Maniquíes, pandas, churros en la cabeza: las 1001 maneras de los restaurantes de imponer la distancia social

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Han sido momentos muy malos para la hostelería, y los meses que viene tampoco van a estar mucho mejor. La pandemia está forzando a millones de establecimientos de todo el mundo a limitar su aforo un 30, un 50, un 70%, dependiendo de la legislación y el estado de la propagación del virus en cada región. Las previsiones apuntan a que nos queda un año largo así.

En ese contexto es lógico que muchos de estos espacios, a los que se les ha obligado a garantizar que exista dentro de ellos una distancia social y a pagar de su bolsillo esas medidas de protección, hayan decidido ponerse creativos con su aplicación, tanto para hacerlo más divertido para sus clientes como para, con suerte, llamar la atención y atraer publicidad.

El más recurrido de todos estos trucos está siendo el de colocar maniquíes que faciliten una ocupación 1:1. Es decir, un humano:un pedazo de monigote de trapo o de plástico que de alguna forma nos recuerde la deshumanización inherente a la época Covid-19. Aquí el Inn at Little Washington, un restaurante con tres estrellas Michelin en Virginia, ha optado por que los figurines se vistan acorde al resto de su propuesta decorativa.

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De relaxeo. Kevin Lamarque, Reuters.
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El que falta eres tú. Kevin Lamarque, Reuters.

Misma idea han tenido en cientos de lugares, como por ejemplo en esta caferería de Essen, Alemania.

Si el vídeo de esta librería de Turquía no te produce una profunda incomodidad social, nada lo hará.

Una trattoria en Michigan ha optado por los fantasmas. Una idea doblemente arriesgada, dado que la razón por la que se nos ha obligado a tomar estas medidas es para prevenir que mueran personas (y se conviertan en espectros) y porque en Estados Unidos no es el mejor momento para poner a falsos muñecos cubiertos por una tela blanca.

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En Greenville, South Carolina, los dueños de The Open Hearth se lo han tomado aún con más cachondeo y han vestido a un puñado de muñecos hinchables (si vieses el precio de los maniquíes tú también pensarías en optar por este camino).

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Nada extraño por aquí. Paula Strr Melehes
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Nada extraño por acá. Paula Str Melehes

(Exacto, es como mirar al abismo y que este te devuelva la mirada).

Aunque si creías que podía ser incómodo sentarte rodeado de figuras sexuales, buena suerte con lo que sientas al consumir frente a un cartón impreso de una foto de stock en Bumi Aki, en Jakarta.

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Ajeng Dinar Ulfiana

Ante escenas así qué decir.

Oh, sí, Japón.

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Kim Kyung Hoon.

Por supuesto que Japón.

El Bar-B-Q Plaza de Bangkok ha optado por una solución no del todo mala, ocupar transitoriamente las plazas con figuras de cartón con la mascota de su comercio. Barato, refuerzo de la marca, menos incómodo que la penetrante mirada de un humanoide sin alma.

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Athit Perawongmetha.

Los tailandeses también parecen haber dado con la clave: si te faltan humanos, mete pandas de peluche.

También otros establecimientos han optado por cortar el flujo humano por el otro lado, el de los trabajadores. El Royal Palace de Países Bajos cree que no hace falta limpiar las mesas... Porque los clientes ya ayudarán a este aséptico autómata ahorrándose a los camareros.

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Peter Dejong

En este otro restaurante de Amsterdam han optado por ir un paso más allá y meternos directamente en mini cuarentenas de a dos y de a cuatro, pequeñas casas-invernadero que hagan imposible que tú y tus compañeros entréis en contacto con otros clientes mientras los camareros te sirven a su vez con guantes y mamparas faciales.

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Eva Plevier.
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Este es el mundo en el que nos ha tocado vivir. Eva Plevier.

Más barata, más práctica, más ridícula es la solución de un diseñador de París, una suerte de súper cascos protectores de los que no te podrás salir.

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Benoit Tessier.

Es decir, estos podríais ser tu amigo y tú los jueves a partir de ahora.

Ahora que se viene la temporada de turismo veraniego y muchos están de buen humor, en un resort de Maryland han considerado que lo más conveniente es que sus clientes vayan por ahí con un flotador gigante que marque las distancias.

Pero no importa. Nada, absolutamente nada ha sido peor que la propuesta alemana de tomar copas con unos churros de piscina en la cabeza, ayudándonos a mantenernos a nosotros mismos a más de dos metros de distancia de nuestra propia dignidad. Un límite que ni en nuestros peores momentos como sociedad deberíamos plantearnos traspasar.

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