Nada como hacerse mayor. Las responsabilidades, las recompensas, las emociones. Todo se multiplica exponencialmente, pero algo se pierde por el camino. Eso es lo que le ha pasado en parte a '¡Shazam! La furia de los dioses', una película superheroica que aunque no carece del todo de la espontaneidad y el carácter luminoso de su predecesora, renuncia a parte de lo que la hacía especial, quedándose en, bueno... una decente película de superhéroes.
En términos de DC a veces eso es decir bastante (salvo que hablemos de 'Morbius', claro): que Warner lance una película basada en su panteón de superhéroes que parezca una película construida como tal, que no se desmorone en el tercer acto y que funcione por sí misma es todo un hallazgo, y a 'Black Adam' nos remitimos. Por eso, respira uno aliviado de que 'La furia de los dioses' sea, como mínimo, una potente y emocionante aventura superheroica. Pero viniendo de donde viene, esperábamos algo más.
La primera '¡Shazam!' tomó al asalto el Universo DC con la historia de un superhéroe que, para empezar, se sale algo del canon de los héroes de la casa. Nacido en 1940 en los cómics como una réplica familiar de Superman bajo el nombre de Captain Marvel, en esa década llegó, gracias a su ingenuidad y a la marciana imaginación que desbordaban sus aventuras, en un personaje mucho más popular que el propio Superman. Por cuestiones de derechos acabó llamándose Shazam y desde hace décadas forma parte del panteón convencional de héroes DC, aunque siempre conservando la peculiar característica de que bajo su desmesurada fortaleza adulta hay un niño.
Su precedente sacaba buen partido de esa circunstancia y hacía un gran trabajo retratando a una familia de adolescentes que se transformaban en superhéroes adultos pero invariablemente ingenuos, lo que no deja de ser una efectiva metáfora de todos los fans ya talluditos y talluditas pero que se convierten momentáneamente en criaturas cuando se acercan a las mitologías superheroicas. La primera película jugaba con esas contradicciones y servía no solo como afectuosa parodia, sino como una potente reflexión acerca de por qué nos gusta el género.
El crepúsculo de los dioses
'La furia de los dioses' toma un camino distinto desde el momento en el que ya no puede contar una historia de origen y remite a los orígenes mitológicos de los poderes del personaje. De ahí proceden también sus némesis: un trío de diosas renegadas que quieren recuperar sus poderes (a dos de ellas, Helen Mirren y Lucy Liu, pese a dar caché al conjunto, se les ve como sobrepasadas por el exceso de pantallas verdes y situaciones imposibles... y cómo culparlas). Es decir, la película se acoge a un enfrentamiento tradicional entre héroes y villanos.
Ese enfoque cásico lo que hace es que la película olvide, para empezar, qué hacía especial a '¡Shazam!', y aunque tenemos algunas dosis de comedia desmitificadora, se viven más como un peaje que como el auténtico corazón de la película. Por supuesto, Zachary Levi sigue tremendamente entonado y conecta muy bien con su niño interior, haciendo creíble a un personaje relativamente complejo, pero lo hace con recursos que ya vimos en la primera parte.
Y aunque todo funciona muy bien, como corresponde a una película de aventuras bien pensada y bien ejecutada, es una lástima que, a grandes rasgos, nos pleguemos una vez más a los códigos superheroicos. Los monstruos son especialmente brillantes, una serie de reimaginaciones de las criaturas de la mitología griega (minotauros, arpías, cíclopes -homenaje a Harryhausen incluido-) a los que se suma un colosal dragón de diseño y presencia imponentes. Pero no deja de ser otro dragón.
Y así, entre destellos ocasionales de genio (los poderes del personaje de Rachel Zegler son una gozada) y ocasionales bajadas a lo más oscuro del cine superheroico (el deus ex machina, inesperado y cuando ya todo parecía bien encarrilado, roza lo intolerable), '¡Shazam! La furia de los dioses' está algo por encima de la media del género, pero no consigue evitar el agotamiento de la mayoría de las películas de superhéroes. Justo lo que tan brillantemente había evitado su predecesora.
Imagen: Warner
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