Es oficial: Podemos e Izquierda Unida formarán una candidatura unitaria de cara a las próximas elecciones generales del 26 de junio. El acuerdo pone fin a semanas de negociaciones y a un viejo anhelo de la izquierda española, el de la unidad política y la confluencia electoral. Pero también abre una brecha más gorda en la historia de un partido, el PCE, el Partido Comunista de España, que ve aún más diluida su identidad electoral en el cambiante panorama electoral español. La suya es, desde el fin de la dictadura y la llegada de la democracia, una historia de cambios, adaptaciones, pequeños éxitos y grandes fracasos.
¿Qué supone el siguiente paso en el escalón, el de la unión con Podemos, un partido de nuevo cuño que se ha apoderado del espacio electoral de Izquierda Unida rompiendo, precisamente, con la política antigua que también representa el PCE? Puede que un éxito, en forma de recuperación de poder orgánico en las instituciones, pero puede que otro fracaso, acaso la consumación definitiva de su irrelevancia en el espectro político español, uno en el que sus siglas se ven diluidas en dos coaliciones distintas. Conviene, por tanto, repasar su historia durante las últimas décadas, y aproximarnos a su papel en la España del presente.
El fin de la dictadura y las traiciones
Lejos quedan los días en los que el Partido Comunista representaba la organización política de más importante calado más allá del régimen franquista. Durante los años de la posguerra y la larga travesía tanto en el exilio como en la clandestinidad, el PCE fue objeto de persecuciones sistemáticas por parte del franquismo, reforzado por el contexto de la Guerra Fría en su particular represión del partido. La abierta hostilidad ideológica del régimen hacia el comunismo favoreció, en muchos sentidos, un carácter icónico de su oposición, sustentado a nivel interno por centenares de miles de militantes en la clandestinidad.
Sin embargo, a la altura de 1975 el Partido Comunista quedaba lejos de aquel fantasma perseguido durante cuatro décadas por el franquismo. El acceso a la secretaría general de Santiago Carrillo a principio de la década de los sesenta provocó que el partido virara ideológicamente al eurocomunismo, tendencia propulsada desde el comunismo italiano y francés. Su aceptación del proceso democrático y su aspiración de alcanzar el socialismo por métodos pacíficos y no revolucionarios distanciarían al PCE de la Unión Soviética y de la ortodoxia comunista, provocando recelos y tensiones internas.
En cierto sentido, la posición adoptada por Carrillo favoreció su asimilación dentro de la Transición, en la que el partido jugaría un papel clave. El rechazo de la ruptura total con el anterior régimen franquista, la aceptación de la reforma y la respuesta no violenta de los crímenes de Atocha, en los que un grupo de ultraderecha acabó con la vida de varios abogados vinculados a Comisiones Obreras y al Partido Comunista, además de la aceptación provisional de la monarquía y de la bandera rojigualda, permitieron su legalización cuatro décadas después, y su participación en las primeras elecciones democráticas españolas tras la Segunda República. Su candidato sería Santiago Carrillo.
En el camino, el PCE había traicionado parte de su ideario en pro de un proceso de transición que, en su caso, supuso un juego de puros equilibrismos. El rechazo definitivo o temporal de elementos centrales a la ideología del partido, como el republicanismo, provocó que diversas facciones internas optaran por diversas secesiones, en un proceso de desintegración que se alargaría hasta mediada la década de los ochenta. El PCE perdía militantes y, para colmo de males, obtenía pobres resultados electorales. Su mejor resultado, en 1979, sólo le deparó un 10% de los votos totales (23 escaños). Tercera fuerza política, sí, pero muy lejos del PSOE. Tres años después, se desangraría: 4% y tan sólo 4 escaños.
La caída de Santiago Carrillo y la entrada en IU
El pobre rendimiento electoral de Carrillo precipitó su salida de la secretaría general del partido. Para entonces el partido estaba profundamente dividido entre varias facciones, a cual más dispar. Por un lado los carrillistas, cuyo control del partido había sido férreo, castigando duramente a sus opositores internos; por otro, los ortodoxos, cuyo posicionamiento ideológico era más cercano a la doctrina soviética; y por otro, los renovadores, una tercera vía más moderada y aperturista que las dos anteriores, cuyo ánimo, en gran medida, era superar la imagen anquilosada del PCE, la misma que le lastraba en las elecciones.
Finalizada la transición y con la formación muy debilitada, el Partido Comunista (controlado por los renovadores y expulsado Carrillo) promueve la coalición electoral de Izquierda Unida. Formada de cara a las elecciones de 1986, en las que el PSOE reeditaría la espectacular victoria de cuatro años atrás, sería la primera ocasión en la que el PCE no acudiría con marca propia a los comicios. IU serviría de lanzadera electoral y de coalición de partidos de izquierda (muchos de ellos escindidos con anterioridad del PCE), en la que cada uno gozaría de autonomía propia. Sin embargo, la alianza estaría controlada por el PCE. Ese año, con Gerardo Iglesias (su secretario general) de candidato, IU obtendría 7 escaños.
El liderazgo de Iglesias es breve. En 1988, es sucedido por Julio Anguita, el hombre que habría de definir la imagen moderna del Partido Comunista y, por extensión, de Izquierda Unida. Anguita era un líder carismático que había llevado a la formación a gobernar una capital de provincia, Córdoba, durante ocho años, un éxito sin apenas precedentes en la geografía española. Desde su acceso al poder a finales de los ochenta renueva la imagen de Izquierda Unida, se aprovecha con habilidad del desgaste del PSOE en el gobierno (asolado por las huelgas y por la inestabilidad económica y política) y obtiene 17 escaños en las elecciones de 1989, el mejor resultado de la formación desde 1979.
