Gene Wolfe, el escritor que soñó con un futuro donde la ciencia y la magia son la misma cosa

Gene Wolfe, el escritor que soñó con un futuro donde la ciencia y la magia son la misma cosa

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Gene Wolfe, el escritor que soñó con un futuro donde la ciencia y la magia son la misma cosa

Allá por mayo de 2014, me encontraba yo en un AVE Barcelona Madrid en compañía de Neil Gaiman. Fueron tres horas de entrevista y unos pocos minutos extra para que el padre de Sueño se escribiera en una servilleta, a reto propuesto por servidor, un magnífico relato que cuelga sobre mi cama, velando mi descanso y el de mi mujer. Algún día, espero, velará también el de mi hijo.

El caso es que después de una de esas entrevistas que te tocan una vez de pura chiripa, Neil Gaiman se puso a contestar preguntas para lectores de El País. A mí me tocó hacer de escriba y traductor. Pregunta que entraba, pregunta que le traducía a Neil, respuesta que daba Neil en inglés, respuesta que tecleaba yo en castellano.

En estos asuntos andábamos cuando llegó una pregunta de las que salen siempre, que hizo sonreír al británico. Parafraseando, venía a ser: “Oiga, me encanta escribir, pero tengo trabajo, familia… ¿Qué puedo hacer?”. Lo que Neil me susurró, en su hablar voluntariamente pausado para que mi labor de escriba no fuera un infierno, fue algo así:

“Tengo un buen amigo que resulta ser uno de los mejores escritores del siglo XX. Durante buena parte de su carrera, se levantaba todos los días a las cinco de la mañana, escribía durante tres horas y luego se iba a trabajar. Así firmó muchas de sus grandes obras maestras. Se llama Gene Wolfe”.

“Se llama Gene Wolfe”. Era un nombre que, por aquel entonces, y como apasionado de estos linderos de lo imaginario, no me era desconocido. Pero confieso que tampoco me era tan familiar como otros tantos, las Ursula K. Leguin, C.J. Cherry, Kate Wilhem, Connie Willis o los Dan Simmons, David Brin, Phillip K. Dick, Ray Bradbury. Era un nombre más en una lista de extraordinarios narradores de lo imposible, uno que era señalado insistentemente como maestro de maestros.

El caso es que casi cuatro años después, mi conocimiento de Wolfe, sin ser el de un erudito, es bien distinto. Porque ya viajé bajo la luz del nuevo sol en 'La sombra del torturador'. Porque me he leído algunos de sus magníficos ensayos y relatos. Y porque he seguido el creciente runrún que lo señala como un futuro elegido a permanecer en el tiempo, ahora que la época de oscurantismo que relegó al fantástico a poco menos que ridículo divertimento comienza a virar.

Portada
Arte de Don Maitz para la portada de 'El libro del nuevo sol'.

Es triste que este cambio de rumbo se produzca justo cuando las grandes luces del monstruoso siglo veinte se apagan. Se apagó Bradbury. Se apagó Matheson. Se apagó Pratchett. Se apagó la sabia entre sabias, la bienquerida Le Guin. Y autores como Wolfe, que frisa los 86, construyen pacientemente su epitafio. Su último libro, ‘A borrowed man’, que podríamos traducir por ‘Un hombre prestado’ o tal vez mejor aún 'Un hombre de préstamo' demuestra que como octogenario, la mente de Gene Wolfe sigue siendo una luminaria.

Su argumento parte de esta premisa: tal vez, 100 años en el futuro. Nuestra civilización se ha extinguido y otra, aparentemente humana también, ha ocupado nuestro lugar. La clonación es un hecho. Los robots inteligentes y demás milagros tecnológicos, también. E.A. Smithe es una persona de préstamo. Es un clon que vive en el tercer estante de una librería pública y cuya personalidad es un recuerdo almacenado digitalmente de un escritor de intriga.

Smithe es propiedad privada, no un humano con derechos. Una mecenas, Colette Coldbrook, se lo lleva de su retiro porque este hombre de préstamo es la copia del escritor de Asesinato en Mare, el libro que enconraron junto al cadáver de Colette. El libro que oculta el secreto de la fortuna familiar de esta mecenas. No sé ustedes, pero en mi caso, 'Un hombre de préstamo' ya me acompaña en el Kindle.

