Cuando Virginia Woolf humilló a la armada colonial británica

Cuando Virginia Woolf humilló a la armada colonial británica
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En honor a los 136 años de la vida de Virginia Woolf tenemos a diversas páginas recordando a esta crucial escritora del siglo XX, también su Doodle particular. Las biografías reflejarán la melancolía y la depresión que cruzaron su historia, pero lo que algunos se dejarán en el tintero, por falta de espacio, es esa otra dimensión de su vida, aquellos momentos en los que no fue un ánima, sino un poltergeist. Un troll, si se nos permite la expresión. Al menos así debió sentirlo la Marina Imperial Inglesa.

La anécdota aparece en el libro Los años de vértigo, de Philip Bloom. Woolf, antes de perder su apellido de casada y aun llamándose Virginia Stephen. Junto con su hermano Adrian formaba parte de un círculo de intelectuales de la alta sociedad británica. Uno de sus integrantes, Horace de Vere Cole, consagró su vida al arte de la trastada, siendo algunas de ellas especialmente pesadas e incluso atrevidas para la época.

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Google celebra el 136º cumpleaños de Virginia Woolf.

A esa segunda categoría pertenece el conocido como “engaño de Dreadnought” o "Dreadnought hoax". Cole quería entrar en la Royal Navy y que le enseñasen su buque insignia, el HMS Dreadnought. Pero no iba a entrar a recorrer las instalaciones de cualquier manera: para ello se iba a disfrazar de príncipe abisino.

Así que, como cuenta Bloom, la señorita Stephen se incorporó a los planes de la trastada de un grupo de seis en el que todos los demás eran hombres. Ella también se disfrazó de príncipe etíope cortándose el pelo, embetunándose y colocándose un turbante y una tupida barba negra “que le sentaba muy bien”.

Lo prepararon todo al detalle durante días. Primero un amigo del grupo envió un telegrama a nombre de Sir Charles Hardinge haciendo saber al Ministerio de Asuntos Exteriores lo siguiente: “Príncipe Malaken de Abisinia y corte llegan 16:20 hs. Weymouth. STOP. Quiere ver Dreadnought. STOP. Lamento último momento. STOP. Olvidé telegrafiar antes. STOP. Llevan intérprete. STOP”. El auténtico Hardinge no se enteraría del telegrama que supuestamente había enviado hasta días después.

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El HMS Dreadnought era el orgullo de la Royal Navy, un símbolo público de la fuerza y ​​la sofisticación tecnológica del imperio británico. Wikipedia commons.

Al recibir el telegrama, el secretario del ministerio no dudó ni por un momenoo de lo que leía (ya por aquel entonces el reino de Abisina se conocía como Etiopía) y se lo envió al vicealmirante May, el responsable del acorazado Dreadnought, anclado en el puerto de Weymouth. La noticia corrió por la cubierta del famoso barco. Unas cuantas millas más allá Cole, bajo el nombre de "Herbert Cholmondeley y junto con sus amigos, salía de Paddington en un tren VIP Paddington en dirección al puerto.

Según cuenta la leyenda, Virginia y otros tres compañeros aprendieron en los días previos y durante el viaje un puñado de palabras en swahili que chapurreaban mezclándolas con fragmentos en griego de la Eneida, que habían estudiado durante sus años de formación. Quinto y sexto de la formación adoptaron los papeles de nobles e intérpretes alemanes del grupo de príncipes para poder comunicarse con los militares.

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Dediquemos un momento a contemplar la belleza de los evidentes disfraces del grupo de Bloomsbury (Woolf a la izquierda).

Llegó la delegación imperial, y una alfombra roja y una banda de música se dispusieron a su llegada. Diversos miembros de la Armada se habían preparado para la comitiva y les recibieron con todos los honores que pudieron. Dada la escasa antelación, hubo que improvisar algunos detalles, como por ejemplo desplegar la bandera de Zanzíbar en lugar de la de Abisina.

Ni comandantes ni almirantes, tampoco oficiales, pese a que uno de ellos era primo directo de Virginia y Stephen, desvelaron la auténtica identidad de los falsos príncipes. No se dieron cuenta ni de que eran personas blancas pintadas de negro, pese a que una lluvia comenzó a caer y desmejoró el maquillaje de la tropa, hasta el punto de que empezó a desprenderse el bigote postizo de uno de los bromistas; pero antes de que el traspiés fuese a mayores el falso traductor alemán le explicó al vicealmirante que preferirían entrar al barco porque el frío y la lluvia no eran habituales en Abisinia, y el sultán y su corte podían enfermarse.

También pidieron alfombras de oración y ofrecieron unas falsas condecoraciones militares a algunos de los oficiales. A cada tanto, el intérprete le susurraba el emperador abisino “su majestad” al oído mientras le mostraba puntos de interés de la embarcación. Después de que sonara el himno nacional etíope, entraron al buque.

Allí inspeccionaron las instalaciones, exclamando diversos términos inventados y diciendo “bunga bunga” a cada tanto. Tras cuarenta minutos de visita y con el God save the Queen como himno de clausura, abandonaron el barco, subieron al tren y volvieron a Londres.

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The Daily Mirror, sin piedad.

Pero el insulto a la Armada no estaría completo si el público no se enterase de la ingenuidad y falta de preparación de sus fuerzas del orden. Cole y compañía tenían un as en la manga. Para ser más concretos, una elegante fotografía del grupo de príncipes protagonista del lance. La enviaron al Daily Mirror, que publicó la noticia con gran sensacionalismo un par de días después. Hacia finales de semana ya estaba ocupando espacio en varios periódicos londinenses, así como viñetas humorísticas. Con posterioridad se conocería este incidente como uno de los primeros hoaxes de la historia.

No hubo grandes consecuencias para el Círculo de Bloomsbury, ya que no habían quebrantado ninguna ley, aunque algunos de los oficiales de la Armada más indignados fueron a casa de Cole para azotarle a él y a otros participantes en las nalgas con bastones, llevando a cabo la reprimenda en algunos de ellos.

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Pero la humillación pública afectó a la imagen que se tenía de la Armada. En algunas visitas posteriores al acorazado algunos visitantes gritaban “bunga bunga” mientras paseaban por allí.

Tiempo después, el auténtico emperador de Etiopía visitó Inglaterra, y los niños que se cruzaron con él gritaron también el conocido eslogan. Irónicamente, el emperador solicitó visitar las instalaciones de la Armada, pero el representante del almirantazgo rechazó la posibilidad de visita, probablemente para evitar situaciones embarazosas.

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