Japón ha creado el mejor partido de fútbol de la historia: 3 internacionales contra 100 niños

Japón ha creado el mejor partido de fútbol de la historia: 3 internacionales contra 100 niños
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"Fútbol" y "Japón" sólo puede llevar a una conclusión posible: Oliver y Benji. Lamentablemente, aquel mítico manga que moldeó la infancia de toda una generación tiene pocos visos de ser real algún día. Nadie puede estar corriendo eternamente a lo largo de un campo de varios kilómetros de extensión. ¿Significa eso que Japón ha cejado en su empeño de reinventar el fútbol? No.

Resulta que cada año nuevo, Japón cuenta con una bella tradición futbolística: enfrentar a un puñado de futbolistas internacionales, estrellas de la selección nipona (más potente de lo que el imaginario popular tiende a pensar), con decenas de niños. Una locura digna de patio de recreo en la que, en este año, 100 infantes han tratado de vencer a tres profesionales. ¿El resultado? Este hilarante, surrealista vídeo.

Los tres jugadores internacionales son Hotaru Yamaguchi, Hiroshi Kiyotake (ex-jugador del Sevilla) y Yosuke Ideguchi, y se han impuesto por dos goles a ¿uno? en el breve partido. Los futbolistas lo tienen difícil: deben superar una formación de 30-30-30-10 (sí, diez porteros bajo palos) para anotar sus goles. Los niños lo tienen más sencillo: hay una serie de postas colocadas a lo largo de las bandas. Si el balón alcanza alguna de ellas, cuenta como gol.

Tan bella escenificación se remonta a, al menos, 2013, cuando Shinji Kagawa (una de las estrellas japonesas más prominentes, hoy enrolado en el Borussia Dortmund) y otro compañero tuvieron que superar la leonina defensa de cincuenta aprendices de futbolistas. En aquella ocasión, bajo la lluvia, los representantes del combinado nacional japonés también se impusieron. Viendo el desempeño de los pequeños, atolondrados tras profesionales del balón, no cuesta entender por qué.

Ante todo, el partido es un grandísimo ejercicio de diversión. Los tres futbolistas japoneses de este año disfrutan de lo lindo sorteando obstáculos. Pequeños rivales que actúan caóticamente, sin orden ni concierto, corriendo de forma colectiva tras un balón al que jamás logran alcanzar. Cuando lo tienen en sus pies, se estorban entre ellos y se muestran incapaces de avanzar de forma efectiva. Es un batallón gigantesco pero perfectamente inútil.

Sucede igual en defensa: los Yamaguchi y compañía se plantan en el área a su antojo, marean a sus contrincantes y... Anotan goles de cabeza, en lo que podemos definir como una injusta resolución de la contienda. El segundo y definitivo gol de la victoria lo anota Ideguchi con una vaselina a la que los diminutos porteros nipones (diez, insistimos, ¡diez!) son incapaces de llegar. Y no por previsible (victoria de, err, quienes saben jugar al fútbol) el partido deja de ser grandioso. Es un éxito mayúsculo, otro más, de Japón.

Lo más alucinante es que los profesionales juegan en serio. El objetivo (narrado televisivamente al modo típico japonés) es humillar a los pobres chavales. Sólo en el extravagante país nipón un elemento de la cultura occidental tan firme y antiguo como el balompié podía pervertirse, reinventarse y enjugarse con el peculiar sentido del espectáculo nipón para dar con el mejor partido de todos los tiempos.

Un partido que, por cierto, en su día ya experimentó el Athletic de Bilbao. En aquella ocasión fue un plantel de once jugadores profesionales al completo contra cien chavales de la cantera. Jugaron en San Mamés y, al contrario de lo que los pobres pequeños japoneses logran en el partido de Año Nuevo, fueron capaces de anotar incluso un tanto. En ocasiones, la cantidad supera a la calidad. En Japón, es evidente que no.

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