Pero la pregunta es la de siempre en estos casos. Responder a quién es Gene Wolfe. Tratar de hacernos un bosquejo mental que permita comprender su obra y sus intereses en una gran panorámica. Y para hacerlo, creo que hay que olvidarse por un momento de Gene y pensar en otro grande. En un tal J.R.R. Tolkien.

Glosa magistral a un maestro

Hace 17 años, allá por 2001, Gene Wolfe se sentó a escribir sobre Tolkien. Escribió exactamente 3.179 palabras. Todas son de oro, de ese oro que llena los ojos de lágrimas de la misma manera que los llena esa K. LeGuin que dice: “la recompensa de la literatura no es el dinero, es la libertad”. La mano me tienta a transcribir por entero todas esas palabras, porque sé que explican mucho mejor que las mías quién es Gene Wolfe. Pero voy a elegir dos fragmentos que considero esenciales y dejar abierto a juicio del lector qué significan.

Este es el primero.

“La copia que recibí de ‘La comunidad del anillo’ de Fantasy & Science Fiction yace sobre mi escritorio mientras escribo. Es, supongo, la primera edición americana; fue impresa en 1956 (el año en que la compré) por la compañía Houghton Mifflin de Boston. Está estampada en dorado, y está enlazada por una tira de tela del color desvaído de unos vaqueros. Su elegante sobrecubierta se desvaneció largo tiempo atrás, aunque aún la recuerdo. Su contra sostiene un mapa de la Tierra Media doblado en muchos pliegues, de dieciséis pulgadas de lado, mostrando lugares como La Comarca, el Reino Perdido de Arnor, El Bosque Negro, Las Tierras Pardas, Rohan y Gondor.

“En su página de título ahora hay una cita de Thoreau que escribí en tinta azul hace muchos años. La reproduzco porque su presencia en esa página levemente amarillenta debería decirle mucho más de lo que este libro significa par a mí que nada que pueda escribir en mi pequeño ensayo:

“Nuestras costas fabuladas nadie las arribó, Ni marino alguno ha hollado nuestra playa, Vagamente nuestro espejismo se advierte, Y olas vecinas de flotante verde, Aun así los viejos mapas contienen Una frontera punteada de nuestro hogar”.

Y este es el segundo.

“Sam Rayburn, político de vasta experiencia, dijo una vez que toda legislación es una legislación de intereses particulares. De nuestra nación, y del siglo XX, esa afirmación es una incuestionable certeza; pero no tenía porque haberlo sido. Tenemos —pero no necesitamos— una pestilente caterva de personas inteligentes en exceso que se llaman servidores de lo público cuando todo sobre ellos y nosotros proclama que, de facto, son nuestros amos. Crean leyes (y regulaciones y decisiones judiciales con la fuerza de leyes) más rápido y más asiduamente que cualquier fábrica del mundo puede hacer cadenas; y nos las echan encima.

No tiene por qué ser así. Podríamos vivir en una sociedad donde las leyes fueran pocas y justas, simples, permanentes y familiares para todos, una sociedad en el que todos se alzaran codo con codo porque todos vivirían bajo las mismas reglas inmutables y todos conocerían dichas reglas. Cuando la tuviéramos, tendríamos también una sociedad en la que la falta de riqueza no sería una razón para el resentimiento, sino un impulso a la ambición y en el que el poseerla no sería una invitación a la holgazanería sino una llamada al servicio.

Lo tuvimos una vez y en algún momento de este tercer milenio la volveremos a tener; y si olvidamos agradecer a John Ronald Reuel Tolkien por ello, habremos comenzado el lento y no siempre desagradable retorno a Mordor. Libertad, amor entre vecinos y responsabilidad personal son peldaños; él no podía subirlos por nosotros, esa es una tarea que nos compete. Pero nos ha enseñado el camino y la recompensa”.

J.R.R. Tolkien retratado en 1967.
J.R.R. Tolkien retratado en 1967.

El ensayo, para quien quiera leerlo completo, espera aquí. Y contiene la única carta que Wolfe recibió del autor de 'El señor de los anillos'.

