Trabajé durante ocho años en un sex-shop. Así ha cambiado el sector y así me ha cambiado a mí

Trabajé durante ocho años en un sex-shop. Así ha cambiado el sector y así me ha cambiado a mí

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Este artículo ha sido escrito por su autor usando la primera persona de Irene (nombre modificado) a partir de varias entrevistas con ella.

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Me llamo Irene, tengo 33 años y cuando tenía 24 empecé a trabajar en un sex-shop de mi ciudad, Valencia. Eso fue en 2014, yo no tenía ni idea de un sector que ha cambiado muchísimo desde que empecé a trabajar en él.

No es que me hiciera especial ilusión entrar a trabajar en él, simplemente quería trabajar y eché el curriculum en veinte sitios distintos. Cuando vi el sex-shop, pensé “¿por qué no?”. Me llamaron para la entrevista y fue muy sencillo hacerla, ni siquiera me la hizo el dueño de la tienda, sino una empleada que luego fue mi compañera. No pedían conocimiento del sector, solo experiencia de cara al público. Y así llegué a ese empleo.

Descubriendo para qué sirve qué

Al principio tuvieron que explicarme casi todos los productos que vendíamos. Mis conocimientos en esa época eran casi nulos, de lo que conoce cualquiera por cultura popular, y tuve que aprender para qué servía cada cosa, muchas no las había visto en mi vida. Yo me iba apuntando todo para aprenderlo rápido, y el segundo día ya me dejaron sola.

En esos comienzos, la zona anal fue la que más me costaba. Me daba mucha vergüenza hablar de ella, no sabía cómo explicarla… Con los años fue la que más problemas me dio. Los clientes hacían muchos tipos de preguntas sobre ella y yo no sabía bien qué responder. En cuanto a tamaños, tipos de juegos, cómo usar ciertos productos…

Lo que el dueño nos transmitía a las empleadas que estábamos allí era que teníamos que darle al cliente el producto que necesitaba… pero orientándolo a la rentabilidad. Con mucha venta cruzada y tratando de dar salida prioritaria a productos que llevaran demasiado tiempo en stock. Y si vendías un tipo de juguete concreto, te hacían intentar vender también un limpiador específico o un lubricante.

A veces tenía sentido. Por ejemplo, si vendías un dildo, era muy conveniente el lubricante. Pero un limpiador… El propio cliente me decía que lo lavaría con agua y jabón, sin más, tú tenías que decirle que la cal podía dañarlo. No tenía mucho sentido, pero era lo que nos ordenaban.

Al principio, casi todos los clientes que venían eran hombres. Era 2014, 2015, ya me avisaron de que sería así. Buscaban regalos para sus mujeres, como balas vibradoras o juguetes vibradores, tampoco había mucho más.

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En esos años también fue curioso que la industria trató de matar la palabra “consolador”. Se empezó a considerar muy mal, parecía sugerir que era la que “consolaba” a la mujer. A partir de cierto momento, si un juguete vibraba era un juguete vibrador, y si no, un dildo. Había que hacer bastante pedagogía sobre qué era cada cosa.

Esos clientes tenían entre 40 y 50 años, en su mayoría. En esa época había muy poca gente joven. Los hombres no venían tanto a facilitar el orgasmo de su mujer, digamos, sino a intentar aumentar el número de relaciones con su pareja, a introducir un elemento nuevo y divertido para tratar de estimularlas más. Por la edad, entiendo que eran parejas más maduras, asentadas, de muchos años juntos, con hijos… Y necesitaban reducir el aburrimiento. Las ventas se disparaban en ciertas fechas como San Valentín o Navidad.

Las mujeres, que al principio eran pocas, buscaban sobre todo productos más ligados a la salud, digamos, como bolas chinas, lubricantes… También productos más orientados al placer, como cremas para facilitar el orgasmo.

