Tras años leyendo libros en móviles y tablets, sucumbí a un Kindle. Ojalá lo hubiese hecho mucho antes

  • Durante años prioricé leer en los dispositivos que ya tenía, sin tener que comprar uno específico

  • Mejoraron al papel en varios aspectos, pero seguían teniendo inconvenientes

  • Acabar con un lector de libros electrónicos fue lo que debería haber hecho desde el princpio

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Hubo un tiempo en el que quise abandonar los libros en papel. No de forma tajante, no tenía problema en leer uno de vez en cuando, pero no quería irme de viaje y cargar con ellos, ni molestar a nadie manteniendo la luz encendida para poder leer cuando ella ya quería dormir. Así que pensé en pasar a la lectura digital.

Esto fue hace diez años. Desde entonces pasé por varias fases que acabaron como deberían haber empezado, pero no fue así por mi cabezonería: con un libro electrónico. Con pantalla de tinta electrónica, claro.

Insistiendo en lo que ya tenía

En aquel momento ya tenía un iPad, pero no me seducía leer en él. La pantalla, de 9,7 pulgadas, tenía unos marcos que hoy nos parecerían inconstitucionales, así que era demasiado grande como para llevarlo cómodamente en ciertos viajes o poder manejarlo a una mano.

El primer elegido fue el móvil. No suena a la mejor idea y no lo es, pero mi razonamiento de entonces, año 2014, era que las pantallas ya habían crecido lo suficiente en tamaño y resolución, por lo que quizás sería suficiente. O al menos era más fácil que el hecho de llevarlo siempre encima compensara.

Se suele decir que la mejor cámara es la que siempre tenemos con nosotros, y algo así me pasó con el móvil: que viviese en mi bolsillo me facilitaba mucho leer en cualquier parte. Una sala de espera, una visita larga al baño o una cola demasiado larga en un establecimiento. Escenarios en los que antes el móvil solo significaba para mí Twitter o algún juego enganchón.

Leí varios libros desde el móvil, pero el paso del tiempo me hizo asumir que, aunque generosa, seguía siendo una pantalla insuficiente para la lectura, por tamaño y por tecnología, así que aproveché que el iPad se había recortado los marcos para pasar a leer en él.

Con eso solucioné un problema —el del tamaño— pero no el otro —el tipo de panel—. Y por el camino perdí la ubicuidad del móvil, así que acabé leyendo menos. Muy bien, Javier.

Asumí que mis intentos por leer en digital sin desembolsar nada por un dispositivo específico había sido un fracaso comparable al de Magic Leap y me sentí como cuando tuve que probar un smartphone de Kodak: derrotado. Así que agaché la cabeza y me compré un Kindle. Como la vida ya me había dado una lección tiré la casa por la ventana y fui a por el Oasis. Morro fino.

No tardé en darme cuenta de que había pasado siete años corriendo en la dirección equivocada. Descartando la idea de un Kindle tuve menos ojo que la discográfica Decca cuando rechazó a los Beatles. Pongan Kindle, Kobo o pongan cualquier otra marca de libros electrónicos, tanto da.

La mezcla de tinta electrónica como la mejor tecnología posible para la lectura, sin deslumbramiento ni problemas de legibilidad bajo la luz solar directa; una autonomía espectacular y la portabilidad total —me cabe incluso en el bolsillo de las chaquetas de invierno— fue definitiva.

Y algo más: el hecho de que es un dispositivo monotarea sin nada más que hacer. Solo leer. Cuando lo hacía en el móvil o el iPad era habitual que entrase una notificación y me cortase el ritmo de la lectura, o que parase a revisar algo y acabase haciendo otras cosas totalmente distintas. En el Kindle esto ni siquiera es una opción. No hay distracciones, no hay nadie más intentando reclamar tu atención.

Ojalá le hubiese dado una oportunidad mucho antes.

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