El consumo energético de las desaladoras siempre ha sido su mayor limitación para popularizarse. Eso está cambiando ya

En coste energético de esta tecnología ha caído, pero aún hay retos por superar

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La sequía que lleva meses afectándonos se ha convertido ya en toda una crisis hidrológica tras la declaración el pasado jueves de la emergencia por sequía por parte del Govern catalán. Esta situación ha llevado a evaluar todas las medidas que conocemos, desde los trasvases marítimos hasta los pozos de sequía. Y, por supuesto, las desaladoras.

En España existen hoy por hoy más de 750 plantas de desalinización capaces de suministrar al menos 100 m³ de agua al día. En 2019 estas plantas, según datos de Asociación Española de Desalación y Reutilización, producían 5.000.000 de m³ de agua al día. Esta capacidad no ha sido suficiente para parar los pies a la presente sequía, y Barcelona es el mejor ejemplo de esto.

La ciudad no solo cuenta con la mayor planta desaladora del país, la de El Prat de Llobregat, o ITAM Llobregat. Capaz de suministrar 200.000 m³ de agua al día es la más activa de España y de la Unión Europea, ya que funciona al 100% de su capacidad desde hace más de un año. Este empujón no ha conseguido sino retrasar la declaración de emergencia.

La situación en Cataluña es especialmente difícil, pero el caso de Llobregat no es representativo del resto de plantas. Aún en una situación generalmente difícil, no todas las plantas de desalinización operan a pleno rendimiento en España. Los motivos pueden variar, pero el coste de esta técnica aparece siempre expuesto entre ellos: aprovechar el agua de mar es muy tentador, pero el coste es alto.

España cuenta con una gran variedad de plantas para desalinizar el agua. Estas varían en cuanto a su capacidad: las más pequeñas producen entre 100 y 500 m³ al día, mientras que las mayores son capaces de producir entre 10.000 y 240.000 m³ al día. La planta de Torrevieja, Alicante, es la única capaz de alcanzar esta última cifra, aunque suele operar por debajo de sus capacidades.

Las desaladoras españolas también pueden clasificarse en tanto en cuanto al agua de la que se alimentan. Y es que no todas utilizan agua marina, las desaladoras de agua de mar coexisten con las plantas de aguas salobres, aguas con una concentración salina intermedia.

Esta variedad es relevante porque dificulta mucho calcular el coste: distintos tipos de planta tendrán distintos niveles de eficiencia. En cualquiera de los casos, la principal fuente de costes para esta industria es la energía.

La variedad es ilustrada también por los datos de la  Asociación Española de Desalación y Reutilización. Según esta organización, las antiguas plantas de evaporación solían consumir unos 50 kilovatios-hora (kWh) por cada m³ de agua desalada. Hoy en día, las desaladoras de ósmosis inversa pueden suministrar esa misma cantidad de agua consumiendo cerca de 3 kWh.

En diciembre de 2023 el precio medio del kWh fue de 0,1823€, lo que dejaría el coste energético del m³ de agua en algo más de medio euro: 0,5469 €. Esto representa menos de 10 céntimos por persona y día si tenemos en cuenta que el consumo medio de agua en los hogares españoles es de, aproximadamente, 150 litros. Este es el suelo teórico, el coste medio es, todavía, muy superior.

Existe la posibilidad de rebajar ese número, según explica el químico de la Universidad de Castilla-la Mancha Rafael Camarillo Blas en un artículo para The Conversation. El químico menciona los sistemas de alta presión, capaces de reducir este consumo hasta los 2,3 kWh/m³. Señala, además, que esta tecnología puede utilizarse en combinación con otros sistemas para incrementar la eficiencia energética como los intercambiadores cerámicos de presión y la turbina Pelton.

Otra opción es la de convertir las desaladoras en pequeñas plantas de energía renovable capaces de generar al menos parte de la electricidad que consumen. Su ubicación costera por ejemplo resulta idónea para aprovechar la energía eólica asociada a los vientos procedentes del mar.

Si bien el coste energético es el más significativo de las plantas de desalación, cabe tener en cuenta que no es el único. Por una parte, las plantas deben estar conectadas con el suministro de agua, lo que implica costes de transporte.

Por otra, y quizás más importante, están los costes medioambientales. El proceso de desalinicación produce, además del agua dulce, un desecho líquido que no es otra cosa que agua marina ultraconcentrada, llamada salmuera. Este resto suele ser cevuelto al mar, lo que implica ciertos riesgos medioambientales al aumentar la salinidad del área de vertidos, pudiendo afectar a la vida marina de la zona.

La llegada de una nueva borrasca, la primera en semanas, podría hacer la situación más sostenible en el corto plazo, pero el cambio aún no se ve en el horizonte. La falta de nieves en el Pirineo invita al pesimismo, ya que el deshielo primaveral aportará poco a los embalses.

Renovar un parque de más de 750 plantas de desalinización para hacerlas más eficientes energéticamente no será una tarea sencilla. Nuevos proyectos como la ampliación de la planta de Torremolinos o la progresiva instalación de mecanismos de generación de energías limpias en las plantas existentes podrán ayudar, pero debemos recordar también que la desalinización aún no es capaz de suplir lo que la meteorología nos está limitando. Barcelona es el mejor ejemplo de esto.

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Imagen | GerritR, CC BY-SA 4.0 DEED

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