Yo en esa época iba aprendiendo todo sobre el sector, porque no era solo saber para qué se usaba cada producto, sino lo que podía necesitar cada persona concreta cuando venía a contarte su problema o su necesidad. A veces era complicado. Por ejemplo, había hombres que venían a por dildos de treinta centímetros. Eran enormes, era imposible penetrar a una mujer con eso, pero a ellos les daba mucho morbo ver a su pareja con eso e intentarlo. Esos niveles de morbo yo los desconocía.

Luego también descubrí la filia por los pies. Aunque ya la conocía, no pensaba que llegara a ciertos niveles. Cuando la industria trató de explotarla, creo que se pasaron de frenada, porque empezaron a lanzar dildos en forma de pie. Eso provocó incluso respuestas negativas, gente que nos explicaba un poco ofendida que la podofilia consistía en ver al pie como un elemento erótico, no como algo con lo que penetrar.

“No juzgo, pero me sorprendía”

Uno de los dos grandes puntos de inflexión de la industria en estos años fue ‘50 sombras de Grey’. Tras el libro y sobre todo la película, estrenada en 2015, empezó a venir mucha gente a comprar látigos, palas, bolas chinas metálicas… El hecho de que fueran metálicas importa porque al ser de ese material se pueden meter en agua fría o caliente y cambiar su sensación.

Muchos hombres venían a por esos productos porque a su mujer le había gustado el libro o la película y querían aprovecharlo para experimentar en el sexo. Lo del libro fue sobre todo entre gente algo más joven, y un poco antes.

Varias marcas lo aprovecharon para licenciar producto BDSM con esos detalles en negro y plateado, etc. Fue el boom de ese tipo de diversión en pareja. Hubo bastante gente que nunca había pisado un sex-shop ni se lo había planteado hasta que vio ‘50 sombras de Grey’. Eso les hizo cambiar de idea.

Cuando va pasando el tiempo en un trabajo así, vas descubriendo ciertas cosas sobre perfiles de clientes, por lo que compran, lo que preguntan, lo que buscan de forma recurrente…

Ss3 Pieza de lencería de las que se venden en la tienda. Imagen cedida por Irene.

Por ejemplo, una chica venía cada poco tiempo a llevarse piezas de lencería. Compró muchísimas. Resultó que a su novio le volvía loco verla con esas prendas y de la excitación se las rompía. Cada pieza costaba 20 o 30 euros. No juzgo, solo digo que son cosas que te sorprenden porque nunca te habías planteado.

Igual que un hombre, que siempre venía vestido impoluto, de traje y corbata; daba la impresión de tener un buen puesto de trabajo, y también venía a buscar lencería, pero para ponérsela él. Le gustaba ir a trabajar con un tanga de encaje debajo del traje. Cosas que no te esperas que a alguien le gusten. Trabajar en un sitio así te abre mucho la mente.

Algo que me llamaba muchísimo la atención era el desconocimiento de la gente. Pero no sobre el producto erótico, que yo empecé igual, sino a nivel fisiológico. Sabían muy muy poco. Desde hombres que venían a por un juguete para usar con su mujer de forma anal, y cuando les sugerías que se llevasen el lubricante, te decían que no hacía falta, que su mujer ya lubricaba. Y yo tenía que explicarles que por ahí nadie lubrica nada.

Hasta mujeres que no sabían dónde estaba su clítoris, y tener que buscar una foto en Google desde el ordenador del trabajo y enseñársela para que lo supiesen. Hablo de mujeres de setenta años que se han pasado toda su vida sin saber dónde está su clítoris.

Al final notas que no solo eres una vendedora, sino una especie de asesora que tiene que resolver dudas mucho más delicadas sobre qué juguete sexual es el más apropiado.

Momentos delicados…

En los años que pasé trabajando en el sex-shop hubo bastantes momentos algo delicados. No lo digo a malas, sino todo lo contrario, eran reconfortantes, pero también sensibles.

Por ejemplo, vino un hombre con cáncer que no podía tener erecciones por el tratamiento que estaba recibiendo. Quería una especie de dildo que pudiera atarse a la cintura. No quería un dildo o un juguete vibrador sin más, insistía mucho en poder atárselo.

