Yo también he tenido esa sensación. Fue en una destartalada casa compartida en Cambridge, cuando mis tres compañeros y yo supimos que había alguien más en el edificio. 'Nearly Headless', como le llamábamos cariñosamente, era un ratón tuerto pero inteligentísimo que, lo juro por lo más sagrado, disfrutaba jugando con nosotros de las formas más delirantes que uno se puede imaginar.
Algún día os contaré los detalles. Por ahora basta con decir que era tan bizarro el asunto que cada vez que lo contaba me miraban con la misma cara que si les confesara que un ratón escondido dentro de mi sombrero me ayudaba a cocinar los platos más complicados del mundo. Pero, ¡ja!, quién ríe el último, ríe mejor.
Lo que ha conseguido demostrar un equipo de investigación de la Universidad Humboldt en Berlin es que las ratas pueden aprender a jugar al escondite con los humanos. Es más, según los datos del estudio que nos va a ayudar a entender mejor la base neuroconductual del juego en animales, pueden volverse unas cracks en el juego. Lo sabía.
Mil maneras de jugar al escondite
Muy difícil de estudiar. Un juego es una actividad libre, sin beneficios más allá del mismo juego y que se regula por unas normas. Si os fijáis, todas esas características son difíciles de medir si no somos capaces de hablar con los jugadores. En la mayoría de investigaciones, se hace muy difícil saber a ciencia cierta si los animales están jugando realmente o simplemente han aprendido a hacer cosas.
Al fin y al cabo, ¿Quién puede preguntarles? Esto hace que el comportamiento lúdico sea muy difícil de estudiar en condiciones normales, pero si hablamos de la neurociencia del juego animal (cuyos estudios suelen ser mucho más estrictos y complejos) podemos decir con bastante seguridad que no sabemos casi nada.
Para demostrar que pueden jugar, Annika Reinhold y sus colegas de la Universidad Humboldt decidieron enseñar a un grupo de ratas a jugar a una versión simplificada del juego del escondite para comprobar si era posible. El juego escogido no es casual, se seleccionó porque curiosamente se trata de uno de esos 'universales humanos': los niños de todas las culturas del mundo juegan a distintas versiones de este juego.
Con un elaborado diseño experimental que permitía asegurar que el comportamiento de los roedores era eminentemente lúdico, Reinhold solo necesito unas semanas para que las ratas no solo fueron capaces de jugar, sino que también aprendieron a alternar los roles del juego. Es decir, aprendieron a esconderse y a buscar a los jugadores humanos. Y lo hicieron, todo hay que decirlo, con un elevado nivel de competencia.
Cuenta hasta diez... Como se puede ver en el vídeo, las ratas aprendieron a buscar a un humano oculto sin detenerse hasta encontrarlo; pero también aprendieron a esconderse y a permanecer en su sitio hasta ser descubiertas.
El trabajo es muy curioso porque muestra que los animales fueron utilizando cada vez más estrategias en los juegos usando búsquedas sistemáticas, pistas visuales o visitando previamente escondites anteriores.
A la hora de esconderse, permanecían en silencio y variaban de escondite. Además, se decantaban por ocultarse bajo cajas de cartón opaco en lugar de las cajas transparentes. Los autores llegaron a observar ruidos y vocalizaciones únicas en las ratas dependiendo de el rol que desempeñaban en el juego.
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