Liu Cixin, el Tolstoi chino de la ciencia ficción

Liu Cixin, el Tolstoi chino de la ciencia ficción

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Liu Cixin, el Tolstoi chino de la ciencia ficción

Pongamos que la humanidad es una mosca, particularmente fastidiosa. No solo incordia, sino que se multiplica sin remedio y sin respeto por otras formas de vida. Pongamos que existe un periódico capaz de matar a dicha mosca de un plumazo. La pregunta es: ¿Hay que blandirlo y fulminarla de la existencia o hay, por el contrario, que buscar una alternativa?

Eso se pregunta Liu Cixin (Yangquan, 1963) en la novela que ha tambaleado los cimientos de la ciencia ficción: 'El problema de los tres cuerpos' (Ediciones B, Nova, 2016), la primera obra traducida ganadora del premio Hugo, algo así como el Pulitzer del género. El autor chino ha copado elogios en todas las cabeceras internacionales planteándose esta cuestión esencial: ¿Merecemos vivir?

A tal dilema le ha enchufado un problema físico célebre planteado por el matemático Henri Poincaré, un videojuego de realidad virtual capaz de recrear cientos de civilizaciones, un repaso exhaustivo a muchos de los dilemas que afronta la ciencia contemporánea y una reflexión amarga sobre la revolución cultural china. Mucha tela que cortar en apenas 400 páginas que arrancan piano piano y detonan en una escena inolvidable allá por la página 70, con una (literal) cuenta atrás.

Pero, ¿quién es Liu Cixin? Y, mejor aún, ¿por qué debe de importarnos un comino conocerlo? La respuesta fácil, de esas que se pegan a la solapa de un libro, es que ha vendido un par de millones de volúmenes de su trilogía en China. Que Barack Obama y Mark Zuckerberg lo han leído y lo recomiendan. Y que le han llovido premios, dentro y fuera de la Gran Muralla, como para echar a volar el ego más sosegado.

Liu Cixin resulta una pieza esencial para entender el devenir del fantástico contemporáneo, inmerso en una guerra cultural y política que se ha expandido a otros medios como el videojuego, el tebeo o el cine

La difícil solo puede venir, como pasa siempre, de haber leído atentamente su libro. Y sí, Liu Cixin, antiguo ingeniero informático, autor presente con muchos libros ya a cuestas, es un tío al que hay que leer. Lo es por lo que escribe y por cómo lo escribe. Y lo es también porque resulta una pieza esencial para entender el devenir del fantástico contemporáneo, inmerso en una guerra cultural y política que se ha expandido a otros medios como el videojuego, el tebeo o el cine. Por ello, sirva esta panorámica por este Tolstoi de la ciencia ficción que, con aparente clasicismo, dinamita las convenciones del género.

Alpinista de Snæfellsjökull

Provelbosqueoscuro

Cixin no sería Cixin si no fuera por un tal Julio Verne. Cuenta el autor, durante una entrevista concedida a The Guardian, que el libro que cambió su vida, 'Viaje al centro de la Tierra', lo esperaba en una vetusta caja de su padre, en la china de Mao donde la lectura de casi cualquier libro extranjero estaba prohibida.

“No se publicaban novelas de ciencia ficción y la gente no tenía nociones de una imaginería científica. En aquel tiempo, casi todas las novelas traducidas de Occidente estaban estrictamente prohibidas, así que tuve leerlo ['Viaje al centro de la Tierra'] en secreto. Fue este libro el que hizo de mí un fan de la ciencia ficción”, recuerda el autor en dicha entrevista.

El Cixin adulto fue un tipo asombrosamente calculador. Eligió hacerse ingeniero para tener una estabilidad laboral que le asegurara cumplir con su verdadera pasión: escribir ciencia ficción tras las horas del trabajo. El elegir la ingeniería tampoco era casualidad. Cixin quería estar muy cerca de los hallazgos científicos y tecnológicos para nutrirse de ellos en sus futuras ficciones. Con paciencia infinita, desempeñó esa dualidad durante treinta años. En 2005 publicaba su primera novela, 'Los ladrillos del diablo'. Cuatro años después, su vida cambiaba para siempre con la publicación de 'El problema de los tres cuerpos'.