Volvamos a Wolfe. Wolfe aporreando teclas a las tantas de la madrugada antes de irse al trabajo. Para quien tenga curiosidad, el Wolfe adulto, el que superó la polio infantil y la Guerra de Corea, era un ingeniero industrial. De hecho, contribuyó esencialmente a la máquina dispensadora de patatas Pringles, hecho que seguro sirvió para fermentar su afilado humor de sabores amargos. Pero Wolfe no se dejaba vencer por ninguna mundanidad u obligación. Escribía. Escribía incansablemente. Al punto de firmar, hasta la fecha, 26 novelas y 12 colecciones de relatos. Que se dice pronto. Entonces, ¿por dónde empezar?

En la introducción de su Wiki particular, que la tiene, se le hace al internauta precisamente esa misma pregunta. ¿Por dónde empezar? La recomendación viene en obra de ensayo, por el excelso autor secundario que abrió estas líneas: Neil Gaiman y su estupendo y divertido artículo ‘Cómo leer a Gene Wolfe’. A su manierista manera, esta guía de Gaiman me parece un estupendo modo de arrancar el recorrido bibliográfico por el maestro Wolfe.

  1. Cree en el texto implícitamente. Las respuestas están ahí.
  2. No creas en el texto más lejos de lo que puedas lanzarlo, si acaso tan lejos. Es un material tortuoso y desesperante y puede que se caiga de tu mano en cualquier momento.
  3. Relee. Es mejor la segunda vez. Será aún mejor la tercera vez. Y, en cualquier caso, los libros se reinventarán a sí mismos mientras estás lejos de ellos. ‘Paz’ fue para mí un recuerdo amable del Medio Oeste la primera vez que lo leí. Solo se convirtió en una novela de terror en la segunda y tercera lecturas.
  4. Hay lobos ahí, merodeando entre las palabras. A veces, se salen de las páginas. A veces, se esperan a que cierres el libro. El almizcleño rastro del lobo a veces se pude enmascarar con el aroma del romero. Entiende que estos no son lobos de hoy en día, escabulléndose en manadas por lugares desiertos. Estos son grandes lobos del pasado, enormes y solitarios; que podrían defender su territorio frente a un oso.
  5. Leer a Gene Wolfe es una labor peligrosa. Es como el acto de un lanzador de cuchillos, y como en todo buen acto de un lanzador de cuchillos, puede que pierdas dedos, orejas u ojos en el proceso. A Gene no le importa. Gene lanza los chuchillos.
  6. Ponte cómodo. Vierte el té en la taza. Cuelga la señal de ‘¡NO MOLESTAR!’. Empieza por la página uno.
  7. Hay dos tipos de escritores inteligentes. Los que subrayan lo listos que son y los que no ven necesidad en subrayar lo listos que son. Gene Wolfe es de los segundos y la inteligencia es menos importante que el relato. No es listo para hacerte sentir tonto. Es listo para que tú también seas listo.
  8. Estuvo allí. Lo vio ocurrir. Sabe qué reflejo vieron en el espejo de aquella noche.
  9. Debes estar dispuesto a aprender.

Lo de que sean nueve y no diez los consejos se responde a la manera muy Gaiman: “Nueve es un buen número”.

Siendo algo más preciso y menos divertido que Gaiman, mi consejo para leer a Wolfe es similar al que le plantearía al lector con cualquier otro autor que tenga un corpus enorme. Es útil separar las sagas del resto de obras y decidir si estamos preparados para la caza mayor o lo que queremos es un picoteo.

Si la respuesta es lo segundo, lo mejor es siempre empezar por los relatos. Wolfe, como decíamos, tiene nada menos que 12 antologías publicadas. Pero hay una, que apenas cuesta 6,64 euros en versión Kindle, que permite zambullirse en los múltiples e inciertos sabores de Wolfe. 'The Best of Gene Wolfe (Tor Books, 2009)' contiene nada menos que 31 historias del autor, escogidas entre sus trabajos más premiados y abarcando todo el rango cronológico de su producción.

Pero si el lector se quiere atrever con la caza mayor, paciencia. Porque hablamos de nada más y nada menos que de doce novelas, el Ciclo Solar de Gene Wolfe. Es aquí donde tiraré de los profundos recuerdos que dejó en mi ‘La sombra del torturador’ la novela que abre la pentalogía del Ciclo del Sol Nuevo, uno de los tres que compone este opus magnum del autor y del fantástico en general. Literario o lo que se tercie.

