Unos filósofos presumen de haber encontrado la "ley perdida" de la evolución. Es bastante más complejo

Ampliar la evolución suena bien, pero perdemos mucho por el camino

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Hay ideas demasiado peligrosas para ser pensadas. Ideas con el poder de suscitar agrias polémicas, desdibujar cosmovisiones de miles de años y subvertir los valores mismos sobre los que se asienta la sociedad. Ideas tan indomables y revolucionarias que más de cien años después de ser propuestas todavía no alcanzamos a comprender sus implicaciones totales.

Una de esas ideas es la de la evolución.

El fin de la evolución tal y como la conocemos. Eso es lo que se proponen un grupo de científicos y filósofos de varias universidades de Estados Unidos: ampliar los límites de nuestra concepción de la evolución natural. Llevarla más allá, a los límites mismos del Universo conocido (y por conocer).

La idea es tan sencilla como revolucionaria y la publican en PNAS, una de las revistas más prestigiosas del mundo: todos "los sistemas naturales complejos evolucionan". Es decir, "la evolución no se limita a la vida en la Tierra, también ocurre en otros sistemas enormemente complejos, desde planetas y estrellas hasta átomos o minerales".

Tras estudiar numerosos sistemas complejos del mundo natural (sistemas con muchos componentes diferentes, que pueden organizarse y reorganizarse repetidamente), los investigadores proponen que, independientemente de si el sistema está vivo o no, cuando "una nueva configuración funciona mejor que lo anterior, se produce la evolución".

Suena bien... "Sostenemos que la teoría darwiniana es solo un caso muy especial y muy importante dentro de un fenómeno natural mucho más amplio. La noción de que la selección de funciones impulsa la evolución se aplica igualmente" al resto del universo, explicaba Robert M. Hazen uno de los autores.

Todos sabemos que la historia evolutiva de la vida está llena de novedades: la fotosíntesis, por ejemplo, "evolucionó cuando las células individuales aprendieron a aprovechar la energía luminosa, la vida multicelular evolucionó cuando las células aprendieron a cooperar y las especies evolucionaron gracias a nuevos comportamientos ventajosos como nadar, caminar, volar y pensar".

Lo que es menos conocido, nos dicen los investigadores, es que "el mismo tipo de evolución ocurre en el reino mineral". Mientras que los primeros minerales representan disposiciones de átomos particularmente estables, las siguientes generaciones de minerales los usan como base para formas más complejas. "En los albores de nuestro Sistema Solar, los minerales eran unos 20. Ahora suman casi 6.000 conocidos hoy gracias a procesos físicos, químicos y biológicos".

Algo similar ocurre con las estrellas.

...pero no es tan fácil. El problema es que, en la práctica, su propuesta de hablar de "selección de funciones" amplía tanto la teoría de la evolución que casi pierde su sentido. Por ejemplo, las reglas que proponen son radicalmente diferentes a (y diría que irreconciliables con) las de la selección natural.

Para ellos, esta "evolución aumentada" opera seleccionando sistemas más estables y promoviendo aparición de novedades. Es decir, apuestan por un funcionalismo que tiene muy mala prensa en la biología evolutiva moderna. Es raro. Es audaz, sí; pero también es raro. Tanto que merece preguntarnos a dónde nos lleva todo esto.

Sobre todo, cuando sabemos quién está detrás. No es un secreto, la investigación está financiada por la Fundación Templeton. La Templeton es una organización dedicada a investigar la "intersección entre la ciencia y la fe". Es muy conocida por sus premios y ha hecho aportaciones muy interesantes a la investigación sobre "las Grandes Preguntas".

Sin embargo, ha estado envuelta en muchas polémicas. Por ejemplo, es conocida por sus coqueteos con el diseño inteligente. Es decir: tiene una relación conflictiva con la misma teoría de la evolución que ahora sus financiados quieren "ampliar".

Eso no quiere decir nada. Es cierto. De hecho, la idea de la evolución como principio básico del funcionamiento del Universo es sugestiva y potente. Es más, nada nos hace pensar en que el artículo de PNAS tenga errores importantes (al menos, en el plano filosófico en el que se mueve). Pero los conflictos de intereses están ahí y no debemos obviarlos.

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Imagen | Robert Lavinsky

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