Me explicó que él no quería un trozo de plástico para penetrar a su mujer, lo que necesitaba era recrear de la mejor forma posible el sexo, y por eso quería algo que se acoplara a su cintura, para poder volver a tener a su mujer tumbada encima de él.

U otro cliente que venía en su silla de ruedas motorizada. Tenía la movilidad muy reducida, buscaba un juguete que le pudiera servir para masturbarse de forma mecánica, sin que él tuviese que hacer fuerza con la mano, porque no podía.

También hombres trans que querían un tipo de dildo que pudiesen ponerse en la entrepierna para marcar paquete, o mujeres trans que querían rellenos para los pechos.

O cuando una asociación que atendía a mujeres maltratadas vino con un grupo de ellas. Nunca habían experimentado un orgasmo por el tipo de relación que habían tenido con sus antiguas parejas. Por eso la asociación las trajo, para ver si les apetecía comprarse algún juguete pequeño, algo muy inicial, para poder vivir su sexualidad. Era muy duro escuchar ciertas cosas y te hacía empatizar mucho más y tratar de ayudarlas de la mejor forma posible.

Y perfiles especialmente sorprendentes, como un hombre extremadamente reservado, educado, callado, introvertido, que venía con una cruz enorme colgada al pecho. Se llevaba consoladores de los gigantes. Ya digo, no me parece mal ni nada, simplemente era chocante.

…y momentos incómodos

Luego había momentos algo incómodos. En distintos niveles. Por ejemplo, entraba uno y te preguntaba por algún club de swingers. Cuando le dije dónde había uno, me preguntó si quería irme con él. Eso más o menos me daba igual mientras fuese respetuoso y aceptase que lo ignorase.

Había gente que no sabía comportarse, hacían cosas inapropiadas por mucho que fuese un sex-shop. Ese trabajo me enseñó a odiar las despedidas de soltero y de soltera

Pero también había gente algo más oscura, que faltaban al respeto. Algunos me ofrecían dinero por probarme cierta lencería. Algunos lo hacían con ignorancia, no era correcto pero no tenían maldad, igual hasta lo hacían genuinamente para imaginar cómo le quedaría a su mujer. A otros sí se les notaba más el aspecto morboso que era muy incomodante.

Algunas personas no tenían maldad tampoco, pero entraban al sex-shop y no sabían comportarse, o no se controlaban. Una pareja entró completamente normal y según iban viendo productos, se fueron excitando… y acabaron besándose, magreándose contra la pared… Les tuve que llamar la atención, aunque estén en un sex-shop no es lo apropiado.

Otra pareja se metió en el probador, que se usa exclusivamente para la lencería, y solo llevaban un dildo en la mano. Tuve que ir detrás corriendo a decirles que ni se les ocurriera, que eso no se puede probar. Abrí la cortina y la chica ya estaba medio desnuda. Otra gente al menos preguntaba si podía probar el dildo o el vibrador antes de decidir si se lo llevaba. No sé en qué mundo vivían.

Ese trabajo también me enseñó a odiar las despedidas de soltero y de soltera. Muchas veces parte de la experiencia era pasar un rato en la tienda. Muchas veces sin intención de comprar nada, pero tocaban todo, se hacían fotos y stories… Como si estuviesen en un parque de atracciones. Y con más clientes en la tienda, pero les daba igual. Algunos se ponían a pegarse de broma con los dildos, como si fuese un combate de Star Wars, o a perseguirse con los látigos. Era horrible.

Recuerdo que una mujer vino y decía que quería probar un dildo para reemplazar lo que ella usaba como juguetes sexuales: hortalizas con un preservativo. Cuando vio el precio de los dildos dijo literalmente que “estaba muy contenta con sus hortalizas”.

Y luego está el tipo de comentario que más detestaba: cuando un cliente me preguntaba por algún producto, le asesoraba, y me decía “¿y tú lo usas?”. O “¿lo sabes por experiencia?”. No me gustaba nada. Si me lo hacía una sola persona a las once de la mañana era incómodo, pero si me lo hacía un grupo de chicos un sábado por la noche a punto de cerrar era mucho peor, porque me daba miedo que me esperaran fuera o algo así.

