Ayer fue el día más caluroso a nivel mundial desde que hay registros. El anterior récord fue anteayer

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En 2016, me tocó escribir un artículo triste. Por primera vez en la historia de la humanidad, el dióxido de carbono en el aire superó las 400 partes por millón. Esa era una de las líneas rojas que tomábamos con referencia en la lucha contra el cambio climático. No era la primera que cruzábamos, pero como dice el profesor Matt England tenía un peso simbólico importante.

Hoy hemos cruzado otra: la temperatura media del mundo, por primera vez, ha superado los 17 grados. Eso fue el lunes 3 de julio. El 4 la temperatura subió 0,17 grados más.

¿Líneas rojas? Sí, los esfuerzos globales por contener al cambio climático usan ciertos límites como referencia e inspiración: es una forma de medir la progresión de ese fenómeno global, sí; pero también es una forma de ponernos objetivos 'concretos'. Aunque luego no seamos capaces de conseguirlos.

Por eso mismo, estas líneas rojas tienen una parte importante de convención; es decir, no dejan de ser cifras elegidas con una completa combinación de criterios científicos y políticos. Nadie sabe a ciencia cierta la diferencia real entre que la temperatura suba 2 grados o 2 grados y  medio. No ocurrió ninguna catástrofe justo después de que el mundo superara las 400 ppm.

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El mundo sigue calentándose. Y lo está haciendo muy rápido. O, dicho de forma más precisa, el calentamiento se está acelerando. Leon Simons, una de las figuras más conocidas en el mundillo de la visualización de datos en torno al cambio climático, explicaba hace unos meses que entre 1961 y el año 2000 la atmósfera absorbió una media de 0.53 ZJ (5.3*10^20 julios) por década. Entre 2006 y 2020 la media se disparó a 2.29 ZJ. Es decir, está calentándose cuatro veces más rápido que antes.

Analizar lo que está ocurriendo en los últimos años es complicado, pero hay un motivo por el que la serie de Simons se acaba en 2020. Lo de después es una auténtica locura.

¿Qué ha pasado? ¿Qué ha cambiado? Contraintuitivamente, según Simons, el motivo podría ser que contaminamos menos. Simons está convencido de que el Atlántico norte y el Pacífico norte estaban "artificialmente" fríos por la contaminación (en especial, relacionada con el azufre) de la marina mercante que unía Europa, América y Asia. No lo sabíamos (o, al menos, no éramos plenamente conscientes), pero era así.

Y, entonces, llegó 2020. La pandemia hizo que durante meses se interrumpiera el flujo constante de cargueros entre los principales puertos del mundo y, justo después, una importante serie de normativas empezaron a limitar las emisiones de este tipo de componentes. La suma de todo esto pudo tener como consecuencia imprevista el calentamiento "imprevisto" de la superficie del mar.

Los océanos tienen una inercia térmica enorme y, una vez que han empezado a calentarse, es difícil frenarlos. El empujón de 2020 ha podido ser justo lo que necesitaba el océano para cambiar dinámicas muy bien asentadas: la desaparición del anticiclón de las Azores es un buen ejemplo.

Y esto último es la clave. Decía antes que no pasó nada extremadamente reseñable en 2016, pero lo cierto es que sí que están pasando cosas ahora mismo. Lo comentaba el propio Simons: estas cosas (el calor) están empezando a llegar a "aquellos que no cuentan los julios y los flujos radiativos"; a la gente normal.

Y lo cierto es que, como explican en Carbon Brief, los números cuadran: vamos de cabeza a constatar que el problema climático es mucho más complejo de lo que parece. Que no solo estábamos haciendo 'geoingeniería' con las emisiones de CO2 o metano, que había otras muchas cosas que interferían con el mundo y no pensar estratégicamente puede meternos en problemas descomunales.

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Imagen | Climate Reanalyzer 

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