El incendio de Tenerife ha generado su propia "meteorología": un problema cada vez más común ante el fuego

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La noche del martes, entre Afaro y Candelaria, se inició un incendio forestal que ya ha arrasado más de 2.000 hectáreas, ha obligado a desplazar a 150 personas y, según las palabras de la presidenta del Cabildo de Tenerife, "está fuera de la capacidad de extinción".

Tras "una noche complicada" por la "zona de difícil acceso" y el aumento de la "peligrosidad del fuego por lo escarpado y dificultoso del terreno", las tareas de extinción han pasado al Gobierno autonómico y se han movilizado 14 medios aéreos y 270 efectivos. Está previsto que tres hidroaviones más se sumen a los trabajos.

Y, pese a eso, la situación seguirá siendo muy complicada.

Contrarreloj. Las mejores condiciones meteorológicas son ahora. Canarias sale de una "ola de calor" muy intensa (que ha destrozado récords, mantenido localidades enteras a más de 40 grados durante días enteros) y, en los próximos días, se sumergirá en otra.

Si los equipos de no consiguen controlar el incendio, pueden encontrarse una subida de temperaturas y una baja de la humedad relativa que convierta toda la comarca que rodea el incendio en un polvorín.

Y posiblemente ni eso sea suficiente. Porque el incendio de Tenerife parece ser el primero de su tipo en Canarias: el tipo de incendios que son capaces de generar su propia meteorología. Es decir, son capaces de crear un sistema con la atmósfera que retroalimenta el incendio y lo vuelve muy difícil de controlar.

Es lo que se suele denominar un incendio de sexta generación. Incendios "capaces de modificar las condiciones meteorológicas de la zona afectada por las llamas y su entorno más inmediato. Son fuegos rápidos y agresivos, en los que las llamas pueden superar la  velocidad de 6 km/h, lo que supone entre seis y doce veces la velocidad  de un incendio al uso", explicaba Inés Pérez Peris.

Incendios, más incendios y lo que no son incendios. Hace menos de un mes, otro incendio en La Palma arrasó 2.900 hectáreas (200 de ellas en pleno Parque Nacional de la Caldera de Taburiente). 15 días antes, un incendio había estallado en La Gomera y, entre medias, otro incendio también en La Gomera dejó la isla sin electricidad, en "cero energético".

Es el tercer "cero energético" en la provincia de Santa Cruz de Tenerife en los últimos 4 años. El de septiembre de 2019 dejó sin luz a casi un millón de habitantes. Pero esto es solo la parte más visible de un problema endémico de las islas: la debilidad estructural de las infraestructuras insulares.

Un futuro negro, pero negro hollín. El año pasado, el Grupo de Observación de la Tierra y la  Atmósfera (GOTA) de Universidad de La Laguna (ULL) publicó un trabajo realmente demoledor en la 'Scientifics reports'. Si hablamos de incendios forestales, el futuro de las islas se resume en: más calor, menos lluvias y temporadas de riesgo de hasta nueve meses.

Es cierto que estamos lejos de las cifras de 2007, cuando ardieron 35.000 hectáreas entre Gran Canaria, Tenerife y La Palma, pero los modelos predictivos no invitan al optimismo: "las temporadas de incendios se van a alargar 75 días", "los días  de riesgo extremo van a crecer un 58%" y "la superficie de terreno sometida a riesgo alto va a incrementarse un 41%". Hablamos de medias, sí; pero eso no hace los números más tranquilizadores.

No obstante, ninguno de esos es el dato más problemático. El tema clave es que los incendios van a depender cada vez menos de las altas temperaturas y van a convertirse en una consecuencia directa de la sequía. Al fin y al cabo, según los modelos actuales se espera que, en el peor de los casos, "las temperaturas pueden subir entre 3,5 y 5,5 grados en algunos puntos" de la comunidad; sin embargo, "las precipitaciones se van a reducir de un 23% a un 41%".

Y ahí es donde esa debilidad de las infraestructuras se vuelve crítica. Es decir, hay muchas cosas por hacer; pero, mientras Canarias sigue quemándose, seguimos sin hacerlas.

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Imagen | GTRES

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