También había algo más: la talla de los preservativos. Había hombres que venían a por una caja, y al preguntarles la talla se les notaba avergonzados, les daba apuro pedir los pequeños. Y al revés: había hombres que al responder que necesitaban los más grandes te lo decían sacando pecho, con una sonrisa que no me gustaba nada.

La etapa Satisfyer

Antes decía que uno de los dos puntos de inflexión del sector en estos años fue ‘50 sombras de Grey’. El otro fue el lanzamiento del Satisfyer. Se hizo viral enseguida.

La llegada de Satisfyer fue un punto de inflexión, nos hizo crecer mucho, contratar más gente...

Uno de los motivos por los que triunfó tan rápido era porque salía bastante barato. Al principio costaba 50 euros, y ya era bastante menos que las marcas más tradicionales, como Fun Factory, We-Vibe o Lelo, cuyos productos costaban más del doble. Más tarde llegó a costar unos veinte euros, se abarató aún más.

También es cierto que su calidad no era igual de buena, pero la marca ponía muy fácil su venta. Hacía promociones muy agresivas, sobre todo al principio. Por ejemplo, a la tienda nos hacía siempre 2x1. Tú comprabas cincuenta y recibías cien.

Los otros cincuenta eran como los productos que tienen la etiqueta promocional, no los podías vender, pero sí podías usarlos para sorteos que hicieran crecer las redes sociales de la tienda, regalarlos a quien hiciese un pedido muy grande… Y bueno, al final todas las familiares y amigas de las empleadas acabaron teniendo su Satisfyer. Luego redujeron esas campañas y quizás te regalaban uno por cada seis, pero seguía estando muy bien.

Ss72 Algunos de los Satisfyer que llegaban para darle salida promocional. En el envoltorio, distinto al packaging habitual, se especifica que es una muestra y que su venta está prohibida. Imagen cedida por Irene.

Otro factor era que la marca no ponía pegas a la hora de hacer devoluciones si alguno había fallado o algo así. El resto de marcas siempre te lo ponían un poco difícil, tenías que demostrar bien que no funcionaban. Satisfyer no. Si le dabas veinte que no funcionaban, no decían ni mu, los aceptaban y te daban otros veinte.

El momento Satisfyer sirvió para potenciar nuestras redes sociales, empezar a vender mucho más a través de la web, eso a su vez permitió contratar más gente… Se vendió muchísimo.

A partir de cierto momento empezamos a abrirnos al público masculino. Cuando una pareja venía y solo cogía algo la chica, la consigna era decirle a él "bueno, ¿y tú, qué?"

En los últimos años también empezaron a lanzar más juguetes orientados al público masculino. Y el dueño nos dio la consigna de que cuando viniese una pareja heterosexual y solo se llevasen algo para ella, le teníamos que decir a él “bueno, ¿y tú qué?”, para animarle a que se llevara algo también.

En la segunda mitad de la década pasada, la industria se abrió mucho al hombre, sobre todo al hombre heterosexual. Tradicionalmente solo se le había dado cine, revistas, muy poco más. A la mujer se le daba material “porque si no, no llegaba”. Esa era un poco la concepción clásica.

Más allá del hombre, la industria se ha abierto mucho en general. Desde los fabricantes, lanzando productos difíciles de imaginar hace diez años, hasta las propias tiendas. Por ejemplo, un producto que lleva unos años y se vende bastante bien son las vaginas, anos y penes hechos a partir del molde de una actriz o un actor porno famosos. Los hace la marca Fleshlight, cuestan unos 70 euros.

Había gente que al descubrirlos le sorprendían para bien, otros directamente venían a la tienda preguntando específicamente por el ano de no sé qué actriz. Los más modernos hasta incorporan un soporte para la tablet.

Y si algo ha cambiado en el sector, es que ahora viene muchísima más gente joven que hace ocho o nueve años. Tanto chicos como chicas. Y se nota que vienen muy influenciados por el porno, porque aún están con sus primeras relaciones sexuales y piden productos que no son tan habituales a esas edades, como anillas para el pene, juguetes anales… Directamente quieren recrear escenas de películas.

