Tim Powers es un género en sí mismo. Cultiva la fantasía en estricta sonoridad, pero la enmarca dentro del periodo o periodos históricos donde transcurre la trama. No es un medievalista amargado, ni un victoriano fatuo, ni un futurista; trabaja al servicio de la historia que solicita cada escenario.
No concede privilegios a sus protagonistas: son mundanos, torturados, vulgares y pocas veces íntegros. Y a los lectores ídem: algunos puzles narrativos y juegos de subordinadas se nos enroscarán como una serpiente al cuello. Así Tim es capaz de hallar lo extraordinario allá donde no debiera haberlo, de encontrar el milagro en los accesos más cotidianos. Esa es su gran virtud. Y no es decir poco.
Nacido hace 64 años (Buffalo, Nueva York), en un 1952 bisiesto, el estilo de Powers podría considerarse híbrido entre el humor encontrado de Terry Pratchett y el virtuosismo perverso de Philip K. Dick. Del primero no abraza la lucidez ágil sino la parte más lóbrega y apesadumbrada.
Del segundo son conocidas dos anécdotas clave. Una se dio en su juventud: estudiaba en la Universidad Estatal de California, pública de donde han salido nombres como Kevin Costner o James Cameron, y allí conoció a James Blaylock y K. W. Jeter, ambos amantes de la fantasía y cierto sentido del humor característico. Con ellos, a parte de dilatadas colaboraciones, fundó el llamado ‘Grupo de California’, panteón de largas noches de tertulia estudiantil sobre las temáticas emergentes del género, sobre qué es canon y qué no.
Se dice que, de estos tres alumnos, Powers destacaba como favorito del maestro Philip. Según confesión del propio autor, K. Dick fue a visitarle un día hacia el final de la tarde y, mientras hojeaba el borrador de ‘Las Puertas de Anubis’ terminó por escribirle una página entera. Nunca se ha revelado cuál, pero ahí queda ese guiño que conforma uno de los sellos de identidad de toda esta new wave de autores: el amor por la creación colectiva, casi como un proyecto escolar conjunto.
Tim Powers destacó como el aventajado favorito del maestro Philip K. Dick
Tal es el caso del poeta romántico William Ashbless, alguien que no existió e inventaron entre Powers y Blaylock, a la manera de Bolaño, para cubrir un hueco en la historia de la literatura. Y es, además de viajero perenne —su biografía apunta a los 150 años de vida—, un genial escritor.
Por donde empezar
La corriente popular dirá que a Powers hay que empezar leyéndolo por ‘Las Puertas de Anubis’, a ser posible la edición de Gigamesh de 1999.
Sería lo habitual, de hecho, tachar la primera gran pieza de la lista, cuarta novela publicada y valedora del premio Philip K. Dick en el 83, el Science Fiction Chronicle un año después y el Apollo en 1987. Pero no. A Powers se puede empezar leyéndole por el final y encontraríamos más puntos donde asirnos. Porque en ‘Las Puertas’ entronca la novela histórica con una fantasía pasada de vueltas, los largos bloques que bien podríamos tildar de masterclass, fenomenalmente documentadas, con magia y subversión conectándolo todo.
Con 'El reparador de biblias' podemos descubrir a un autor mayor en formato menor
Pero el mejor Powers también está en ‘El Reparador de Biblias’ (Gigamesh, 2009), la colección que recoge ‘Donde quiera que se oculten’, (1995), ‘Un alma embotellada’ (2006), ‘El camino de bajada’ (1982) y el propio ‘El reparador de biblias’. Esta es la forma de descubrir a un autor mayor en formato menor, de hallar algunos de sus más certeros signos sin necesidad de embarcarse en un viaje largo y, en efecto, más denso.
En ‘Donde quiera que se oculten’ convive el noir, hastiado y crepuscular, con los tradicionales viajes a través del tiempo. Pero lo mejor aquí es que el protagonista, como un lector primerizo, es un empanado total, que se encuentra con la paradoja de ser visitado por su yo del futuro y no aprovecha la oportunidad, simplemente se queda como Proust recordando a las magdalenas de su tía, un bradbury en su ensoñación eterna. El humor accidental y la mala baba están presentes en todo momento, sin catarsis: hay que retirarse un poco para ver la forma completa de ese puzle que, como en ‘Rayuela’ (Julio Cortázar, 1963), está calculado al milímetro, frase por frase.
