El mundo acaba de probar lo que es "la vida a 1,5 grados centígrados". Y no, no ha sido algo agradable

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Lo importante, parece mentira que esto lo diga un periodista, nunca es la noticia. Lo importante es todo lo demás. Es decir, lo importante no es que, según los datos de Copernicus, este julio haya sido el julio más caluroso desde que tengamos registros. Ni siquiera que la temperatura media del mes haya estado un grado y medio por encima de la media preindustrial.

Lo importante, como señala Shannon Osaka, es que el mundo ha probado por primera vez lo que es estar a esa temperatura. Y no, "no ha sido agradable".

No es la primera vez que pasa. Es cierto: no es la primera vez que superamos esa "línea roja" del calentamiento global y, por supuesto, no me estoy refiriendo a miles de años atrás. Si miramos los registros modernos, podemos comprobar que en los últimos años el mundo ha superado esa temperatura en varias ocasiones.

Pero lo cierto es que ha sido en ocasiones concretas (normalmente en momentos en los que el hemisferio norte -- donde vive la mayor parte de la población del planeta -- estaba en invierno) y los efectos de esos breves "arreones térmicos" han pasado relativamente desapercibidos.

No es raro, al fin y al cabo, ha tenido que "desaparecer el invierno" en Sudamérica para que empecemos a hablar sobre la rarísima 'ola de calor' que está afectando el continente. Así están las cosas.

Un mundo 'demasiado' caliente. Osaka contaba que, en Phoenix, las temperaturas han estado por encima de los 43 grados durante 31 días seguidos y que, de hecho, han estado en 47 o 48 durante bastantes ocasiones. Pero lo curioso no es eso, claro: lo curioso es que la situación ha sido tan inusual que la Oficina del Forense tuvo que llevar 'hieleras' a la morgue local para gestionar el exceso de mortalidad. Eso no pasaba desde los peores meses del COVID.

Hemos visto récords de temperatura en Italia, el Golfo Pérsico o China. En Valencia, solo durante el mes de julio, se han pasado más noches tórridas que en toda la década de los 90. Tres veces más que entre 1950 y 1989. La temperatura de la superficie del Atlántico norte lleva semanas totalmente enloquecida. Y, pese a todo, esto son solo los detalles. Este julio no deja de ser una anécdota de lo que nos espera.

Cruzar una línea no es más que cruzar una línea. Como explicábamos hace unos meses, "los esfuerzos globales por  contener al cambio climático usan ciertos límites como referencia e inspiración". Eso es la 'línea roja' de grado y medio: una forma de medir la progresión de ese fenómeno global; pero, sobre todo, es una forma de ponernos objetivos 'concretos'.

"Nadie sabe a ciencia cierta la diferencia real entre que la temperatura suba, 1,5, 2, o 2 grados y medio. Sin ir más lejos, aunque en los últimos días los datos sobre el hielo antártico están convergiendo hacia lo que esperábamos, llevamos meses sin saber muy bien qué estaba pasando en el continente helado.

ratio Leon Simons

Pero no es la última que vamos a cruzar. Y ese, en el fondo, es el problema. En los últimos meses, no dejamos de ver cosas raras en el planeta y, lo cierto, es que tampoco tenemos muy claro por qué. Pero, evidentemente, la sospecha está clara: las últimas mediciones del balance de energía de la Tierra (es decir, la diferencia entre la  energía que recibimos y la que dejamos escapar al espacio) muestran que el planeta cada vez almacena más energía. Y eso, me temo, tiene que tener consecuencias.

En Xataka | Creíamos que la enorme erupción del Hunga Tonga tenía algo que  ver con los récords globales de temperatura. Ni siquiera nos acercábamos

Imagen | Climate Reanalyzer

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