La pequeña gran revolución que supuso para la vida doméstica el pan rebanado

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"En su momento nadie lo entendió, pero el pan rebanado se convirtió en una especie de pequeña promesa comestible de un mundo mejor", escribió en su día Aaron Bobrow-Strain, autor del ensayo Pan blanco, un repaso a la historia de este producto básico de la cesta que hoy damos por hecho pero que fue, en su momento, toda una pequeña revolución social.

El pan rebanado que consumimos hoy es una de las creaciones más tardías del capitalismo moderno. Pese a su sencillez y obvias ventajas, la historia de invención tiene más miga de lo que aparenta. Antes de su llegada, las amas de casa encargaban hogazas semanales a sus panaderos de confianza, hogazas que la familia consumía o bien troceadas en grandes rebanadas caseras o directamente a dentelladas, sin contemplaciones, por hombres atareados y sin demasiadas ganas de cortar.

A principios del siglo XX, Otto Rohwedder, ingeniero estadounidense, estaba detrás de la pista de una máquina que liberase los brazos de las amas de casa del arduo proceso de rebanado diario. Sin embargo, en sus charlas con los panaderos éstos le decían que no veían que ningún aparato pudiese suplir esta acción cotidiana: si rebanabas el pan, éste acabaría desmigajándose, y apenas duraría un día sin enmohecer, ya que la parte de la miga, al entrar en contacto con el aire, empezaba a ponerse rancia a gran velocidad. Un dilema sin aparente resolución.

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Rohwedder no quedó convencido por estos comentarios y se puso manos a la obra.

Dirigió el proceso de creación de una máquina que pudiera rebanar el pan con ahínco. Aunque terminó un primer prototipo final en 1912, fue devorado en un incendio y tardaría otros 15 años de su vida en volver a desarrollarlo. Lo llamó Kleen Maid Sliced ​​Bread, y sólo consiguió asociarse con un panadero de St. Louis, Frank Bench, para probar su invención. Nadie más se interesó por ella, y si Bench lo hizo fue porque se encontraba al borde de la quiebra y no tenía alternativa para diferenciarse de la competencia.

La rebanada en nuestras vidas

Lo que viene a continuación es historia.

Al cabo de tres años se estima que el 80% del pan consumido en todo Estados Unidos provenía del pan rebanado, llegando su hegemonía a Reino Unido a mediados de la década de los 50. Al principio, y para mantener un halo de pureza, el proceso de embalaje automatizado incluía el añadido de unos alambres de metal que mantenían unidos los lados de la hogaza para que la zona de la miga de pan se mantuviese siempre cerrada, para no estropearse.

En su proceso de investigación, Rohwedder consultó a cientos de amas de casa para saber cuál era la consistencia y el grosor deseado de la rebanada. A medida que pasó el tiempo los creadores se dieron cuenta de que podían hacer un pan ultrablando, más blando de lo que nadie en su hogar podría rebanar con el cuchillo de cocina. Se creó, además, el mito del saludable pan blanco, que tardó décadas en desmentirse.

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Según Bobrow-Strain, en cuestión de un puñado de años los estadounidenses pasaron a consumir alrededor de un tercio de sus calorías en forma de pan, y la panadería que no vendiese este producto corría el riesgo de perder a toda su clientela. Surgió así toda una industria eléctrica y culinaria del sándwich, inexistente hasta entonces. Se venían libros de recetas y también, por primera vez, tostadoras. Fue aquí también cuando florecieron mermeladas y cremas para untar, hasta tal punto que fue así como se impulsó uno de los platos más típicamente norteamericanos, el sándwich de crema de cacahuete con mermelada de frambuesa.

Si durante la promoción del Kleen Maid Sliced Bread se venía el producto como "el mayor paso adelante en la industria de la panificación desde que se inventaron los envoltorios”, en el saber popular caló una expresión que probablemente se derivó de estos anuncios: cuando alguna novedad causa sensación, se dice que es "lo mejor desde el pan rebanado". Fue uno de los indicadores clave del punto de inflexión en cuanto a mecanización de la vida cotidiana: sólo después del éxito del pan rebanado se animarían los ingenieros a automatizar otras áreas del trabajo doméstico.

Tal vez la mejor manera de explicar hasta qué punto se volvió necesaria una comodidad con otra anécdota.

En el año 1943 los funcionarios estadounidenses impusieron una prohibición de corta duración sobre el pan de molde como medida de conservación de recursos en tiempos de guerra. El plan era desincentivar a la gente común de comprar el pan rebanado en favor del que permanecía unido para que se tirase menos pan (y, por tanto, hiciese falta cosechar menos trigo) y que así las barras durasen más en casa. De entre las miles de cartas que se mandaron a los periódicos de la época, Wikipedia rescata la carta de un ama de casa enviada a The New York Times el 26 de enero de ese año:

Me gustaría hacerles saber lo importante que es el pan de molde para la moral y la cordura de un hogar: mi esposo y mis cuatro hijos tienen prisa durante y después del desayuno. Sin el pan en rebanadas, debo rebanar las tostadas yo misma. A dos piezas para cada uno de ellos, son diez rebanadas. A la hora del almuerzo debo cortar a mano al menos veinte rebanadas, ya que hago dos sándwiches para cada uno. Si después quiero yo comer un sándwich, ¡son veintidós rebanadas de pan las que debo cortar a toda prisa!

Los norteamericanos habían perdido el tiempo para andar troceando sus barras. El ciudadano común no iba ya a permitir renunciar al progreso, costase lo que costase. El 8 de marzo, y en vista del coste político que estaba provocando la medida, se anuló la prohibición.

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