Qué fue de la Encarta: de revolucionar el conocimiento en Internet a víctima de la democracia

Qué fue de la Encarta: de revolucionar el conocimiento en Internet a víctima de la democracia
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Tan popular se hizo, que su logo y el sonido de sus intros llegaron a ser dos marcas igual de identificables que las de Nokia o Windows. Si —como quien esto escribe— te tocó pasar por el colegio o el instituto entre la segunda mitad de los años 90 y la primera de los 2000, hablar de la Encarta no requiere grandes presentaciones. Si no es así, no te preocupes; no nos llevará mucho tiempo. Antes de que Wikipedia ofreciese conocimiento online gratis e incluso de que el uso de Internet se popularizase, Microsoft lanzó una enciclopedia digital que revolucionó el sector y se convirtió en todo un fenómeno entre más o menos 1993 y 2009. Su nombre: Encarta.

Hoy, ironías de la historia, "Encarta" es una entrada más en el índice de otras enciclopedias; pero hubo un tiempo en el que transformó nuestra forma de acceder al conocimiento. De tener que dejarse las pestañas y las yemas recorriendo páginas a la caza de un dato, los estudiantes pasaron a buscar información a golpe de "click". La Encarta ofrecía una forma ágil, cómoda y sobre todo didáctica de saciar la curiosidad. Con artículos, sí; pero también con vídeos, audios e incluso visitas virtuales y juegos. Podías leer sobre templos nepalíes en la Salvat. O abrir la Encarta y "recorrer" uno.

Su "tirón" fue tan grande que puso en aprietos a las viejas enciclopedias de papel. Cuando se presentó la edición en español, a principios de 1997, sus responsables presumían de que el CD-ROM de la Encarta, un formato que podías guardar en un cajón o incluso en una carpeta, contenía información que equivalía a 29 tomos y 1,2 metros de estantería. No solo eso. La Encarta costaba 24.900 pesetas, cuatro veces menos que una enciclopedia equivalente impresa.

Para más inri, su aterrizaje en España estuvo amparado por Santillana, editorial con un peso considerable en las aulas de los colegios. ¿Cómo competir con eso? El producto gustó y encadenó ediciones, en español y otros idiomas. Le fue bien hasta que, con las mismas con las que se había convertido en un fenómeno, acabó sucumbiendo por la competencia. En cierto modo, su éxito se debe a su buen olfato en los 90; su ocaso, a la incapacidad para adaptarse en los 2000.

Esta es su historia.

Objetivo: reinventar las viejas enciclopedias

A mediados de la década de 1980 Microsoft empezó a darle vueltas a la idea de elaborar una enciclopedia digital. La idea era ambiciosa. Los de Redmond querían, ni más ni menos, que repensar el concepto y el funcionamiento de un producto en apariencia tan maduro y cerrado como los tomos que se dedicaban a vender los comerciales de las editoriales puerta por puerta. Para estrenarse a lo grande, la multinacional intentó negociar una licencia con los artífices de la que probablemente era la publicación más respetada a nivel internacional: la Enciclopædia Britannica. No les salió bien.

En la década de 1980 los tomos en papel de Britannica se vendían y dejaban unos pingües beneficios. Como recuerda Enrique Dans, producir sus libros costaba unos 250 dólares y el precio de venta oscilaba entre los 1.500 y 2.200 dólares, en función de las calidades. ¿Por qué iba a querer la firma digitalizar contenidos en un CD y arriesgarse a matar a la gallina de los huevos de oro?

Microsoft no se dio por vencida y buscó formas de sacar adelante la idea. Incluso tenía un nombre para la iniciativa: Project Gandalf. Tiempo después cerraba un contrato con Funk & Wagnalls para utilizar su Nueva Enciclopedia, de 29 volúmenes, en una base de datos que se creó a finales de esa misma década. Para completar su contenidos, años después se le sumarían otras dos enciclopedias de McMillan, la Collier´s y New Merit Scholar. No eran la Britannica; pero tendría que valer.

En Redmond surgieron sin embargo dudas sobre si el proyecto era o no viable y decidieron aparcarlo. Se retomó con el cambio de década, en 1991, cuando Microsoft decidió ir a por todas. En 1993 lanzaba la primera edición de la bautizada como Enciclopedia Encarta, que incluía los 25.000 artículos de Funk & Wagnalls y material extra, como imágenes y algunas animaciones.

La herramienta era cómoda, mucho más ágil que los tomos kilométricos e incluso divertida, pero arrancó con un fallo garrafal: centro mal el tiro. A principios de los 90 había aún muchas casas sin PC y el precio de comercialización era privativo. Cuando salió, la Encarta costaba cerca de 400 dólares, lo que limitó mucho su alcance. El coste disuadía a los clientes y no se alejaba demasiado del de otro competidor que tanteaban el mismo nicho con una marca reconocible, Compton, que lanzó también su propia versión multimedia en 1990, con texto y apoyos como imágenes y sonidos.

