La pequeña gran joya de la productividad es un método de lo más simple: la regla de los "dos minutos"

Diez palabras dignas de un diez: "Si puedes hacerlo en dos minutos o menos, hazlo ya".

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En la muy a menudo no-tan-eficiente búsqueda de la eficiencia nos encontramos con más libros, artículos, podcasts, cursos y tutoriales por el camino de los que podemos gestionar. Incluso resulta difícil recordar las claves de aquello que sí pudimos seguir. Demasiados estímulos.

Sin embargo, hay una regla simple imposible de olvidar en el entorno de la productividad. Es la regla de los dos minutos, acuñada por David Allen en su metodología de Gestión del Tiempo y Productividad Personal (GTD), recogida en su libro 'Organízate con eficacia'.

Cerrando pestañas en el cerebro

Esta regla propone que si una tarea puede ser completada en dos minutos o menos debemos hacerla de inmediato. Lo que exceda esa duración ya deberá ser anotado, procesado, clasificado, etc. en nuestro sistema de gestión. Pero si es así de breve, no hay que malgastar ni un segundo en pensar sobre ello, simplemente hacerlo.

Esta máxima ha transformado mi percepción de la productividad y el manejo del tiempo. La belleza de esta regla radica en su simplicidad y su potencial transformador.

Al aplicar esta norma me sorprendí al descubrir cuántas tareas pequeñas, acumuladas, pueden convertirse en una montaña de estrés y procrastinación. Un correo electrónico rápido, ordenar un escritorio desordenado, responder a un mensaje; todas estas son acciones que, aunque pequeñas, pesan en nuestra mente y distraen nuestra atención de tareas más significativas.

Esta regla también nos enseña sobre la eficiencia. Al abordar inmediatamente las tareas pequeñas, liberamos espacio mental y energía que de otro modo se gastaría recordando y posponiendo estas actividades. Es una especie de economía de la atención, donde cada pequeña acción realizada es un paso hacia una mayor claridad mental y concentración.

No obstante, como toda herramienta, la regla de los dos minutos tiene sus riesgos. El principal es la posibilidad de abrumarnos con tareas menores, perdiendo de vista los objetivos más grandes. La clásica sensación de completitud que transmite ir completando pequeñas tareas, a veces poco trascendentes, que nos hace descuidar lo realmente importante.

Por eso es crucial utilizar esta regla dentro de un marco más amplio de gestión del tiempo y prioridades. No se trata de hacer todo lo que se pueda en dos minutos, sino de usar el tiempo para hacer lo que realmente importa y no acumular pendientes que podríamos desatascar.

Este axioma es más que un simple truco de productividad, es una filosofía de acción inmediata y gestión eficiente del tiempo. En su aplicación he descubierto no solo una mayor productividad, sino también una sensación de control y logro que trasciende mi lista de tareas. Es una pequeña regla con un impacto en el trabajo y en la vida.

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