‘Un alma embotellada’ cambia de tercio hacia el relato folclórico japonés, tratando los fantasmas con calma asumida. Una historia de amor que detona sobre la tumba de la eternamente joven Jean Harlow. Hay tanto pop en este relato que hasta se permite una referencia a Jack Sparrow. Más adelante veréis por qué este mero guiño tiene tanta miga. De ahí, Powers salta a una historia de vampiros atípica con ‘El camino de bajada’. Atípica porque comienza in media res con ferocidad, metiéndonos en el núcleo de una sociedad secreta que se cobra un alto precio por su inmortalidad.
‘El reparador de biblias’ es quizá el relato más pesado, en cuanto a información por página, donde vuelve al noir del principio y concentra lecturas sobre la ética —el alma es una moneda de cambio— que piden más espacio.
Si este cuaderno de menos de 100 páginas se queda corto, y para dar más empaque a la colección, Gigamesh siguió la pauta de las editoriales anglosajonas y publicó ‘Tiempo de sembrar piedras’, una edición que recoge estos 4 relatos más dos novellas de enfoque literario. ‘Salvación y destrucción’ comparte con ‘Un alma embotellada’ el punto de partida —alguien que se dedica a la colección y reventa de obras antiguas y de gran valor histórico—, y lleva el uso del viaje en el tiempo a un escalón introspectivo. El cierre de esta publicación lo conforma el relato que le da título.
‘Tiempo de sembrar piedras’ es el mejor punto de partida para enfrascarse en el mejor Powers
‘Tiempo de sembrar piedras’ es, además, el mejor punto de partida para enfrascarse en el Powers afincado en las historias literarias, en su idiosincrasia romántica y volátil, casi vampírica.
Y digo esto porque esta última novela corta se enmarca entre ‘La fuerza de su mirada’ (1989), publicada en España por Martínez Roca en el 92 y ‘Ocúltame entre las tumbas’ (2012), sirviendo de nexo, ambas parte del Ciclo de los Poetas Malditos. La primera es un brillante ejercicio literario donde el protagonista, Michael Crawford, convive con Lord Byron, su esposa Claire Clairmont y Mary Shelley, enfrentándose a íncubos y lamias.
En la segunda, Powers convierte en vampiros a literatos expertos desde el punto de vista de Crawford hijo. Pero antes de despistarnos vamos hacia la novela que dio origen a ese sustrato, al universo romántico, en este particular de bucaneros, torturados por ínfulas aristócratas.
Los Piratas de Tim Powers
Quitémonos rápidamente de encima esa clásica sentencia «’En costas extrañas’ inspiró tanto la saga ‘Piratas del Caribe’ como los populares videojuegos ‘The Secret of Monkey Island’ (LucasArrrts, 1990) y ‘Monkey Island 2: LeChuck's Revenge’ (ídem, 1991)». Sí, en parte es cierto. Tanto el desarrollador Ron Gilbert lo reconoció como los guionistas Ted Elliott y Terry Rossio, cuando en la cuarta película, ‘Piratas del Caribe: En Mareas Misteriosas’ dieron rienda suelta a su influencia. Como botón, esta foto.
Combates navales y maldiciones vudú. Pocas cosas más atractivas para el lector que ya ha debutado en la obra de Powers. ‘En costas extrañas’, séptima novela, escrita en 1987, es el punto de inflexión para engancharse a su estilo por una sencilla razón: nunca decae, se devora y engancha desde el primer momento.
Ofrece un tipo de literatura de aventuras ligera, incitando a buscar más, a seguir leyendo. Tras quedar segunda en el Premio World Fantasy, a España nos llegó en 1990 por medio de Martínez Roca, dentro de su colección ‘Gran Fantasy’, editorial muy conocida también por trabajar con autores como Robert Holdstock o Terry Pratchett.
La trama gira en torno a un torpe y poco desenvuelto John Chandagnac, reconvertido en pirata por sus enemigos, primero por abordar el barco en el que éste viajaba, el navío Clamoroso Carmichael, y segundo por intentar rescatar a la hija del difunto capitán, Beth Hurwood.
