¿Comeremos pollo clorado, verduras transgénicas o ternera con hormonas la Navidad que viene? Eso parecen pensar los autores del "Gran libro de recetas del CETA", una campaña contra el Tratado de Libre Comercio con Canadá que fue firmado hace unas semanas, pero que aún tiene que ser ratificado por los 27 parlamentos europeos.
La campaña, puesta en marcha hoy mismo por En Comú - Podem, aprovecha las fiestas navideñas para criticar los problemas que, según su criterio, podría suponer el ya famoso CETA. Pero sobre todo, la campaña es un ejemplo claro de por qué la pseudociencia y el miedo alimentario se hacen fuertes en la sociedad civil.
La seguridad alimentaria
En la medida en que la legislación canadiense no está basada en el principio de precaución, es cierto que Canadá tiene regulaciones más laxas que las europeas en muchos sectores. Cosas como desinfectar el pollo o la ternera con cloro, usar ractopamina en el ganado porcino o el zilmax (clorhidrato de zilpaterol) en el vacuno, están permitidas en Canadá, pero no en la Unión Europea.
Según los opositores del CETA, este tratado haría que todos esos productos alimenticios entraran en el mercado europeo. Frente a ellos, Bruselas siempre ha insistido que una cosa es no tener aranceles y otra muy distinta, no tener controles sanitarios. Según las autoridades europeas todas las importaciones tendrán que las normas de la Unión. Así lo reconocía la Organización de Consumidores Europeos (BEUC) reconociendo que "prioriza la salud humana sobre el comercio".
De hecho, el mismo texto legal establece que el país importador tiene que aceptar las condiciones del país de origen siempre que sean equivalentes. Si no lo son, ocurre en el caso de la carne canadiense, la exportar estará supeditada a aplicar una buena cantidad de medidas extra.
De hecho, no hay ninguna razón para pensar que la UE se está volviendo más laxa en sus procedimientos. El caso del Zilmax, que citan en la campaña, es paradigmático: en los últimos años se viene discutiendo su uso en el seno de la Organización Mundial de Alimentos y, precisamente, el mayor 'enemigo' del clorhidrato de zilpaterol es la región europea.
Los transgénicos
Como los mantecados en la cena de Navidad, si algo no podía faltar en esta campaña eran los transgénicos. Los OGM son un habitual de todas las conversaciones actuales sobre alimentación. Como decía en el apartado anterior, lo primero que hay que tener en cuenta es que no se podrán importar productos que no cuenten con la autorización europea. Por lo que el tratado no presenta cambios con respecto a lo que se puede comercializar.
En realidad, el corazón del asunto es más complejo porque la Unión Europea no tiene una política contra los organismos genéticamente modificados. De hecho, aunque los procesos de aprobación llevan dilatándose décadas, Europa ya importa productos genéticamente modificados a toneladas para garantizar el abastecimiento de materias primas.
Mientras se acumulan las solicitudes de aprobación de OGM, lo cierto es que los argumentos se van acabando: ni los transgénicos son menos seguros, ni su impacto ecológica es mayor, ni aumentan la cantidad de fertilizantes que se usan. No hay ninguna prueba científica contra los organismos genéticamente modificados.
No me toques el turrón
El problema no es la oposición al CETA, que no solo es legítima, sino que seguramente es necesaria para conseguir una legislación más segura y efectiva; el problema, como denunciaba ayer mismo, es llevar la batalla ideológica o empresarial al mundo de alimentación.
La enorme cascada de escándalos que nos ha dado 2016 deja claro que no necesitamos más confusión, sino un debate sosegado y basado en la evidencia científica. Los más perjudicados de la desinformación, el miedo y el oportunismo son siempre las capas más indefensas de la sociedad. No deberíamos
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