Eligió hacerse ingeniero para tener una estabilidad laboral que le asegurara cumplir con su verdadera pasión: escribir ciencia ficción tras las horas del trabajo

El contexto biográfico de Cixin es esencial para entender el portento que despliega en sus páginas. Su ciencia ficción es hard, hard, y evidentemente nace de su desempeño profesional. Cixin es extremadamente preciso y prolijo en detalles cuando se trata de describir cualquier suceso que implique a las leyes de la física, tanto para explicarlo como para fabularlo.

Por otro lado, haber vivido lo peor, y además como niño, de la Revolución Cultural china, ha moldeado una visión del mundo de acerada crítica pero a la vez de comprensión de su complejidad. Cixin no da la impresión en su libro de ser un activista contra el régimen, ni todo lo contrario. Parece más bien un filósofo que reflexiona sin pelos en la lengua sobre lo que pasó y vivió en su país. En dicha entrevista a The Guardian el autor se confiesa sorprendido de que el régimen no haya censurado su libro y constata que sabe de dirigentes que lo han leído.

Cixin es extremadamente preciso y prolijo en detalles cuando se trata de describir cualquier suceso que implique a las leyes de la física, tanto para explicarlo como para fabularlo

El último trazo que dibujar en este breve retrato de Cixin es su descreimiento. Al menos, de puertas para fuera. Hace un par de años, a tenor de un artículo sobre la revolución cultural que estaba experimentando el fantástico, tuve la oportunidad de enviar un par de preguntas a Cixin gracias a la mediación de la editora de la revista 'Supersonic', Cristina Jurado. Una de ellas inquiría a Cixin sobre si creía que su éxito podía crear escuela en China y también fomentar que más autores extranjeros dieran el salto al mercado anglosajón. La respuesta de Cixin fue la siguiente:

En China, el éxito de la saga Tres-Cuerpos no ha revigorizado el mercado global de la ciencia ficción o servido como acicate a la creación de nuevas obras; incluso las ventas de mis otras novelas apenas sí han notado el impulso. Como conjunto, la ciencia ficción china continúa inmersa en su larga depresión. Creo que es acertado decir que el éxito de Tres Cuerpos en China es sui generis, puede que incluso accidental. Su experiencia como obra no inglesa de ciencia ficción probablemente siga el mismo patrón.

Esta respuesta nos dice que Cixin es pragmático, que tiene la cabeza fría y que no confía que una estrella fugaz pueda incendiar el cielo. Aunque hay que decir, llevándole un poco la contraria, que su novela no solo ha funcionado en Estados Unidos, consiguiendo ganar con el último volumen de la trilogía otro de los premios más prestigiosos del fantástico, el Locus.

También está funcionando en España, terreno especialmente árido para lo especulativo en literatura por más que triunfe en videojuegos, tebeos, películas y series. Así que tal vez, y solo tal vez, el impulso de Cixin sea mayor de lo que él cree.

El aburrimiento como arma secreta

el problema de los tres cuerpos

Hay un momento en 'El problema de los tres cuerpos' en el que se describe cómo percibe un personaje el estilo literario de una obra. La novela en cuestión es 'Primavera silenciosa', de Rachel Carson. Sobre el estilo de la autora, Cixin dice: “La prosa era clara y sin adornos, pero saltaba a la vista lo concienciada que estaba quien la escribía”. Creo, sin temor a equivocarme, que el autor chinés no habla solo de Carson, sino de sí mismo. Así es Cixin en El problema de los tres cuerpos: claro, sin adornos y extremadamente concienciado.

Hay algo de acto de fe en entregarse a esta novela. Cixin arranca lento, casi pedregoso. Su prosa resulta, de primeras, arcaica. No desentonaría con el tono clásico de un Asimov. Le falta la temperatura y viveza a la que estamos acostumbrados en la contemporaneidad. Su narración es clara pero aparentemente sin garra, a pesar de elegir arrancar la novela por un periodo tan convulso como la revolución cultural de Mao. Y entonces ocurren párrafos como este, que asesta el primer mazazo del libro en su página 13:

A continuación, los guardias rojos tomaron distancia y comenzaron a dispararle como si de un blanco de práctica se tratara. Para entonces, ella no sentía nada y las balas que la acribillaban eran como gotas de lluvia fina; sus lánguidos brazos apenas se mecían, eran dos enredaderas por las que resbalaba el agua. Después le volaron la mitad de la cabeza y en su joven rostro quedó un solo ojo con que mirar el límpido cielo azul de 1967. Era una mirada sin rastro de dolor. Una mirada obcecada en el fervor y la devoción.