El squirting también es algo que desde hace unos pocos años hasta aquí ha disparado el interés, y también hay que hacer bastante pedagogía con eso: que es muy psicológico, que la mujer ha de estar muy muy estimulada, que quizás no puede igualmente… Pero hay mucha obsesión con el squirting.

Si algo ha cambiado desde que empecé hasta ahora es que viene gente mucho más joven, y buscan recrear escenas porno, como si el sexo fuese eso

Este trabajo me ha hecho aprender sobre los productos que ya existen, pero también sobre los que todavía no existen. Por ejemplo, hay parejas que venían porque él tenía el pene muy grande, y a ella le hacía daño. Buscaban una especie de donut algo que hiciese de tope, pero prácticamente no había, con el tiempo algunos fabricantes fueron sacándolos, pero costó mucho.

O algo que retrase el orgasmo para la mujer. Lo buscaban las que llegaban a él muy rápido y querían demorarlo. No hay algo así. Eso existe para el hombre. Para la mujer hay acelerantes. Sigue habiendo esa forma clásica de verlo. Al menos hasta que yo me marché de la tienda.

En todo caso, es innegable que la industria erótica se ha hecho menos soez que antes, donde el tipo de producto era más sustitutivo, más evidentemente sexual, mientras que ahora prioriza la apariencia de juguetes que intimidan menos, puedes tenerlos encima de una mesa sin que parezca necesariamente erótico.

Hasta las tiendas se han abierto y hecho más transparentes. Literalmente. Antes eran opacas desde la calle, más oscuras… Ahora son más alegres y todo se ve desde el exterior. También es cierto que hemos quitado revistas y películas en casi todas, con Internet han perdido casi todo el interés.

Aprendizajes personales

Ese trabajo me gustaba, pese a algunos momentos incómodos o las despedidas. Lo que no me gustaba eran sus horarios, acabando muy tarde cuando ibas por la tarde, trabajando los fines de semana… Así que en mayo de 2022 cambié a algo con mejor horario y donde nunca se trabaja sábados ni domingos.

Ahora que ha pasado un año, noto que mi mayor aprendizaje de esos ocho años fue abrir mi mente. Cuando llegué no era de moral conservadora, pero tampoco muy liberal.

Ahora he aprendido a aceptar y entender ciertos tipos de relaciones, de parejas, de prácticas sexuales… Mientras sea realmente consensuado, ya nada me parece mal.

Sats Óleo sobre gotelé. Imagen cedida por Irene.

Trabajar en un sex-shop hace que ligues más. Tanto dentro de él, aunque no es profesional seguir la corriente, como fuera de él. Sobre todo esto último. Cuando estaba de fiesta, o en una cena grupal donde había personas que acababa de conocer, al decir mi empleo siempre aumentaba el interés por venir a hablar conmigo, hacerme preguntas…

Si no hubiese trabajado allí, jamás hubiese tenido ciertas conversaciones con mi padre ni le hubiese hecho ciertos regalos. Con el paso de los años acabé hablando con él de sexo, o de productos que podía disfrutar con mi madre. Antes nunca hubiese ni hablado del tema con él, la sexualidad de tus padres suele ser un tabú, y lo sigue siendo para todas mis amigas.

Con mis amigos nunca hubo ningún problema por mi empleo, ni me hicieron comentarios inapropiados. A veces me pedían cosas, o me preguntaban por algún tipo de producto, y yo siempre intenté responder de forma profesional, sin juzgar ni reírme de nada, tratándolos como a un cliente más.

Y mi propia familia también ha aprendido a aceptar mejor un empleo así. Cuando empecé, mi madre evitaba decir cuál era exactamente mi trabajo. Si le preguntaban, se limitaba a responder “trabaja en una tienda”, sin más. Con el paso del tiempo lo acabó naturalizando y dando las respuestas completas, sin ocultarlo.

Imagen destacada | Ostap Senyuk en Unsplash, Satisfyer.

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