Bajo el sol binario de la fantasía y la sci-fi

Fantaciencia es una palabra híbrida que alude a la mezcla, normalmente indiscernible, entre ciencia ficción y fantasía. La ciencia ficción y la fantasía se diferencian entre sí solo en un aspecto. Ambas intentan describir mundos sometidos a reglas conocidas, pero la ciencia ficción intenta abordarlas en base al conocimiento científico y las leyes del universo que hoy percibimos (evidentemente, tirándose a la piscina del futuro) y la fantasía se inventa sus propios mundos con sus propias reglas.

The Citadel Of The Autarch By Bruce Pennington
Arte para la novela 'La ciudad del Autarca' de Bruce Pennington.

Cuando se mezclan las dos, algo pasa, algo extremadamente interesante para paladares como el mío. Que se cae en una frontera intergenérica que Todorov llamó el fantástico y que yo entiendo como lo weird. Aquellas ficciones que enturbian sus reglas y son pretendidamente incompletas, abiertas a la interpretación.

No porque su arquitectura sea menos robusta que en los casos más puros de género (suelen serlo más por tener que soportar complejidades mucho mayores), sino porque el autor elige contar la historia buscando generar preguntas no ofrecer respuestas. Entrega un puzle no resuelto y no espera otra cosa que cada lector case en él las piezas que faltan de la manera que más lo satisfaga.

‘La sombra del torturador’ es un ejemplo maestro de ello. Es un libro sumamente extraño, del que me cuesta recordar los detalles de la trama pero del que guardo imágenes inolvidables de esa civilización futura donde magia y ciencia parecen haber confluido en la misma e inefable cosa. Hay múltiples pasajes que me encandilan, pero creo que el que más, y que siento que explica ese lado “peligroso” de Wolfe que comentaba Gaiman, es una visita de los protagonistas a un parque urbano donde el espacio y el tiempo no juegan con nuestras reglas.

Para entenderme, lo mejor es leer.

“El Jardín Botánico se encontraba en una isla cercana a la orilla, encerrado en un edificio de cristal (algo que yo no había visto antes y que no sabía que pudiera existir). No había torres ni muros almenados, sólo el tholos facetado que se alzaba hasta perderse en el cielo, y cuyo resplandor se confundía con el de las pálidas estrellas. Le pregunté a Agia si tendríamos tiempo de ver el Jardín, pero antes de que pudiera responderme, le dije que lo vería, hubiera tiempo o no. El hecho era que no tenía escrúpulos en llegar tarde a la cita con mi muerte, y estaba empezando a tener dificultades para tomarme en serio un combate librado con flores.

—Si deseas pasar tu última velada visitando el jardín, sea —dijo—. Yo misma vengo aquí a menudo. Es gratis, pues lo mantiene el Autarca, y entretenido, si uno no es demasiado remilgado. Subimos por escaleras de vidrio color verde claro. Le pregunté a Agia si el único propósito del enorme edificio era obtener flores y frutas. Riendo, negó con la cabeza y señaló la amplia arcada que se abría delante de nosotros.

—A ambos lados de este corredor hay cámaras, y cada una de ellas es un biopaisaje. Te lo advierto porque aunque el corredor es más corto que el edificio, las cámaras irán ensanchándose a medida que nos adentremos en ellas. Hay personas a las que esto les resulta desconcertante.”

Desconcertante es una palabra que le va muy bien a Wolfe. Es como esa cita de Thoreau que decidió inscribir en la página del título de su primer tomo de ‘El señor de los anillos’. El espejismo de nosotros. La frontera punteada de nuestra morada. Esa sensación, que todos conocemos, del despertar de un sueño tan bello como aterrador que se desmadeja en la memoria mientras volvemos a la vigilia.

Arte para la portada de
Arte para la portada de 'La garra del conciliador' de Bruce Pennington.

Dicho lo cual… Estos doce libros se leen en tres tandas. La primera consta de cinco volúmenes, y transcurren bajo el aura del Sol Nuevo. Son: ‘La sombra del torturador’, ‘La garra del conciliador’, ‘La espada de Lictor’ y ‘La Urth del Sol Nuevo’. Todos ellos versan sobre un personaje fascinante, Severian, aprendiz de torturador que traiciona a su orden por el imperdonable pecado de la piedad y que se verá obligado a vivir una odisea de gran tragedia griega.

