experiencia el año pasado:

Estaba en el tren cuando vi que había dos nazis. Iban contando "sudacas en el tren" cuando de repente me miran. Entonces dejan a los “sudacas” y ponen una canción que dice "maricón, dónde está el armario, hay que vaciarlo". Por suerte mi parada era la siguiente, pero me asusté muchísimo por cómo me estaban mirando y susurrando.

Que te tengan que vigilar hasta cómo subes tu ascensor

Patrizia tenía 18 años cuando le ocurrió esta experiencia:

Salí a tomar algo con unos amigos y volví a casa a las dos o tres de la mañana. Como no puedo fumar en casa, tengo la costumbre de fumarme siempre un cigarro sentada cerca de mi portal. Estoy en esas con los cascos puestos cuando veo algo pasar por el rabillo del ojo, pero no hago caso. Cuando termino veo que, bloqueando la entrada de mi casa, hay un chico pajeándose y mirándome. No dije nada, me di la vuelta y empecé a caminar rápido calle abajo sin mirar atrás. Lo que más me asustó es que estuvo todo ese tiempo desde que le vi pasar hasta que me levanté allí plantado, y yo ni me di cuenta.

Me quedaba un 4% de batería y lo usé para llamar a uno de los amigos con los que había estado antes, escondida en otro portal. Me dijo que llamara a la policía, pero justo entonces veo un taxi que se para una calle más abajo. Corro y le digo a los pasajeros que si pueden acompañarme hasta el portal. Todo esto llorando y muy nerviosa, claro. Me acompañan. Allí ya no hay nadie, pero los del taxi esperaron igualmente hasta verme subir al ascensor (las puertas del portal son de cristal). No se lo conté a nadie de mi familia por miedo a que no me dejaran volver a salir, pero una amiga me dio un spray de pimienta y durante unas semanas iba con eso siempre encima.

Te van a obligar a subir a su coche

Fu tiene esta historia con 14 años:

Me acababan de dejar en coche al lado de mi casa después de salir. Estaba casi en la puerta de mi casa cuando cuatro o cinco anormales de veintipocos que iban en un coche pararon a la altura de donde iba yo por la acera. Abrieron la puerta del copiloto y empezaron a decirme que me subiera. Yo hice como si no escuchara, pero el de ese asiento se bajó y se puso a andar hacia mí. Cuando le vi hacer el amago eché a correr, y cuando estaba a pocos metros de mi portal empecé a meterme hacia dentro en la acera y entonces se fueron.

Y nadie hizo nada

A Laura Lazcano le pasó esto con 24:

Bajaba del BBK Live. Me despedí de mis amigos y me monté en el autobús para volver a casa. Todavía estaba un poco borracha así que me dormí nada más sentarme. Noté como cosquillas en los brazos y me desperté, pero pensé que eran las cortinas del bus y me volví a dormir. Hasta que noté algo más fuerte que cosquillas y me di cuenta que el chico sentado detrás de mí me estaba metiendo mano acariciándome los brazos, los hombros y el pecho. Se me paró el corazón cuando me di cuenta de lo que me estaba pasando.

Esperé unos segundos para asegurarme, me levanté a toda velocidad y le grité que qué estaba haciendo. Se dio un susto de muerte y se hizo el dormido en su asiento. Yo de pie en medio del bus comencé a gritar que me había metido mano y empecé a pegarle mochilazos. Como nadie hacía nada, me senté detrás de él y le estuve pegando patadas en las costillas y puños en la cabeza hasta que se bajó en la primera parada que pudo. Lo peor de todo esto es que nadie hizo nada para ayudarme y yo sentí vergüenza y culpa por este incidente durante años.

Está en el jardín de tu casa

A Corrosifa le pasó lo siguiente con 27:

Una noche volviendo a casa me encontré con un exhibicionista pajeándose al lado de la acera. Yo entonces vivía en una urbanización, así que el tipo había entrado y estaba en el jardincillo de entrada de uno de los chalets. La acera no mide ni un metro, con lo que tuve que pasar muy cerca de su cuerpo para entrar a mi casa.

Los reincidentes que te encuentras a la salida del trabajo

Marina Such nos cuenta esta historia y la de una compañera de trabajo:

Esto le pasó a una becaria de 22 años que trabajaba conmigo: salía a las ocho de la noche de la oficina. De la ofi a la parada del autobús de vuelta a Madrid hay como unos 10 minutos andando. En invierno, a las ocho, obviamente es de noche y hay muy poca gente por allí, porque casi todo el mundo sale de trabajar entre las 18 y las 19. La chica se topó una tarde con dos tíos en un coche que le gritaban cosas (estilo "dónde vas tú sola" y otras) y la siguieron un rato.

