A quienes a comienzos de los años 70 ponían un pie en la Sala de Operaciones de la empresa nacional de telecomunicaciones de Chile, en el centro de la capital santiaguina, una de las primeras ideas que debía de pasárseles por la cabeza era girar en busca de Spock o el capitán James T. Kirk. Si ha habido alguna vez una oficina que se pareciera a la emblemática nave Enterprise de la serie Star Trek, fue la de aquella administración revolucionaria de los tiempos de Salvador Allende.
Sillas giratorias de fibra de vidrio, cojines naranjas, biombos con diseños futuristas. Estética pop setentera en estado puro. Una oficina sin mesas, ni papel desde la que se quería cimentar el futuro y que, precisamente por esa razón —explica The New Yorker—, debía de “parecerse” al futuro.
No era para menos.
Lo que acogía aquella sala prototipo de la capital chilena era el corazón del Proyecto Cybersyn —palabro tomado de “sinergia cibernética”—, el intento más ambicioso de la administración de Allende por implantar un sistema de comunicación capaz de conectar a gobierno, empresas y votantes, una red a escala nacional, interactiva y que facilitase la planificación y control de la economía.
La semilla de un “Internet socialista” plantada poco después de que en EEUU el Departamento de Defensa hiciera lo propio con ARPANET, el hoy considerado como origen del Internet actual.
La empresa fue revolucionaria e incluso llegó a estar capitaneada por uno de los grandes teóricos de la cibernética del siglo XX, Stafford Beer; pero acabó cercenado por el golpe de estado de 1973.
Un "sistema nervioso electrónico"
Hacia 1971, una vez enfriado el optimismo que siguió al ascenso democrática de Allende, su gobierno se encontró con la delicada tarea de organizar las empresas estatales y la actividad recién nacionalizada. El reto era impartir algo de lógica en aquella suma caótica y con frecuencia ineficiente de fábricas y minas. Y hacerlo, además, huyendo del modelo centralizado soviético.
La pregunta del millón era: ¿Cómo?
Entre los tecnócratas que debían asumir la tarea había un ingeniero de 28 años, Fernando Flores, hombre de confianza de Allende. En los 60 Flores se había empapado de las ideas revolucionarias de Stafford Lee sobre la administración cibernética y pensó que Chile podía ser un terreno ideal para llevar algunas a la práctica. El estilo de vida lujoso que llevaba Beer en Reino Unido y sobre todo su ocupada agenda hacían pensar que probablemente el intelectual británico no quisiera embarcarse en la aventura socialista de Chile; pero aún así Flores y su equipo decidieron probó suerte.
Le escribieron una carta invitándolo al país andino y cruzaron los dedos.
Funcionó. Desde luego. En vez de enviar a uno de sus colaboradores, Beer recogió sus bártulos, hizo las maletas y se embarcó rumbo a Chile a cambio —precisa The Guardian— de un pago de 500 dólares diarios, una cantidad ligeramente inferior a su minuta habitual pero que compensó exigiendo un buen aprovisionamiento de chocolate, vino y cigarros. Cosas de genios, ya se sabe.
A lo largo de los dos años siguientes Beer y sus colaboradores darían forma al Proyecto Cybersyn, un intento por dotar a Chile de un auténtico “sistema nervioso electrónico". La idea era establecer un ambicioso modelo de comunicación capaz de abarcar todo el país y que agilizase el envío de datos económicos, una red que permitiese monitorizar los recursos, necesidades y resultados.
A photograph of the Operations Room, Project Cybersyn, in Chile, 1971-3 from the Stafford Beer Archive #InternationalArchives #ExploreArchives pic.twitter.com/vfJxx1S6s5
— LJMU SCA (@LJMU_SCA) November 25, 2018
Para semejante reto sus impulsores disponían sin embargo de más vocación que medios reales.
La tecnología resultaba arcaica y el equipo incluso echó mano de 500 máquinas télex compradas en su día por el gobierno anterior y que acumulaban polvo en un almacén. Los aparatos se repartieron y acabaron conectadas a dos salas de control en Santiago, donde un equipo de técnicos se encargaba a su vez de recopilar estadísticas y analizarlas. La sala de operaciones prototipo —precisa The New Yorker— fue aquel peculiar remedo de Interprise situado en pleno centro de Santiago de Chile.
Como parte del proceso se llegó a conectar un centenar de compañías y sus responsables desarrollaron el simulador Chilen Economic Simulator (CHECO) y el prototipo de un software estadístico, Cybestryde. Para ponerse su trabajo usaban el ordenador Burroughs 3500.
“Era una máquina impresionante para lo que entonces se estilaba […]. Había unidades centrales del tamaño de lavadoras, con ocho discos alineados de unos cuantos megabytes en total, menos de lo que tiene un simple teléfono móvil en la actualidad”, explica Tim Harford en su libro Adáptate.
El objetivo no era vigilar a la población, sino que pudiera tener más peso en la administración de los lugares en los que trabajaba. El nivel de participación, sin embargo, no siempre fue el esperado.
Eso no quita que Cybersyn tuviera alguna pequeña grande victoria. Cuando en octubre del 72 una huelga respaldada por la CIA intentó poner contra las cuerdas la economía de la nación, el sistema de Beer ayudó al Gobierno a coordinar su respuesta y evitar el desabastecimiento. Gracias a la red de télex se facilitó también el flujo de solicitudes y quejas entre los centros de trabajo y el gobierno.
Aquella ambiciosa semilla de Internet socialista no llegaría mucho más allá. A medida que avanzaba, el proyecto empezó a encontrar problemas y los vientos de la política no le favorecían.
El 11 de septiembre, solo un día después de que los operarios hubiesen tomado medidas en La Moneda para instalar allí una moderna sala de control de Cybersyn repleta de paneles y pantallas, se declaró el golpe de Estado que acabaría derivando en la muerte de Allende y el inicio de la dictadura de Pinochet. Cuando los militares sublevados se toparon con aquel despliegue de modernidad tan poco acorde con los 70 decidieron hacerlo añicos. A Beer le tocó seguirlo desde Inglaterra.
Hoy queda como uno de los capítulos más fascinante de la historia tecnológica del siglo XX.
Imágenes | Wikimedia
Ver 21 comentarios