Muchas veces hemos oído eso de que “una copa de vino al día es buena para nuestra salud”. También hemos oído eso de que “la cantidad diaria recomendada de alcohol es cero”. ¿Quién tiene razón en este debate?
Los debates en torno a los beneficios y prejuicios de un alimento no son exclusivos de las bebidas fermentadas como el vino o la cerveza. La relación entre los huevos y el colesterol es un ejemplo clásico pero también podemos encontrar aparentes contradicciones con respecto al consumo de café, el arroz o las patatas.
La salud humana tiene muchas dimensiones y nuestra nutrición es muy variada (incluso las dietas más pobres implican el consumo de una amplia gama de compuestos presentes en los ingredientes del producto o en sus añadidos). Estudiar al detalle el efecto de cada producto es difícil precisamente por este motivo.
Por eso la ciencia a menudo avanza lentamente, con la sucesión de estudios aparentemente contradictorios que en realidad simplemente están afinando la puntería. Sin embargo la acumulación de estos experimentos nos va otorgando una mejor idea de qué pasa en nuestro cuerpo cuando consumimos alcohol, incluso cuando este consumo se restringe a “una copa o dos” de vino.
Para comprender mejor el debate, podemos empezar preguntándonos, ¿qué tiene de bueno el vino? La idea de que el vino puede resultar beneficioso para nuestra salud se sustenta principalmente en los polifenoles, unas sustancias no nutritivas pero con capacidad antioxidante.
Estos compuestos presentes en las uvas de las que se fermenta el vino, pueden ser beneficiosos para nuestra salud. El problema aquí es que existen alternativas no alcohólicas donde estos compuestos también están presentes, como el mosto o la propia uva.
En parte debido a estos compuestos, se suele atribuir al vino beneficios potenciales sobre nuestra salud cardiovascular. Los expertos creen que esta mejora podría deberse a que estos compuestos favorecen la reducción de la presión sanguínea y reducen el colesterol. Aún así existe cierta discrepancia en este sentido entre los distintos estudios.
Una bebida con riesgos
El cáncer es uno de los principales riesgos que se asocian al consumo excesivo de alcohol. Y son varios los tipos de cáncer que se han asociado con este consumo: además del de hígado, el consumo de alcohol se ha vinculado con cáncer de cavidad oral, faringe, laringe, esófago, colorrectal y, en el caso de las mujeres, con el cáncer de mama.
“La respuesta a si está establecida claramente la relación entre consumo de alcohol y riesgo de cáncer es que sí, existe suficiente evidencia”, explicaba Marina Pollán, directora del Centro Nacional de Epidemiología, en declaraciones recogidas por Science Media Centre (SMC) España. El riesgo, eso sí, “es proporcional a la cantidad de alcohol ingerida, siendo menor para el consumo moderado”.
Pero más allá del cáncer, el consumo excesivo de alcohol se ha vinculado convencionalmente con la aparición de la cirrosis hepática (que también puede derivar en cáncer). Esta enfermedad surge con la formación de “cicatrices” en nuestro hígado, y puede ser causada también por la hepatitis.
Si bien vinculamos el consumo moderado de vino a una mejora en la salud cardiaca, el consumo de alcohol puede tener un efecto opuesto. Este se ha relacionado también con la aparición de la miocardiopatía alcohólica, arritmias y otros problemas cardiacos.
Conviene no olvidar la relación entre el consumo de alcohol y problemas de salud mental como la propia adicción, pudiendo exacerbar problemas ya existentes.
Diversos estudios realizados en las últimas décadas han señalado al alcohol como la sustancia psicoactiva más dañina en términos sociales. Uno de los estudios más reseñados en este campo fue realizado en el Reino Unido y publicado en 2010.
Publicado en The Lancet, sus resultados indicaban que esto se debía no tanto al daño que generaba en el individuo (en este sentido era superado por la heroína, el cracky la metanfetamina), sino por su coste social. Sin embargo estos riesgos se manifiestan generalmente tras consumos que consideramos “excesivos”, en contraste al consumo “moderado” que a menudo se promociona. El problema es que, más allá de convenciones sociales o recomendaciones quizá sin excesivo fundamento científico, no sabemos si existe tal cosa como un consumo moderado.
Según la Monografía alcohol 2021. Consumo y consecuencias, del Observatorio Español de las Drogas y las Adicciones, esta frontera no existe, o en palabras del propio texto: “no existe un nivel de consumo de alcohol libre de riesgo”.
Es por eso que las autoridades sanitarias hablen no de consumos “moderados” sino consumos “de bajo riesgo”. El riesgo nunca es cero, pero es posible mantenerlo bajo.
¿Y cuánto se considera “bajo”? Según el informe Límites de Consumo de Bajo Riesgo de Alcohol, esto serían dos Unidades de Bebida Estándar (UBE) en hombres y una en el caso de las mujeres. Estas medidas “estándar” equivalen a 10 g de alcohol o, en términos de vino, aproximadamente un vaso de 100 ml.
No es lo mismo asegurar que un consumo moderado de alcohol es compatible con una vida sana que decir que este consumo moderado sea beneficioso para la salud. Tampoco es lo mismo decir que el vino pueda generar un beneficio concreto en nuestro bienestar con asegurar que este posible beneficio pueda ser superior a los riesgos que implica esta u otras bebidas alcohólicas.
Como señalábamos al comienzo, las bebidas alcohólicas (como cualquier otro alimento) contienen una miríada de compuestos, algunos perjudiciales, otros beneficiosos para su funcionamiento. El consenso general es que los perjuicios de compuestos como el alcohol son superiores a los beneficios que puedan aportar otros como los polifenoles.
En resumidas cuentas, una copa de vino al día difícilmente puede matarnos, pero debemos ser conscientes de los riesgos que se asocian a ella. Como siempre, una dieta equilibrada y una vida activa siempre pueden ayudarnos a reducir nuestro riesgo de padecer determinadas enfermedades, quizá incluso ayudándonos a compensar estos pequeños excesos en los que podamos incurrir.
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Imagen | Helena Lopes
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