En Redmond supieron reaccionar y al poco tiempo ya estaban desplegando una estrategia más agresiva. Lanzaron promociones que permitían hacerse con la Encarta por 99 dólares, incluyeron su CD con el paquete de software de Windows y negociaron con fabricantes para que la incorporasen en sus equipos, una táctica no muy distinta a la empleada con Windows y Office. La promoción de la propia Microsoft dio el empujón definitivo. La nueva enciclopedia ganó fama y empezó a encadenar ediciones, traducirse a diferentes idiomas y enriquecer contenidos con apoyos multimedia.

En 1995 se ofrecieron versiones abreviadas de algunos artículos para los suscriptores de ISP de Microsoft Network y a partir del 96 empezaron a sacarse ediciones estándar y de lujo, una versión enriquecida y que podía actualizarse mes a mes. En 1998 sus creadores fueron un paso más allá y se hicieron con los derechos de varias enciclopedias electrónicas. El producto crecía y, sobre todo, demostraba que el sector estaba viviendo un claro cambio de paradigma. El mejor ejemplo: en 1996 la otrora poderosa compañía de Britannica acabó malvendiéndose por sus dificultades.

"Permite a grandes y pequeños explorar el mundo por temas y personajes", presumían sus impulsores en el mercado español. Y así era, efectivamente. A golpe de artículos, fotos, ilustraciones, gráficos, mapas, cronologías, grabaciones, vídeos e incluso visitas virtuales, Encarta se ganó a una generación entera de estudiantes. Hasta que se estampó con una de las grandes e inexorables máximas del mercado: ¿Por qué pagar por un contenido si tienes una alternativa gratuita?

El mazazo de Wikipedia

Después de lanzar ediciones desde 1993, desarrollar versiones especiales dirigidas a niños, centradas en matemáticas o historia africana —entre otras— y enriquecer sus recursos con música, diccionarios, grabaciones, mapas, animaciones... Llegó a su ocaso. El motivo: otro cambio claro de los tiempos que, en esta ocasión, pilló a Microsoft con el pie cambiado. En 2001 Jimmy Wales y Larry Sangers lanzaban la Wikipedia, una enciclopedia online colaborativa, didáctica y, lo más importante de todo, gratuita y de acceso muy sencillo a través de buscadores como Google.

Wikipedia tenía sus hándicaps, por supuesto. El principal —sobre todo en sus orígenes— era que el control de contenidos era mucho menos riguroso que el de la Encarta. En su pugna con Microsoft esa flaqueza no pareció afectarle demasiado. La nueva fórmula, totalmente abierta y que democratizaba tanto el acceso a los contenidos como su elaboración, acabó convenciendo al público y obligó a los de Redmond a replantearse su estrategia. Su precio llegó a rebajarse a 29,95 dólares y a menudo se incluía en ofertas compartidas con otros productos. Al ver que ni una ni otra vías servían para mantener la marca, en abril 2005 Microsoft hizo un movimiento arriesgado.

En un intento por emular las fortalezas del modelo Wikipedia, los de Redmond solicitaron la colaboración de sus lectores. Su propuesta era que participasen en la actualización y creación de artículos, solo que con un modelo algo distinto al de la plataforma de Wales y Sangers. Para marcar distancias con Wikipedia se decidió que sus contenidos sí estarían supervisados a nivel editorial. La medida podía suponer una garantía de rigor y calidad; pero en la práctica significaba que los autores que se prestaban a colaborar se arriesgaban a ver cómo sus textos acababan en el cajón. Eso sin contar con que el trabajo era gratuito y Microsoft una multinacional de facturación millonaria.

1366 2000

Aquello no funcionó, como tampoco lo hizo el abaratamiento del producto o los intentos por promocionar la marca. Otra estrategia sin grandes resultados fue la creación de la edición online de la Encarta en 2000, una versión nueva que inicialmente ofrecía un modelo freemium: ofrecía parte de sus contenidos gratis y obligaba a pagar por el CD o una paquete descargable si se quería completar con el resto del material. Ni lo uno ni lo otro. En 2008 su edición inglesa sumaba la friolera de 68.000 artículos —43.000 en español—, una barbaridad si se compara con las enciclopedias de papel, pero nada cuando se tiene en cuenta los cerca de 300.000 de la Wikipedia española ese mismo año.

Resultado: en 2009 Microsoft asumió su derrota y arrojó la toalla. En marzo sus responsables avanzaban su intención de eliminar la web entre octubre y diciembre de ese mismo año. Los vientos de cambio que la habían favorecido en los 90 la hicieron naufragar en el siglo XXI. "La categoría tradicional de enciclopedias y de materiales de referencias ha cambiado", lamentaba.

Quizás el mejor epitafio de su desaparición es el que le dedicó Bloomberg el 30 de marzo de 2009, cuando el redactor que escribió la crónica de su fin —titulada "Adiós, Encarta"— reconocía que había sacado la información sobre aquel viejo producto de Microsoft de... ¡La Wikipedia!

Imágenes Anatoly Shashkin

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