Una vez apodado como ‘Jack Shandy’, se embarca en un loquísimo viaje de caza de espíritus ayudado por un perro momificado, que a los lectores más jóvenes les recordará a Horrifido, el perro huesudo de ‘La pajarería de Transilvania’, buques naufragados cubiertos por tripulación zombi, hechiceras que lanzan maldiciones vudú, la búsqueda de la Fuente de la Eterna Juventud… El imaginario ideal para construir un relato fuera de lo común.
El Palacio de los genios
Como contaba Powers en esta entrevista, los comienzos no sólo suponen una búsqueda/encontronazo con la voz autoral, sino batallar contra quienes intentan imponer otras voces. Sus dos primeras obras, ‘The Skies Discrowned’ y ‘Epitaph in Rust’, escritas con apenas 24 años, supusieron un despliegue de ideas poderoso, dándose ya los sempiternos viajes temporales y los protagonistas enfrentados en dilemas morales, pero también fueron secuestradas por las directrices editoriales, mutiladas para evitar cualquier atisbo de sexo o violencia.
Obras, en fin, diseñadas para el público al que iban dirigidas. Ambas de 1976 es fácil encontrarlas editadas conjuntamente por Open Road Media.
‘Cena en el palacio de la discordia’ es, de largo, mi novela favorita de Tim Powers. No en vano ganó su segundo Premio Philip K. Dick, nominado al Nebula —el galardón se lo robó ‘El juego de Ender’— y séptimo en la lista de mejores novelas de ciencia ficción de 1986 según la encuesta anual del magazín LOCUS. Pero también es la más extraña dentro de su bibliografía, plagada de retrocesos y personajes enigmáticos.
Una mezcla rara entre la serie Firefly y el videojuego Dishonored
Quinta novela —editada por primera vez en septiembre de 1985—, transcurre en un umbral entre una California renacida de un holocausto nuclear, donde la tecnología ha quedado relegada a tercer plano: bandas de moteros a lo Mad Max pero sin gasolina y clanes de personas estructurados como asentamientos tribales. Una mezcla rara entre la serie Firefly y el videojuego Dishonored, entre el noir alambicado de western con escenarios típicos de Fallout. Y, al final, un palacio, uno que se bambolea entre La Sagrada Familia de Gaudí y La Torre Oscura de Stephen King.
Aunque están presentes todos los tics del autor, tratados con madurez, la obra se desarrolla con lentitud, con dilatados insertos históricos y un especial cuidado por la ambientación. Gregorio Rivas, el protagonista, se gana el pan dando conciertos intentando borrar su pasado como redentor. Su trabajo consistía en rescatar personas de las garras de una secta, los jaybird, que anulan por completo la mente humana.
Él mismo fue miembro, tiempo atrás, y conoce bien las prácticas de esta gente. Rivas se mueve entre el escepticismo, la adivinación, grandes dosis de alcohol y la sombra de amores perdidos. Y es, créanme, una lectura de un alcance muy superior a la media de ciencia ficción que utiliza el género como coletilla para venderse.
Las puertas del tiempo
Ahora sí, tras este zig-zag cronológico, lo ideal sería leer ‘Las puertas de Anubis’ a la que le debemos, entre otras muchas influenciadas, series como ‘El Ministerio del Tiempo’. «Personalmente, creo que las fantasías victorianas serán el siguiente bombazo, siempre y cuando podamos encontrar un término adecuado que nos englobe a Powers, Blaylock y a mí mismo. Algo basado en la tecnología apropiada de la época, como steampunk, tal vez...». Así se dirigía K.W. Jeter a la revista LOCUS, con cierta ironía para vender la moto. Ese punk a vapor o imposible Edad del Vapor no era sino una respuesta al antiguo cyberpunk, una literatura de ucronías y reconstrucción histórica.
‘Las Puertas de Anubis’ no inaugura —ese fue Michael Moorcock con ‘Warlord of the Air’, en 1971— pero sí puede considerarse la obra más importante del subgénero steampunk. Publicada en noviembre de 1983 por Ace Books, tardó poco en hacerse clásico, una novela sobria pero sofisticada, un puntal desde el que partir. Al año siguiente, coincidiendo con el segundo aniversario del fallecimiento de Philip K. Dick, logró su primer Memorial Award, comenzando una batalla de traducciones internacionales.
