El 8M alcanzó su pico en 2019. Ahora afronta su mayor reto: seguir movilizando a millones de personas cinco años después

El feminismo llega a su gran cita con las divisiones causadas por la ley trans o la prostitución

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La estampa fue rotunda, demoledora, aplastante. El 8 de marzo de 2019, hace ahora cuatro, la lucha por los derechos de la mujer exhibió en España un fortaleza incuestionable. Una que se pudo medir en imágenes, con las grandes arterias metropolitanas teñidas de morado, pero también en cifras contantes y sonantes: 350.000 asistentes en Madrid, 200.000 en Barcelona, 120.000 en Valencia. Y suma y sigue de multitudes en el resto de capitales, ciudades y pueblos.

La capacidad de movilización se mantuvo en 2020, pese a que por entonces planeaba ya la sombra de un COVID-19 que acabaría marcando el 8M de 2021 y en parte el de 2022. Durante los últimos años el foco se ha puesto sin embargo en otra clave, más allá del discurso o la capacidad de convocatoria: la división, las marchas duplicadas que avanzan ajenas entre sí por diferencias sobre qué reclamaciones deben enarbolarse y qué postura asumir ante las cuestiones más espinosas.

La gran pregunta sobre la mesa ahora, en 2024, es… ¿Cómo afectarán a la marcha morada? ¿Dejará el 8M una nueva demostración de la fuerza del feminismo o será su desmebramiento el que empañe las movilizaciones y acapare titulares?

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El tsunami morado del 19. Si hay una fecha que pueda marcarse en rojomorado en la crónica del feminismo español, por su contundencia e impacto, fue el 8 de marzo de 2018. La lucha por los derechos de las mujeres logró aquel año lo inimaginable: eclipsar al resto de temas en el debate político, colarse entre las grandes movilizaciones europeas, alentar paros y una huelga y sobre todo sacar a riadas de personas a la calles del país, con marchas en 120 ciudades.

En marzo 2019, con el caso de La Manada muy presente, el 8M dejó estampas todavía más rotundas. Las cifras de asistencia suelen ser polémicas porque bailan en función de la fuente que se consulte, pero en cualquier caso confirman el buen estado del movimiento: según los datos de la policía y Subdelegación del Gobierno, ese año las marchas reunieron a la misma gente que en 2018 o incluso a más personas en Madrid, Barcelona, Sevilla, Valencia, Valladolid o Vigo.

Lo evidente y lo importante. La estampa fue distinta ya en 2020. Por razones obvias. España estaba ya a las puertas de una pandemia que se prolongaría años y a solo unos días del Real Decreto que declaró el estado de alarma por la expansión del COVID-19, una crisis sanitaria que asfixió la convocatoria de 2021. En Madrid, a cuyas calles mira todo el feminismo cada 8M y que suele dejar manifestaciones multitudinarias, la Delegación del Gobierno mantuvo el veto a las marchas.

Esa era la situación coyuntural, de contexto. A nivel interno las convocatorias presentaban ya otro desafío que se ha revelado mucho más perdurable, y grave: las divisiones entre el feminismo, evidenciadas ya entonces en el seno del Gobierno.

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Tensiones internas. A pesar de que en 2020 las convocatorias del 8M le doblaron el pulso a los temores de una inminente crisis sanitaria y hubo quien salió a la calle bajo consignas como "Mata más el machismo que el coronavirus", ya aquel año se transparentaban tensiones internas. Diferencias sobre qué postura adoptar ante el colectivo transexual, objeto de un proyecto de ley que generaba grietas en la colación de PSOE y Podemos, con diferencias que se visibilizaban sobre todo entre dos de sus pesos pesados, Carmen Calvo e Irene Montero, y que andado el tiempo incluso han provocado divisiones en las filas socialistas.

La situación no mejoró ni en 2021, ni en 2022. A pesar de que en el primer caso (2021) el COVID acabó empañando la jornada, en Madrid se habían organizado dos grandes convocatorias: una impulsada por la Comisión 8M, pieza clave detrás de las grandes marchas de los años anteriores; otra, por el Movimiento Feminista de Madrid. Las discrepancias de una y otra sobre la Ley Trans y las demandas del colectivo habían abierto una brecha entre ambas. El punto de desencuentro estaba claro: ¿Suponía la ley un retroceso en la lucha por la igualdad? La división volvió a escenificarse de nuevo en las calles al año siguiente, en marzo de 2022.