La cuenta en primera persona, y este detalle conviene remarcarlo porque los narradores de Wolfe no son fiables. Wolfe, como bien dice su Wiki, sí lo es. Así que una manera de jugar con lo que cuentan los narradores, con lo que omiten, endulzan o falsean, es sumergirse en su psicología profundamente; porque si uno conoce los interiores de la morada mental de otro, podrá saber cuándo este otro miente y, en consecuencia, adónde apunta la verdad.

La segunda etapa del Ciclo del Sol es el Sol Largo y si tuviéramos que fiarnos del ministerio y su ISBN, nunca fueron publicados en España. Pero si lo fueron, por la editorial Minotauro, allá por los primeros 2000. La componen ‘Nocturno de Sol Largo’, ‘Lago de Sol Largo’, ‘Caldé del Sol Largo’ y ‘Éxodo del Sol Largo'.

Hasta donde alcanza mi investigación, el cuarto volumen nunca llegó a ser traducido por Minotauro. El ISBN, que atribuye la autoría de los libros a su traductor (pobre Wolfe), no lista ese cierre de la tetralogía. El protagonista de este ciclo es Patera Silk, una suerte de personaje mesiánico y revolucionario que tan bien se le da al fantástico del siglo XX, como bien demuestran el Ender de Orson Scott Card o el Paul Atreides de Frank Herbert.

El cierre de este largo ciclo lo componen tres novelas, todas del Sol Breve. Un nuevo personaje toma la voz narrativa y concatena la búsqueda del protagonista del Sol Largo, Silk, con sus vivencias del presente. Cronológicamente, los tres libros que componen esta saga son la antesala de los cinco con las que Wolfe firmó en los 80 su pentalogía del Nuevo Sol, en retruécano retorcido muy del gusto del autor.

Gene Wolfe Retrospective
Arte inspirado en el 'Libro del Sol Nuevo' de Chris Gerwel.

Amén de todo lo dicho hay varios relatos ambientados en este mundo y una colección de ensayos sobre él, escritos por Wolfe, titulada ‘El castillo de Otter: Un libro sobre el Libro del Sol Nuevo’. Huelga decir que a este titánico trabajo le llovieron los premios. Sobre todo en su primera etapa, la que compone las cuatro novelas, más la coda de Urth, del 'Libro del Sol Nuevo'. De 1981 a 1984, Wolfe ganó todo lo que sigue: dos Premios Locus, un premio Nebula, un August Derleth, un World Fantasy, un Joseph Campbell y un BSFA. Poco menos que todo lo que había en disputa.

Pero, ¿hay vida más allá del Ciclo Solar? Claro que sí. La editorial Valdemar, ese edén demoníaco en el que los amantes de las sombras moramos con placer infinito, publicó un libro de Wolfe, ‘El diablo en un bosque’ allá por 1993. Es una novela ambientada en la Edad Media y protagonizada por un huérfano; para Wolfe, fue su intento de reflejar, con realismo, qué debió ser vivir como campesino la Edad Media.

Y hay otras joyas pendientes de traducción. La que más me fascina, y en la que espero sumergirme pronto, es ‘Paz’, escrita en 1975 por el autor y con una premisa fascinante. Wolfe elabora el monólogo interior de Alden Dennis Weer, un hombre que narra sus vivencias aparentemente mundanas hasta que el lector se da cuenta de que el narrador está contando el relato desde un plano de existencia que no puede ser el nuestro. Es, según dice Wolfe, su novela favorita. Y sonar, suena fascinante.

Hasta aquí el paseo por Wolfe y sus maravillas, que me gustaría resumir en una cita que se le atribuye a una carta de Wolfe al mismísimo George R.R. Martin, hablando de esa pasión lectora que explica mejor que nada adónde apuntan sus obsesiones literarias: “Mi definición de una gran historia no tiene nada que ver con un ‘trasfondo variado e interesante’. Es esta: ‘Una que se pueda leer con placer por un lector cultivado y releer con un placer aún mayor”. Las suyas, desde luego, son de esa calaña.

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