Pixar, Madonna, judíos y niños muertos: el adrenocromo es la nueva conspiración nacida por el coronavirus

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Otra conspiración más que ha estallado a raíz del coronavirus. Y van…

En este caso, y como han empezado a señalar en la prensa seria, se trata de un bulo con casi una década de historia y que han reciclado en marzo, coincidiendo con el confinamiento masivo en casi todo occidente, desde foros como 4Chan y medios “alternativos”. Los ricos, y especialmente la élite de Hollywood, extrae de niños pequeños un compuesto, el adrenocromo, para su disfrute.

El adrenocromo, derivado de la oxidación de la adrenalina, lo metaboliza el cuerpo en situaciones de alto estrés y terror. La teoría dice que, de ingerir este psicotrópico, experimentarías una sensación similar, aunque superior, al consumo de mescalina.

A mediados del siglo XX se hicieron unos modestos ensayos sobre esta sustancia, y su vida en la cultura underground ha ido más vinculado a la ficción que a los hallazgos clínicos: el escritor de ciencia ficción Aldous Huxley se refirió a ella en su ensayo Las puertas de la percepción y el periodista Hunter S. Thompson en su fantasioso libro Miedo y Asco en Las Vegas. Aquí puedes ver a Johnny Depp tomar adrenocromo en un clip de la adaptación a la gran pantalla de Terry Gilliam en 1998 (y si entras a leer los comentarios del vídeo te darás cuenta de la envergadura del bulo).

Desde entonces, y muy probablemente gracias a la película de Gilliam, los oportunistas tomaron la referencia para actualizar una conocida obsesión de la historia subterránea: los judíos y satánicos extraen y beben sangre de inocentes bien por disfrute bien para llevar a cabo rituales espirituales.

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Esta supuesta práctica entremezcla dispersos hechos constatados del pasado remoto con delirios rampantes: si bien el mito vampírico no se ha forjado sólo, y tenemos ejemplos como el de la condesa Isabel Bathory, del siglo XVI, que exigía sangre de las jóvenes locales para mantener la eterna juventud, también sabemos que las incriminaciones por libelos de sangre a los judíos de toda Europa fueron una coartada para expropiarles y expulsarles. Si existen en la actualidad hasta tres jóvenes empresas que se ofrecen para hacer transfusiones de gente joven a adultos adinerados (con dudosos resultados), las exposiciones de los conspiracionistas sobre cómo han destapado la existencia del negocio del adrenocromo son increíbles, por no decir risibles.

Pixar lo sabía todo

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Mucha de esta literatura está asociada a las tramas de QAnon y Pizzagate, dos esferas cuyos adeptos crecen cada día y que especulan con una red de pederastia mundial por parte de la élite mediática y económica que Trump junto a otros aliados bien conectados y hartos de consentir las atrocidades estarían intentando destapar mediante pistas ante el gran público.

En ese plan estaría la compañía de películas de animación Pixar. Monstruos SA fue un intento simbólico de mostrar cómo funciona el adrenocromo: la premisa de la obra es que unos intermediarios deben provocar terror a los niños pequeños para extraerles esa energía con la que alimentar todo su mundo. Algo parecido hicieron en Buscando a Dory: los “pececillos” son, dicen, un eufemismo para referirse a los niños (de igual manera que la "pizza con queso" es un nombre en clave para hablar de pornografía según la teoría del Pizzagate), y en un cartel de la película se cuenta cómo los pececillos tienen “miedo” de los peces más grandes.

Durante el confinamiento Madonna habló de que quería comer “pez frito”, en teoría una llamada de atención a su camello para que le proveyese con material fresco (según los adrenocromers que los famosos tuviesen tan mala pinta en sus vídeos caseros durante el confinamiento es una prueba clara de que son adictos a la sustancia y no pueden operar sin ella).

En el pasado autores como Stephen King, Marina Abramovic, Mel Gibson o Lana del Rey nos han intentado alertar. También, según su versión, este videoclip de Justin Bieber no podría dejarlo más claro.

Según Wired, el conflicto no proviene del hecho de que haya gente que propague estas ideas, que realicen montajes antisemitas o que incluso se lucren con la premisa, como ha hecho el locutor de extrema derecha Alex Jones, sino que estas teorías están creciendo cada día, pasando bajo el radar de las grandes redes sociales, hasta que se hacen demasiado grandes como para que el desmentido tenga una importancia informativa.

Al contrario de lo que podríamos pensar, argumentan desde aquí, no son los medios desmintiendo bulos que de no ser por cabeceras como la nuestra la mayoría de la gente no habría descubierto los que perjudican y amplifican su importancia, sino que son los "vacíos informativos" de los medios antes de desmentirlos, dejando que campen las mentiras a sus anchas sin contrarréplica rigurosa, los que crean el caldo de cultivo verdaderamente pernicioso. Ayer mismo Facebook compartió un documento interno por el que se estima que hay "millones" de miembros de redes QAnon.

Profecía autocumplida: nos controlan por todas partes

Los conspiracionistas se sienten validados por los medios y empresas tanto por acción u omisión. Comparten sus ideas mediante mecanismos subrepticios intentando evitar la censura, como por ejemplo usando sustantivos diferentes para referirse a los hechos de la conspiración, compartiendo una frase en apariencia inocente que luego meterá al lector en Google y le llevará a “caer en la madriguera” o metiendo el texto con el contenido de su teoría en imágenes.

https://www.tiktok.com/@_taythebae_/video/6847692028327890182

Todas estas fórmulas evitan que los sistemas de rastreo de palabras conflictivas de las plataformas no les detecten, todo ello bajo la premisa de que es la verdad oculta y de que las grandes empresas quieren silenciar. En el momento en el que las redes sociales les bloquean les están dando la razón, alimentando su modelo de pensamiento.

Ahora mismo se habla sin tapujos del adrenocromo en Twitter y Facebook, pero también en Youtube, Instagram o Tiktok, redes que por su naturaleza visual hacen especialmente difícil reprimir estas corrientes que, como mínimo, fomentan el descrédito en las instituciones, y en un caso más grave pueden potenciar discursos de odio contra grupos dentro de la sociedad.

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