Se llevó un susto de muerte, pero lo peor es que le volvió a pasar a la semana siguiente con los dos mismos tipos, que volvieron a hacerle lo mismo. Así que empezó a venir antes a currar para salir a las 18:30 conmigo, porque le daba miedo encontrárselos otra vez.

A mí me pasó algo parecido un verano que estuve trabajando en El Mundo, con 22 años también, y había algunos días que me tocaba quedarme hasta el cierre de la edición de Madrid, como a medianoche. Solía coger uno de los últimos metros de vuelta a casa. Y una noche un tipo me empezó a seguir desde el mismo vagón del metro, a murmurar algo por lo bajo. Un poco más allá de la salida del metro me pegué a tres chicas que iban en dirección contraria a mi casa y el tipo se marchó.

No sabes qué hacer y te cambias de asiento

Adriana Izquierdo nos cuenta varias anécdotas. Esta es una de cómo a los 20 se topó con un indeseable en el autobús:

Era joven e inocente y me parecía súper buena idea ir desde Madrid a Segovia en autobús para ver a un noviete. Total, me quedé dormida. Cuando me desperté un chico sentado a mi lado tenía su mano en mi muslo y se estaba tocando. Llevaba pantalones cortos, además. Ahora lo pienso y me encantaría haberle dicho en voz muy alta que qué coño estaba haciendo. Pero lo que hice fue levantarme y cambiarme de asiento.

El pasajero dormilón

Para Eme C los autobuses interprovinciales también pueden dejar de ser un espacio seguro, tal y como le pasó cuando tenía 19 o 20 años.

Compré un billete de autobús para ir a Barcelona a ver a unos amigos. Al salir de mi destino vi que iba sola y en ventanilla, y además era de noche, así que intenté dormir un poco apoyada en el cristal. Al rato me desperté y tenía a un hombre de unos 40 sentado a mi lado y mirándome. Había subido en la misma estación que yo, pero entonces se había sentado en otro asiento. Supongo que al verme dormir y ver un sitio libre le pareció buena idea sentarse ahí.

El caso es que yo me sentí bastante incómoda y decidí no volver a dormirme, pero el tío empezó a hacerse el dormido y a querer abrazarme. Cuando le dije que qué coño hacia se hizo el sorprendido, me dijo que estaba dormido, que no era consciente y demás. Así dos veces seguidas. Me levanté de malas maneras y me fui a otro sitio libre, y entonces el tío se puso como loco a decirme que era una puta cría, que sólo se estaba quedando dormido, que jamás tocaría a una niñata de mierda como yo y así a grito pelado, haciendo que todo el autobús me mirase a mí, como su fuese yo la mala y él la víctima de todo. Al llegar a Barcelona mis amigos aún no me estaban esperando y el tío se quedó dando vueltas a mi alrededor, haciendo como que hablaba por el móvil. Cuando llegaron mis amigos, desapareció.

Cómo perder la inocencia en una noche

Laura O. Sánchez ha decidido contar su abuso en tercera persona:

Octubre del 2012, Madrid. Una chica de 18 años se dirige a su casa después de su primera fiesta universitaria. Probablemente fuesen las seis de la mañana. Se sentía feliz, había logrado su sueño, empezar la carrera que quería y mudarse a la capital. Pronto se dio cuenta de que en cualquier momento, todo podía cambiar. Bajó del autobús; debía caminar diez minutos por el Paseo de Extremadura para llegar al portal de su casa. En su pueblo natal también seguía la misma rutina: mirar hacia todas las esquinas, no hablar con nadie y llevar las llaves en la mano.

Frenó un coche. En él iban cuatro hombres de mediana edad. Se bajaron tres quedado uno al volante. Empezaron a gritarle. La recién llegada a Madrid se puso nerviosa y empezó a correr. Solo quedaban dos bloques de edificios para llegar a casa. Los hombres que la acosaban, la alcanzaron y la empujaron contra una pared, ella estaba paralizada y no fue capaz de articular ni una palabra. No recuerda los detalles, solo sus risas y que uno de ellos dijo "vámonos, tiene cara de acojonada. No me pone". Se subieron en el coche de nuevo y se fueron. Tuvo suerte, fue sólo un mal trago. Le quedó claro que volver a casa sana y salva no siempre se cumple. He decidido contar mi historia en tercera persona porque por desgracia sé que otras muchas mujeres se sentirán identificadas.