El matarlas a la chita callando es una constante en toda la novela. Cixin juega al despiste y supone o exige una paciencia e interés en quien lo está leyendo. Quiere que se lo lea lento y por eso sus 400 páginas avanzan pausadamente, acumulando detalles biográficos, científicos o narrativos en cada página en una lectura de digestión lenta. Su estructura temporal, que enhebra continuos flashbacks al pasado, también contribuye a este efecto de leer y reflexionar sobre lo leído. Los acontecimientos que resultan insólitos en la novela en una primera lectura van desentrañándose al profundizar en el pasado de los personajes.

A Cixin le viene bien este falso aburrimiento del lector que acaba convirtiéndose en lectura cuidadosa porque tiene varias detonaciones a lo largo de la novela. Capítulos de los que estallan la imaginación.

Hay algo de acto de fe en entregarse a esta novela. Cixin arranca lento, casi pedregoso. Su prosa resulta, de primeras, arcaica. No desentonaría con el tono clásico de un Asimov

El primero, como ya comenté, es la aparición de una cuenta atrás literal. El segundo, la inmersión en un videojuego de realidad virtual fascinante, una suerte de 'Civilization' a la enésima potencia por el que desfilan las principales civilizaciones de la historia de Oriente y Occidente y personajes imprescindibles de la ciencia como Newton, Aristóteles o Einstein.

El tercero, un acontecimiento muy concreto que vive una de las protagonistas en una base secreta del gobierno, Costa Roja. En todas esas cumbres de la trama, el lector entra a pie cambiado, porque el estilo monocorde de Cixin no lo ha preparado para toparse de bruces con el asombro.

Pocas veces se puede afirmar con sentido, creo, que un autor necesite ser aburrido para ser sublime. Pero con Cixin pasa exactamente eso.

Si le llamo el Tolstoi chino es por la ambición de la escala que maneja. Novela coral, con múltiples hilos de tiempo y espacio, llena de subtramas y con tendencia a dibujar estampas de epopeya, como la gigantesca computadora humana construida durante una de las civilizaciones fallidas del videojuego o el momento inolvidable en el que el Universo le echa un guiño al protagonista.

Sus personajes son profundos, coherentes y complejos, contradicciones andantes que se advierten de carne y hueso

Pero a la vez, Cixin, aunque es un Tolstoi, se disfraza con notable éxito de Dostoyevski. Sus personajes son profundos, coherentes y complejos, contradicciones andantes que se advierten de carne y hueso. Cixin retrata con peculiar mimo a sus mujeres, muy distintas al concepto Sarah Connor de lo que entendemos por mujer fuerte occidental. Pero a la vez tanto o más valientes en las decisiones que toman que cualquier heroína de tebeo u opereta.

Por resumir, Cixin es un literato de alto vuelo pero que no guía de la mano, como un Stephen King, a su lector. Su libro no es un pasapáginas. Es un desafío. Asumirlo depara, eso sí, un enorme goce estético, filosófico y emocional.

Profeta de la diversidad a su pesar

Provelfindela

Si le quitamos unas pocas letras a Cixin podríamos tener en lugar de este apellido chino la palabra Cid. Recordemos que a este héroe de la reconquista se lo subía al caballo, ya muerto, para generar el terror en las filas enemigas. A Cixin no lo suben muerto, pero sí amordazado en la guerra que se está librando ahora mismo en el seno del fantástico.

Para ubicar al lector que desconozca la batalla presente del género, un poco de retrospectiva. Estos últimos años, el mundillo anglosajón en torno a los premios Hugo ha experimentado una escisión de carácter político y hasta podría decirse que existencial. Un ala reaccionaria de los autores desea vetar la presencia de literatos extranjeros en los premios y la representatividad de las minorías en los argumentos de las novelas a concurso; su argumentación: que se están escogiendo por motivos extraliterarios.

La otra facción lucha por promover, precisamente, esta diversidad de voces y de colectivos minoritarios. Figuras como George R. R. Martin, Mike Carey o John Scalzi han denunciado públicamente cómo el grupo reaccionario (compuesto por dos subgrupos: sad puppies y rabid puppies) ha manipulado las votaciones generando lobbys para que sus allegados coparan las nominaciones, lobbys que luego fueron disueltos por la facción contraria.