El plan fracasa estrepitosamente, se abre una brecha dimensional, y ahí permanece durante siglos
La novela arranca, como decíamos más arriba, con un momento histórico clave: tras haber invadido Egipto las tropas napoleónicas, el Imperio Británico se toma su revancha en Abusir, en febrero de 1802. Un hechicero conmina a sus dos fieles Fikee y Romany para viajar al núcleo de Londres y desde allí desatar el poder de los viejos dioses egipcios, y someter así a la civilización completa al poder arcano de Anubis, dios de la muerte y la resurrección.
El plan fracasa estrepitosamente, se abre una brecha dimensional, y ahí permanece durante siglos. Ya en 1983, un poderoso empresario programa un viaje temporal a un selecto grupo de personalidades, prometiéndoles un viaje de ida y vuelta al Londres de 1810.
El problema, por llamarlo de alguna manera, empieza a partir de aquí y es la razón por la que no conviene invitar a nuevos lectores a empezar por ‘Las puertas’. La novela no es complaciente ni agradecida con el lector, los hilos narrativos empiezan a entrelazarse, los que antes eran ricos ahora son pobres y tampoco tenemos un protagonista al que agarrarnos —sí lo hay, Brendan Doyle, pero lo es más por desgracia y casualidad, y su papel en escena es tan presente como el de el resto de secundarios—.
Precisamente por este motivo la novela se desenvuelve como algo tan grande y atractivo: hacia el final, el gigantesco puzle toma una forma exacta y lo que parece un guirigay de ecos a Dickens y H.G. Wells, resulta en un auténtico portento con voz propia. A partir de aquí, Powers definió su tono y estilo para siempre.
¡Declara, maldito!
A ‘Las Puertas de Anubis’ le siguieron un buen puñado de novelas: revisó sus dos primeros cuadernos bajo los nombres de ‘Forsaken the Sky’ y ‘An Epitaph in Rust’, pasó por la citada ‘En Costas Extrañas’, llegó ‘La fuerza de su mirada’ apenas dos años después —de 87 a 1989— y se embarcó en su ‘Trilogía del Rey Pescador’: ‘La última partida’, en 1992, a la que siguieron las publicaciones ‘Expiration Date’ en 1995 y ‘Earthquake Weather’, un incomprendido relato publicado en 1997 y que aspiró al Premio BSFA, al Bram Stoker y acabó ganando el Premio Locus en 1998.
Su capacidad expresiva fue adquiriendo poder, su ambición filosófica, embarcándose en terrenos simbolistas con solvencia, reforzando su praxis científica. Hasta llegar a ‘Declara’.
Para no dilatarnos diremos que Powers, poco a poco, se quedó solo. Existía mucha literatura steampunk a finales de los 90, pero muy poca tan exhaustiva y exigente como la de Tim. Como profesor de literatura inglesa y apasionado de la Historia, sus tramas cada vez contenían más de esto segundo y no era del agrado del lector medio, el que buscaba la contrapartida ligera y fantasiosa.
Con ‘Declara’ relega tanto la fantasía que la condena a un mero capricho argumental. Y, aún con todo, está presente por todas partes. Trata la Guerra Fría, el espionaje a dos bandas del célebre agente Kim Philby, de las agencias MI5 a la KGB y viceversa, y los sucesos circundantes durante 20 años de historia de una manera tan verosímil, tan virtuosa, que hará que consultes enciclopedias para saber hasta qué punto estamos recibiendo una lección de historia o leyendo una novela de ficción. Carne de paranoicos.
‘Declara’ es una novela pausada, donde no quedan restos de acción trepidante y sí de intrincadas tramas de espías, donde se exige prestar atención a las conversaciones de los personajes y tomarse una distancia de seguridad.
Ganó el International Horror Guild's Best Novel en 2001 y quedó segundo en la encuesta LOCUS, justo por detrás de ‘Tormenta de Espadas’, de George R.R. Martin. ‘Declara’ es, quizá, una de las más desconocidas entre sus seguidores, por su propia concepción, pero también la jugada más arriesgada de su carrera. El resultado, como casi siempre, es de cinco estrellas.
Powers en 2019
Tras ‘Medusa’s Web’, con la que prolonga su coqueteo con el terror empezado en ‘La última partida’ —el guión transcurre dentro de Caveat, una enorme mansión sita en las colinas de Hollywood y donde los inquilinos se encuentran con sus primos en una forma poco amistosa— llegamos al Tim Powers de 2018.