Te voy a tocar, no queda otra

Mónica Escudero nos cuenta lo que le pasó con 18 años:

A mí me han empujado para intentar meterme en un portal y me ha perseguido un tío borracho diciéndome que me fuera con él a su casa (un taquillero y me rescató). Pero me acuerdo de una muy buena: una vez tuve que escapar de un taxista borracho que me intentaba tocar las piernas en cada parada por la ventana porque había bloqueado las puertas para que no saliera (benditos atascos de las Ramblas). Puse una queja al Gremi de Taxistes pero no sirvió de nada.

Vas a ver cómo me masturbo

Iria Reguera, con 21 años:

Estaba en Madrid volviendo a casa a la tarde-noche. En el trayecto de la parada de metro a mi portal tenía que pasar por un camino junto a una carretera. Había un coche parado junto a la acera y me llamó la atención porque vi que había alguien dentro. Cuando miré bien me percaté de que el hombre se estaba pajeando, mirando hacia la gente que pasábamos por la calle. El tío me sostuvo la mirada unos segundos. No fue agradable.

¿Pero por qué no?

A Cristina le pasó esto a los 27:

Una de las más recientes que me vienen a la mente fue hace como año y medio en una fiesta en un piso. La gente empezó a hablar sobre seguir la fiesta en otro sitio y yo anuncié que iba a por tabaco y que me iba a mi casa (una chica me pidió que le subiera un paquete, así que tenía que volver al piso). Cuando salí se vino conmigo un chico que estaba en la fiesta y al que conocía poco. Al principio fue cordial pero luego se empezó a poner pesado y ya de vuelta, en el ascensor del edificio, me insistió mucho para que nos liásemos ("¿pero por qué no?"), me intentó acorralar y se me lanzó.

Después de que yo le hiciera lo que, de forma tan bellamente gráfica, se ha venido a denominar como "la cobra", se ofendió muchísimo. Me empezó a preguntar otra vez que por qué y si no pensaba yo honestamente que él era mucho más guapo que yo. Recuerdo salir del ascensor sin decirle ni una palabra, entré a la fiesta, le di el tabaco a su dueña, me despedí y me fui. No lloré ni pasé ningún tipo de miedo durante esa situación, pero cuando llegué a mi casa estaba tan enfadada conmigo misma que me puse a hacer sopa (serían como las 6 de la mañana). Estaba muy disgustada por no haberle cantado las cuarenta.

Perdiendo el tiempo para no ser perseguida

El percance que vivió Familia Sunshine a sus 27 años también nos suena:

Me ha pasado que me siga un tipo hasta mi casa y tener que dar vueltas a la manzana con el móvil en la mano durante un rato para que no viese mi portal. Por aquel entonces vivía en Ronda de Segovia, sola, y el barrio no me daba nada de buena espina.

Ya está, aquí me van a violar

Galicia Méndez tuvo "suerte" de no haber bebido esta noche a sus 25 años:

Salía de una estupenda sesión de baile de un club madrileño. Volvía a mi casa sola, no había bebido. Al entrar en una pequeña calle noté que un chico iba detrás de mí. Me puse tensa pero lo había visto en el local y, además, me rebasó metiéndose en un portal. Todo estaba bien.

No, no todo estaba bien. Cuando pasé por ese mismo portal ese mismo chico apareció de la nada y se abalanzó sobre mí. Era mucho más grande que yo y me arrastró hacia la entrada. Logré abrir las piernas y hacer palanca en la puerta. Lo único que me separaba de que me violara era la fuerza que fuera capaz de hacer para sostenerme en la puerta solo con mis pies. En ese punto ya me tenía agarrada por debajo de las axilas y me mantenía en posición horizontal, tensa. Yo no podía ni gritar de tan concentrada como estaba.

Por fin, él intento cambiar de estrategia y arrastrarme en vertical para despegar mis pies del quicio de la puerta y empezó a hablar. Decía cosas como que sólo quería hablar y que me había visto rechazar a un chico y eso no podía ser. Que no podía ir sola a casa siendo tan guapa. Que me relajara. Mientras tanto, en su cambio de estrategia, me agarró los brazos.