A todo esto llega Cixin rebotado y desde China. Es irónico, incluso gracioso, rastrear que la primera novela traducida ganadora de un Hugo solo accedió a condición de finalista por la renuncia de un autor, Marko Kloos. Este novelista, entre los nominados por el lobby de los sad puppies, argumentó que no quería ser ariete de ninguna manipulación política de ningún grupo y que, en consecuencia, retiraba su novela de las finalistas.

Liu Cixin abandera una alternativa para que el mercado editorial más poderoso del mundo entreabra sus puertas a autores no anglosajones

Los organizadores de la World-Con, para cubrir el hueco, eligieron a El problema de los tres cuerpos como contendiente para los Hugo. Finalmente, la novela venció el premio en una carambola maestra del azar e hizo historia. Cixin fue y ya sería para siempre el primer autor galardonado con el premio por una obra escrita en otro idioma.

La calidad de su obra me parece, como ya he comentado, incuestionable. Cixin es un gran autor, con o sin Hugo (este agosto podría ganar el segundo, vuelve a ser finalista). Pero es cierto que su victoria no deja de tener unos componentes que exceden lo literario. La cara es que abandera una alternativa para que el mercado editorial más poderoso del mundo entreabra sus puertas a autores no anglosajones.

La cruz, que estos gestos se queden en un brindis al sol, en una moda pasajera más sin consecuencias a largo plazo de la que Cixin sea lo que se teme: una rara avis, un pavo real al que admirar mientras es exótico pero que se olvida al cabo de un tiempo.

Independientemente de lo que ocurra, la actual coyuntura conviene al lector español. Porque leer a un autor de la calidad de Cixin es, como decía, un gran placer. Como poco, nos llevaremos su trilogía. Y al que tenga curiosidad por sus muchos cuentos, la editorial Tor ha colgado uno de ellos traducido al inglés gratuitamente. Va sobre una madre que habla con su feto y un feto que le contesta.

Bibliografía en castellano

El problema de los tres cuerpos (Ediciones B, Nova, 2016)

El bosque oscuro (Ediciones B, Nova, 2017)

El fin de la muerte (Ediciones B, Nova, 2018)

Párrafo para los más ‘geeks’

Aquella luz rojiza, último remanente del Big Bang, un ascua todavía caliente de la Creación, llegaba hasta sus ojos tras un viaje de diez mil millones de años. No fue capaz de ver ni una sola estrella. En principio como la tecnología de las gafas se encargaba de convertir su luz, perceptible por el ojo humano, en invisible, debían aparecer transformadas en puntos negros. Sin embargo, la difracción causada por la radiación en el rango del centímetro desdibujaba cualquier otro detalle.

El fantástico español opina


“La ficción de Cixin Liu es una carta de amor a la ciencia. Sus historias desafían al lector y le exigen que adopte nuevos puntos de vista, a través de obras repletas de ideas ingeniosas que rebosan sentido de la maravilla. Por tanto, para entender el rumbo que está tomando actualmente la ciencia ficción, es imprescindible leer a Cixin Liu”.

Cristina Jurado editora de Supersonic y autora de Alphaland.


“El gran logro de Cixin Liu radica en acercarnos la historia de China a los profanos, mezclarla acertadamente con la ciencia ficción y aderezarla con un thriller cuyo motor son los videojuegos de realidad virtual. Cixin Liu funciona así a la perfección en fusionar el pasado con el futuro, lo viejo y lo nuevo”.

Miguel Puente, autor de El círculo de Krisky y De dioses y hombres


“El problema que tengo con la obra de Cixin Liu es su reconocimiento con un premio tan prestigioso como el Hugo de ciencia ficción. En 2015 se le otorgó este premio a una obra que ni llega a ser ciencia ni parece querer ser ficción. Siendo una novela válida, se resiente de una prosa poco elegante, de unas ideas ya manejadas demasiadas veces y de una dudosa estructura en tres partes que podría haberse solventado con un contundente único acto”.

Francisco Miguel Espinosa autor de Reyes del cielo y Cabeza de ciervo.

Foto | novalibros

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