Anguita articula una retórica anticapitalista, en ocasiones radical y muy carismática. Izquierda Unida se posiciona entonces como un elemento de oposición y control al gobierno socialista, asediado por los escándalos de corrupción y la crisis económica, y como una alternativa efectiva a la derecha. El juego estratégico de Anguita, muy ácido, genera críticas hacia la formación desde el entorno socialista, pero permite a IU generarse un espacio electoral singular y personal, ausente de la estrategia del Partido Comunista durante la década anterior. Todo ello le permite obtener 18 escaños en 1993 y 21 en 1996, superando el 10% de los votos. Son los mejores resultados de IU-PCE desde la dictadura.
Los líderes del PCE-IU desde la democracia, en fotos
La marcha de Anguita y el retroceso electoral
La caída de Felipe González al frente del gobierno coincide con el pico máximo de Izquierda Unida, uno que la formación no lograría repetir en los años venideros. Anguita sufre dos infartos y se ve obligado a abandonar la dirección tanto del Partido Comunista como de la agrupación electoral. Le sucede Francisco Frutos. En un contexto de creciente apoyo hacia el Partido Popular y hacia el gobierno de José María Aznar, Frutos opta por firmar un acuerdo de investidura pre-electoral con el Partido Socialista, sumido en un mar de dudas tras la retirada de González y las luchas internas por la candidatura electoral.
El resultado es desastroso para ambos: el PSOE obtiene un paupérrimo resultado, el peor desde los años ochenta, e Izquierda Unida se deja más de un millón de votos en el camino. El éxito de IU durante los primeros años de los noventa se había edificado en contraposición al PSOE, no a través de una identificación electoral y programática automática con la formación socialista. Perdido el discurso independiente elaborado por Anguita, IU languidece: mientras el PSOE recupera parte del terreno perdido tras la mayoría absoluta del PP, la formación sólo consigue 3 escaños (un 4,96% de los votos totales) en 2004. Pierde terreno.
Entre tanto, la identidad del Partido Comunista es cada vez más difusa. Gaspar Llamazares, de Izquierda Abierta, se alza como nuevo coordinador federal de Izquierda Unida, sucediendo a Anguita y arrebatando al PCE un puesto clave en la dirección de IU. Es el candidato tanto en 2004 como en 2008, y vira el discurso de la formación hacia posiciones más verdes y alejadas de los presupuestos ideológicos tradicionales del Partido Comunista. En 2008, una vez más, IU toca suelo: tan sólo obtiene un escaño (más el de su aliado en Cataluña, ICV) y no supera el millón de votos. El voto izquierdista se concentra en torno al PSOE, en unas elecciones marcadas por la polarización entre los dos grandes partidos.
La crisis, la esperanza y la decepción final
La crisis económica y política que se abre en España tras las elecciones de 2008 permite a Izquierda Unida, y al Partido Comunista por extensión, disparar sus expectativas electorales. Las políticas de recortes impuestas por el gobierno socialista y el estallido de movimientos sociales como el 15-M, que reclaman una renovación en las formas políticas y muestran su hastío con los partidos tradicionales, hacen entrever un crecimiento notable de Izquierda Unida en las elecciones generales de 2011. El resultado mejora lo presente (1.600.000 votos, 8 escaños más 3 de ICV en Cataluña), pero sigue lejos de sus máximos históricos.
Para entonces, y tras una nueva mayoría absoluta del Partido Popular, resulta evidente que Izquierda Unida no ha sido capaz de catalizar el descontento popular surgido de la recesión y de la crisis de representación en el sistema político. La coordinación federal ha vuelto a quedar en manos del PCE, gracias al ascenso y a la candidatura electoral de Cayo Lara, pero Izquierda Unida encuentra competencia en su espacio electoral por primera vez en su historia: las siguientes elecciones, las europeas de 2014, observan el ascenso de Podemos, cuyos 1.200.000 votos les proporcionan 5 eurodiputados, sólo uno por detrás de IU.
La irrupción de Podemos representa un problema para IU: la formación surge de los mismos círculos de izquierda anticapitalista, pero elabora un discurso de carácter más transversal en torno a elementos retóricos más difusos, pero también más efectivos electoralmente (arriba-abajo, lo nuevo frente a lo viejo). En la primavera de 2015, durante las elecciones autonómicas y municipales, su estrategia resulta ser más exitosa: Podemos desbanca a IU como segunda fuerza izquierdista en todas las comunidades, mejorando sus resultados históricos en buena parte de ellas. A nivel municipal, ciudades como Madrid, Zaragoza o Barcelona esbozan las futuras candidaturas de confluencias.
El retroceso de IU y del PCE en las autonómicas y municipales precipita el relevo generacional: Cayo Lara da un paso atrás (pero se mantiene como coordinador federal de la formación) en favor de Alberto Garzón, más joven y con mayor popularidad entre el electorado. De cara a las generales de 2015, Garzón negocia con Podemos una fórmula electoral semejante a las confluencias municipalistas, pero es incapaz de lograr acuerdo alguno. Podemos cuenta con altas expectativas electorales (refrendadas en 69 escaños) e Izquierda Unida, relegada a un tercer plano e incapaz de conectar con la dinámica de cambio en el sistema de partidos español, se juega su supervivencia. Se salva por dos escaños.
Seis meses después, la confluencia sí es una realidad: Podemos e Izquierda Unida (reformulada como Unidad Popular) acudirán como una lista unitaria a las urnas. Es la nueva encarnación del PCE, un partido histórico diluido ahora en dos alianzas electorales, Izquierda Unida y la suma de Unidad Popular y Podemos, cuya supervivencia parece depender de nuevas y cada vez menos ventajosas confluencias. ¿Es el paso final hacia su irrelevancia? Lo veremos el 26 de junio.