"No te equivoques de pancarta". Era uno de los avisos que, recuerda Europa Press, se lanzaba en 2022 desde Movimiento Feminista de Madrid, que decidió salir a la calle bajo el lema "El feminismo es abolicionista". Enmarcadas en las conocidas como "feministas clásicas", el movimiento se mostraba crítico con la Ley Trans defendida por Montero y la autodeterminación de género. Su marcha en Madrid estaba prevista para las siete entre Gran Vía y Plaza de España.

A la misma hora, pero con diferente recorrido, Plaza de Atocha-Plaza de Colón, tenía convocada la suya Comisión 8M, entidad que se movilizaba bajo otro lema, tan o más cargado de intenciones: "Derechos para todas, todos los días". Aquella jornada mostró de nuevo la fortaleza del movimiento, pero también dejó claro que las divisiones dentro del feminismo, algunas históricas, eran ya innegables.

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Un 2023 desmembrado. Pasó un año y la estampa en las calles, ya en el 2023, con el recuerdo de la pandemia prácticamente diluido, volvió a ser la misma: un feminismo dividido, marchas marcadas por las brechas abiertas en el propio Gobierno por la Ley Trans y la polémica ley del "solo sí es sí".

En Madrid y otras grandes ciudades, como Valencia o Sevilla, se convocaron de nuevo varias marchas con una brecha abiertamente reconocida entre ellas. Si bien su principal reivindicación era el fin de la prostitución, la marcha de Movimiento Feminista de Madrid protestaba por ejemplo por la "chapuza" de la ley del "solo sí es sí" y la Ley Trans y reclamaba la dimisión de la entonces ministra de Igualdad.

"Estar en una es tomar una posición". El País hablaba ese día con Ada Santana, una mujer que preveía tomar un vuelo de Madrid a Las Palmas para participar en la manifestación convocada allí. En Madrid, confesaba, la situación era diferente: "Al final estar en una u otra es tomar una posición definida, como marcarse". El feminismo exhibía fuerza en su clamor contra las diferencias entre hombres y mujeres o la violencia de género, pero se transparentaban de nuevo las diferencias sobre temas clave como la ley Trans, la prostitución o la ley del "solo sí es sí", que meses antes había dejado ya las primeras rebajas de condena.

Y llegó 2024. Con ese telón de fondo, el feminismo encara otro 8M con el desafío de que su capacidad de movilización y reclamaciones no se vean empañadas por la división en las calles. Al igual que en 2023, en la capital, referencia del movimiento y hacia dónde se dirigen todas las miradas para valorar el pulso real del feminismo español, habrá dos bloques: el convocado por la Comisión 8M bajo el lema "Se acabó" y el liderado por el Movimiento Feminista de Madrid.

Recorridos distintos. Reivindicaciones distintas. Habrá reclamaciones conjuntas, como la denuncia de la situación en Gaza, pero todo indica que la escenificación no será diferente a la de hace un año y remarcará aún más, si cabe, las diferencias con los tsunamis morados que pudieron verse en las capitales en 2018 o 2019.

División VS fortaleza. Es el gran dilema del movimiento, los dos sustantivos que competirán en los titulares de las crónicas sobre el 8M. Los precedentes son claros: además de la fragmentación escenificada en 2022 y 2023, el mensaje ha transpirado también en otras citas clave para el feminismo, como el Día contra la Violencia Machista, el 25 de noviembre. Como recuerda Isabel Valdés en El País, los puntos calientes sobre la mesa son varios e incluyen la agenda queer, la autodeterminación de género en ley Trans o la abolición de la prostitución.

Las posturas sobre este último punto, como afrontar la prostitución o incluso la pornografía, resultan cruciales. De hecho, la abolición de la prostitución ya fue uno de los factores clave que explican el desmembramiento sufrido en 2022.

Y si ediciones pasadas del 8M llegaron en contexto marcado por las decisiones adoptadas en Consejos de Ministros o el Congreso, esta no será una excepción. Hace unos días la nueva titular de Igualdad, la socialista Ana Redondo, exigía renovar el Pacto de Estado contra la Violencia de Género, y deslizaba: "La prostitución es una forma de violencia. Nos declaramos abolicionistas".

Imágenes | GTRES y Nicolas Vigier (Flickr)

En Xataka | Oh, sí, por supuesto que hay un nexo de unión en los inicios del feminismo y el vegetarianismo

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