El Tim —permítanme el adjetivo "fantasmal" por no decir ectoplasmático— menos powerful de todos, mal que nos pese. ‘Alternate Routes’, al menos, posee una virtud vinculante: su fantasía urbana —ubicada en LA— es menos fantástica de lo que algunos reprocharán. A su vez, este mismo es su talón de Aquiles: la total ausencia de sentido de la maravilla, con callejones narrativos resueltos con deus ex machinas bastante formulaicos.
Más próximo a nuestros tiempos modernos, a la manera de ‘Medusa’s Web’, estas “Rutas” establecen la primera vía para una nueva serie con cierto affaire por lo paranormal: en plena autopista, las carreteras se han convertido en una especie de vórtice para los fantasmas. Y quieren devorar el mundo.
Una línea de guión para vertebrar todos esos rudimentos federales, estatales, policiales, esas capas donde el terror a veces es comedia incidental y a veces en tratado de historia griega pasada por el tamiz del cristianismo moderno. No está mal, pero carece de los desarrollos y los reposos emocionales habituales en sus novelas capitolinas.
Algo similar podemos decir de 'More Walls Broken', con la diferencia de saberse ante una de sus obras mejor escritas pero más perversas: el final es un "CONTINUARÁ" tan capcioso que ofenderá a más de un lector que busque novela conclusiva.
Aún con ello a cuestas, me aventuro a pensar que con los años esta pieza de tres investigadores se convertirá en una de las referencias de cabecera de nuevos lectores.
El Powers poeta
Más allá de ‘Las puertas de Anubis’, diríase que se esconde un poeta de primer nivel, un Percy Bysshe Shelley de aparente baja estofa pero resultados que descolocan. La primera publicación en broma, un ejercicio junto a su colega James Blaylock, lo mandaron a los magazines de la Universidad y acabó en la pequeña editorial Cheap Street Press.
Un año después, en 1987, a la fiesta se sumó al escritor Phil Garland con ‘A Short Poem by William Ashbless’, un ejercicio dedicado a ensanchar la figura literaria de Ashbless.
La devoción poética siguió durante varias décadas. En 2006 llevó a imprenta nueve sonetos bajo la autoría de Francis Thomas Marrity, personaje secundario de la novela ‘Three days to never’ (2006), aún pendiente de traducción en castellano y donde conviven un viudo y su amante de 12 años, Daphne, con la hija de Albert Einstein y un puñado de agentes secretos persiguiéndolos, cómo no, a través del tiempo. Por cierto, la edición limitada de esos ‘Nine Sonnets’, casi inencontrable, cuesta una verdadera fortuna.
Ídem con los ‘Tres sonetos de Cheyenne Fleming’, extracto poético que se incorporó a posteriores ediciones de ‘Un alma embotellada’. El estilo de estos últimos reitera los formalismos clásicos desde su prisma siempre cómico, con ciertas semejanzas a los sonetos de Julio Cortázar.
Y si lo que estás esperando es un artículo completista, deberías buscar 'Down and Out in Purgatory: The Collected Stories of Tim Powers', una colección de cuentos publicada por Been Brooks que puedes encontrar en formato Kindle, con 21 piezas revisadas —con originales que van desde 1982 a 2017— y llamada a ser la puerta de entrada idónea a cualquiera que busque situar el apellido Powers en su constelación de lecturas sin tener que cargar con mamotretos de dimensiones superiores.
¿Recuerdan aquellos debates viejos sobre qué es literatura y qué no? ¿La persecución casi enferma a cualquier obra de ciencia ficción por ser, cómo decirlo, perteneciente simplemente a un género menor?
Bien, pues Tim Powers es quizá la mejor respuesta, el carpetazo al asunto sobre este tema: la narrativa de Powers es literatura y es ciencia ficción y es, sobre todo, compromiso. Exigente consigo misma y el lector, el juego de espejos está en alterar la realidad para crear una nueva, quizá no tan sólida pero igual o más seductora.
Con sus habituales gafas de aviador jubilado, de profesor devoto de la materia que imparte, Powers no piensa dejar de echar leña a esa locomotora a vapor que es su obra, extendiendo tentáculos en géneros profanos y demostrando que es, ante todo, un amante del oficio. Celebremos su obra con cualquier excusa, que nunca sobra una buena lectura.
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