Ahí vi claro que podía hacerle una llave tonta, una que aprendí peleándome con mi hermano de pequeña. Le retorcí los brazos y salí corriendo. No he corrido más en toda mi vida. Corrí hasta llegar el asfalto de Gran Vía, sin mirar atrás. Me metí en el primer taxi que apareció, en cuestión de segundos, y llamé a un amigo para echarme a llorar. Esa noche no me violaron porque me resistí como una condenada y porque no había probado una sola gota de alcohol, lo que le proporcionó una ventaja decisiva contra mi agresor, que sí iba drogado.

También los autobuseros

Eva Ele, con 18 años, volvía así a su casa:

Me ofrecieron un trabajo en un centro comercial de un pueblo de Madrid. El primer día, al volver a casa por la noche, me lié con los autobuses y se me pasó la parada. Al preguntar al conductor si la siguiente parada me dejaba en algún lugar con alguna conexión de metro o autobús me dijo que no me preocupara, que me dejaría en mi parada a la vuelta.

Claro, tonta de mí, imaginé un trayecto circular. En vez de dar la vuelta, el autobús se vació y nos quedamos él y yo solos, en un lugar oscuro de los alrededores madrileños, a la "espera" de algo que se me escapaba. Me dijo “ven, siéntate aquí adelante conmigo, mujer”. Yo le pregunté “¿pero no nos vamos?” Y el me dijo “no, tengo que hacer un poco de tiempo”. Luego empezó a decirme que le había gustado en cuanto me vio, que si tenía novio, que si le gustaba mucho, etc.

Una conversación casi inocente si no hubiera sido porque era de noche, no sabía dónde estaba y un tío baboso había decidido que tenía que acompañarle hasta que decidiera arrancar el puto autobús. Creo que acabé implorándole que abriera las puertas y salí disparada a la nada.

Si no estás con él eres una cualquiera

Al parecer Xisca a sus 27 tuvo la mala suerte de toparse con la persona equivocada.

Cuando tenía 27 años, una noche tuve un rollo con un tipo de 34 años que se ve que era un rancio y un idiota.

El sábado siguiente estaba en uno de los pubs de mi pueblo costero, que tiene una zona para salir específica, hablando con mis amigas. Y delante de ellas me soltó un discurso en plan que era una sinvergüenza y una cualquiera porque me había ido con él y él quería algo serio, ser romántico y flores y no sé qué. Luego se fue furioso y se dedicó a seguirme todos los sábados con un amigo suyo. Me lo encontraba en todos los bares, nos seguía a mis amigas y a mí, ellas se reían pero a mí me parecía muy siniestro.

Una noche no pude más me giré, lo tiré al suelo de un empujón y le grité "Déjame en paz, cabrón de mierda". Me miró asombrado, se levantó y se fue. Nunca más volví a verlo.

Yo te acompaño, yo te protejo

Imma Pilar tenía 25 cuando:

En Barcelona, volviendo del cine (última sesión), un señor muy elegante con el que me crucé empezó con lo de "a estas horas y sola, deja que te acompañe". Yo le decía que no, me dejara, pero él insistía en acompañarme. Que si me pasaba algo no se lo perdonaría. Me soltó algo parecido a "si fueras más simpática no irías sola".

Al final, como no había manera de que dejara de seguirme, di un rodeo para no llegar a casa y me acabé metiendo en un bar de la zona, porque no quería que supiera dónde vivía, por mucho portero que hubiera. No hubo ningún intento de contacto físico, pero me dio mucho asco. Vivía cerca de ese cine, pero aprendí que era mejor hacer el camino más largo e ir por Airbau y no acortar para llegar antes.

Y tengo otra con 15 años. Volviendo a casa del instituto (así que debían ser las 15, más o menos), un señor en el portal de una finca que al pasar me dijo "te han crecido las tetitas". Era la primera vez que le veía, y por suerte la última. Lo peor de esas cosas es que piensas que eres tú que has hecho algo mal.

Déjale, sólo está borracho

Andrea, de 27, volvía de fiesta con su amiga, de 34, medio dormida:

Volvíamos ambas con nuestras respectivas parejas a su casa. Era muy tarde, habíamos estado bailando toda la noche y su chico la llevaba cargada a sus espaldas. Yo iba detrás andando a paso normal. Pasamos por una calle llena de peña que se aglomera a la salida de un garito cuando vi que un tío cualquiera dijo algo sobre el culo de mi amiga y lo manoseó, literalmente.

