La imagen pública de China ha variado enormemente desde el comienzo de la epidemia. Origen del coronavirus primero, país modelo en su supresión después, gran parte de Occidente sigue observando con escepticismo el éxito de las autoridades asiáticas en la contención de la enfermedad. Un recelo trasladado ahora a la vacunación. China cuenta con una vacuna propia, Sinovac, pero su popularidad aún es baja. Dentro y fuera de sus fronteras.
La historia. La desarrolla aquí The New York Times: el gobierno chino desea llegar a mediados del verano con más de 560 millones de personas inmunizadas, en torno al 40% de su población. No es un objetivo sencillo. Para conseguirlo está desplegando todo un arsenal de recursos e incentivos. Entre los segundos podemos contar los helados. En algunos barrios de Beijing, por ejemplo, cada dosis administrada se acompaña de un obsequio en forma de helado, de kits de Lego o descuentos en fotos de boda. Una forma de atraer a una población, hasta ahora, recelosa.
Los números. Hasta mediados de marzo, China estaba poniendo menos de 1.000.0000 de dosis diarias, una cifra minúscula en el país más poblado del planeta. Al igual que en España y en Europa, su registro de inmunizaciones ha crecido, hasta el punto de superar las 5.000.000 diarias en la primera semana de abril. Sigue siendo insuficiente. Las autoridades sanitarias se han fijado un objetivo aún más ambicioso, de hasta 10.000.000 diarias. China ha puesto en torno a los 170 millones de dosis, menos que Estados Unidos pero con cuatro veces más población.
Sólo el 2,2% de su población acredita la pauta completa de vacunación. Menos que los países más avanzados (Estados Unidos, al 21%), pero también que Europa, pese al jaleo (España ya ronda el 7%).
Los problemas. ¿A qué se debe? Parte de la responsabilidad se puede atribuir al éxito de las autoridades controlando la pandemia, hasta el punto de que la vacuna resulta menos urgente. Pero también a las dudas que genera Sinovac, el estandarte del gobierno. Sus ensayos clínicos son poco transparentes y las cifras de eficacia varían país a país (un 91% en Turquía, un 50% en Brasil). Es en este último país donde un estudio publicado en Science ilustra sus limitaciones (si bien sigue siendo mejor que no poner ninguna, al igual que sucede con AstraZeneca).
El problema es tal que las autoridades sanitarias, según el South China Morning Post, barajan mezclar vacunas (una primera dosis con Sinovac, una segunda con otra). Nada que algunos países europeos, como Francia, no se estén planteando en este momento.
La historia. Quizá como resultado de lo anterior hayan surgido resistencias. En febrero, un estudio publicado en una revista nacional contaba que sólo entre el 42% y el 27% del personal sanitario de la provincia de Zhejiang tenía intención de vacunarse. China arrastra un largo historial de controversia y escándalos relacionados con la vacuna, algunas de ellas defectuosas o peligrosas, lo que podría limitar los esfuerzos en la campaña de vacunación. El escepticismo es aún más agudo en Hong Kong, donde la confianza en las autoridades, el mejor predictor para saber cómo de proclive es una población a cualquier vacunas, es muy alto. Resistencias similares se han dado en otros países.
El esfuerzo. Con todo, China cuenta con varias cosas a su favor para acelerar la campaña. Por un lado y a cuenta de lo anterior, la confianza en las autoridades: es muy alta en el resto del país, en torno al 90%, en especial tras el éxito frente a la enfermedad. Incentivos como los helados no difieren mucho de otras estrategias de márketing empleadas en Occidente. El gobierno combina palos y zanahorias: desde "listas negras" para aquellos que no deseen vacunarse; hasta condicionar la vacuna a la graduación escolar, el acceso al colegio o la estabilidad laboral. Algunas ciudades, como Ruili, ya han optado por hacerla obligatoria.
Nada de eso es ajeno al resto de países. El debate sobre la obligatoriedad es muy viejo y son varios los estados europeos que la contemplan para otras enfermedades. Se conocen casos de camareras neoyorquinas despedidas por negarse a la vacuna; y en Italia todos los trabajadores sanitarios ya están obligados a ponérsela quieran o no. En China, como es lógico, el carácter coercitivo de las autoridades siempre alcanza una intensidad extra. En especial cuando la empresa y el reto es tan grande, y cuando las barreras parecen ser tan intensas.
Imagen: Reuters