Quienes responden "me da igual" a todo terminan cayendo mal. La ciencia ya tiene una explicación

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“¿Dónde os apetece cenar?” “Elegid vosotros, a mí me da igual.” Estando en uno u otro lugar (y probablemente desde ambos en un momento u otro) todos hemos tenido alguna versión de este intercambio dialéctico.

Ya sea en el ámbito de la pareja, de los grupos de amigos, elegir tiene su coste y no es necesariamente fácil. Ahora, un estudio realizado por un equipo de investigadores del ámbito del marketing y la economía ha mostrado que no declarar nuestras preferencias puede acabar lastrando el bienestar del grupo. Y perjudicando la percepción que tienen de nosotros los demás.

La situación se da en multitud de formas. Puede darse a la hora de decidir qué película ver o dónde cenar; puede darse entre amigos o familiares, e incluso en el ámbito laboral. Los motivos para que alguien no indique sus preferencias y opte por el “me da igual” en alguna de sis versiones también pueden ser variadas. La indiferencia puede ser real, aunque a veces también puede deberse al deseo de agradar o simplemente a no tener interés en revelar nuestras preferencias.

Sea cual sea el caso, según observaron los investigadores, las personas que se enfrentaban a este “no sé” tendían a tomar decisiones sub-óptimas. Es decir, en lugar de actuar en base a sus propia preferencia como guía, tendían a elegir opciones que consideraban de consenso (aunque no lo fueran).

“Muchos de nosotros mantenemos nuestras preferencias para nosotros mismos en un intento de parecer despreocupados y agradables a la otra parte. Creemos que ser imparciales puede ayudarnos a dar una buena impresión a la otra parte, a los amigos, o en el trabajo”, explicaba Yonat Zwebner, una de las autoras del estudio. “En nuestro estudio, hallamos que lo contrario es cierto: escoger no comunicar tu preferencia puede de hecho perjudicar la experiencia compartida e incluso la relación.”

Para muchos economistas esta noción no será extraña. El problema de la pérdida de utilidad colectiva derivada de de tratar de causar una buena impresión o ser amable con los demás suele ilustrarse con el ejemplo de los surtidos de frutos secos.

Si entre quienes comparten el surtido existen gustos complementarios (a uno le gustan los maíces, a otro los cacahuetes, y a otro las nueces, por ejemplo) se obtiene un mayor beneficio grupal cuando cada cual se guía por sus propias preferencias. Si, por el contrario, cada cual decide renunciar a sus frutos secos favoritos, la utilidad social descenderá.

La ironía del estudio es que la pérdida de utilidad no se genera por la abulia o las ganas de agradar del indeciso sino que requiere también de que la persona que decida acabe haciéndolo en contra de sus intereses propios. Eso sí, quien, predicen los investigadores, será objeto del resentimiento del grupo será quien falle en declarar sus preferencias, no quien acabe tomando la decisión fina, acertada o no.

Los intereses de las personas pueden complementarse de muchas maneras, ya sea por compartir un gusto por un tipo de comida… o por lo contrario. En cualquier caso, comunicar nuestras preferencias será lo que facilite avanzar hacia una situación óptima. La intuición de pensar que no hacerlo beneficiará al grupo y por tanto nos hará quedar mejor podría se errónea.

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Imagen | Letizia Bordoni

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