Me acerqué a él y le grité que si era imbécil o qué. Ella estaba tan cansada que apenas se dio cuenta de lo que ocurría. El tipo se acercó más a mí y empezó a gritar “QUÉ” todo el rato, con actitud desafiante. Mientras, uno de sus amigos me decía que no se lo tuviese en cuenta, que estaba muy borracho. Al final mi chico me cogió y me apartó de allí porque en su pandilla eran muchos y podía dar pie a una situación violenta. Me parece increíble que los amigos en lugar de afearle la conducta se la perdonasen con la excusa del alcohol.

Hola guapa, ¿te puedo tocar las tetas?

Con 13 o 14 años, Lucía Ros también se topó con un viejo baboso, como otras de las participantes:

Serían las ocho o nueve de la noche y esperaba a mi madre en la puerta del videoclub con el perro mientras ella estaba dentro. Entonces se me acercó un señor mayor, de unos cuarenta, y después de babosear un poco haciéndome preguntas sin sentido, me preguntó que si podía tocarme las tetas. Yo estaba muy en shock, mirando hacia la tienda por si veía a mi madre, y le dije “no”. El tipo se fue rápido, y al salir mi madre, después de que se lo contara, me dijo: “tenías que haberle dicho que se esperara, que ahora salía tu madre y se las podía tocar a ella que las tenía más grandes”.

Toco tu cuerpo si quiero

Hay mujeres que han querido mantener su anonimato. Esta es S, a sus 20 y 21:

Una vez, en una estación de tren en Lyon, estaba sentada en unas escaleras y un pavo se sentó junto a mí, me enseñó su billetera, y me pidió sexo a cambio de dinero. Otra vez en Madrid, volviendo del trabajo en Puerta del Ángel, en un paso subterráneo (tan siniestro como todos) me crucé con un tío, al que se le veía venir según se acercaba. Bueno, pues se abalanzó a tocarme las tetas y luego se fue.

Pito pito gorgorito

M también tiene otra historia a los 20:

Una vez de vacaciones con una amiga nos siguió un tipo por una cuesta muy larga y no dejaba de hablarnos y comparar cuál era más guapa, qué le haría a cada una, se tiró como media hora ahí detrás dando grima, era bastante intimidante. No fuimos al hotel hasta que estuvimos seguras de que se había marchado.

Tener que salir rodando

G tuvo una noche de lo más movida:

Pedí un taxi y le di mi dirección. Pero de pronto el tío dejaba de responder a lo que yo le decía. Se empezó a desviar por calles que no iban hacia mi destino. Decía: "eh, no es por ahí", pero el tipo no decía nada. Me entró el pánico y cuando vi la ocasión me tiré del taxi. En marcha. Desde entonces solo pillo MyTaxi.

El chocho-culo

S. se ha acordado de bastantes historias, aunque la mayoría con conocidos. Pero sí vivió una con un desconocido:

“Tendría trece años o así cuando, de noche, un tipo me siguió por la calle y me hizo una tocada chocho-culo, de delante a atrás, metiéndome la mano entre las piernas. Fue un instante, pero me quedé fatal.

Las otras "manadas"

Una chica de las citadas ahí arriba dijo que, una noche, se puso a hablar con sus hermanas para descubrir que dos de ellas también habían recibido acoso. Esto le pasó a una de ellas con 16-17 años:

Esto me contó una de mis hermanas: ella debía estar haciendo el bachiller, porque fue yendo a casa de una amiga del instituto. En la calle la acorralaron entre varios. Entonces uno la sujeta por detrás mientras los otros estaban delante, a punto de entrar en acción. Pero no llegaron a hacer más porque de repente apareció un vecino con perro, se cagaron y se fueron. Mi padre se enteró del hecho y consiguió que hubiera policía municipal por allí una temporada a base de quejarse, pero no se hizo denuncia formal.

Y la agresión física

Y esto a su otra hermana:

A otra de mis hermanas la acosaron desde una moto a edad parecida, la llegaron a tirar al suelo. La empujó el que iba de paquete desde la moto, pero consiguió levantarse y salir corriendo. Debía tener unos 18 o menos. No más tarde, porque cuando lo contó comentó algo como "si me llega a pasar más mayor llamo a la policía, pero entonces solo pensaba 'en casa me matan y no me dejan salir más' y prefería que nadie se enterase".

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