Madrid sufrió un rocambolesco accidente nuclear en 1970. Así que las autoridades empezaron a recoger hortalizas

Se produjo en el Centro de Energía Nuclear, en la Ciudad Universitaria de Madrid, cuando se filtraron al alcantarillado decenas de litros contaminados

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La estampa era tan surrealista como inquietante. Hace ya un buen puñado de décadas, a comienzos de los años 70, José Manuel Garayalde recibió en su finca de Gózquez de Abajo, en el municipio madrileño de San Martín de la Vega, la visita de de unos señores ataviados con batas blancas que se identificaron como técnicos de la Junta de Energía Nuclear, predecesora de la actual CIEMAT. Acudían hasta su huerta —le explicaron— porque estaban interesados en las coliflores que cultivaba. Tanto, de hecho, que se ofrecieron a comprarle toda la cosecha, dejaron una señal de 10.000 pesetas y cargaron un anticipo de las hortalizas en una furgoneta.

Así, sin más. Por toda explicación, a Garayalde le dijeron que estaban trabajando en un nuevo pienso para ganado. No supo más. Aquellos hombres de blanco no volvieron a dar señales de vida y tuvo que ser el propio agricultor quien tiempo después volviera a contactar con ellos para que le pagaran la suma acordada.

Hoy sabemos que aquel peculiar episodio, relatado en octubre de 1994 por El País, formaba parte de uno de los accidentes nucleares más importantes registrados en España, un episodio ocurrido en noviembre de 1970 y casi tan estrambótico como la escena que vivió Garayalde. El régimen franquista se encargó de ocultarlo.

Un sábado agitado (y nuclear). Una década y media antes del desastre de Chernóbil, Madrid vivió su propio accidente nuclear, aunque de una forma, con un alcance y sobre todo con una repercusión bastante distintos. Ocurrió el sábado 7 de noviembre de 1970, poco antes de las tres de la tarde, tan al filo del fin de semana que parte del personal había abandonado ya sus puestos. En el Centro de Energía Nuclear 'Juan Vigón', situado en la Ciudad Universitaria de Madrid, quedaban sin embargo un equipo dedicado a una labor tan delicada como a priori rutinaria.

Su cometido consistía en trasvasar desechos radiactivos del tanque A-1 de la planta M-1, donde había un reactor nuclear, al depósito T-3 de la planta CIES, instalación en la que se tratarían. La maniobra tenía poco de especial y habría pasado sin pena ni gloria en los cuadernos de anotaciones de la Junta de Energía Nuclear (JEN) si no fuera por un imprevisto desafortunado: algo falló y lo que debería haber sido una maniobra rutinaria acabó convirtiéndose en un accidente nuclear.

Del alcantarillado al río. De rutinario, a catastrófico. Algo falló durante la operación. Se cuenta que una soldadura saltó durante el trasvase de los desechos radiactivos. El caso es que parte de aquel contenido tan delicado, con Estroncio-90 y Cesio-137, entre otros elementos —se habla también de Rutenio-106 y partículas de plutonio—, acabó filtrándose al exterior a través del alcantarillado. Y de la red de saneamiento, claro, pasó al Manzanares, que lo llevó al río Jarama y al Tajo.

"En el trasvase de residuos se rompió una tubería y se vertieron a la red de alcantarillado 60 litros de líquidos radiactivos, en total 300 Ci (curios), casi todo, conteniendo isótopos de corta vida y una pequeña fracción de isótopos de estroncio y cesio, con 30 años de vida media", relataba en 2006 El País Juan Antonio Rubio, por entonces director general del Ciemat. Otras fuentes hablan de 40 l con Cesio-137 y Estroncio-90 y hay quien incluso eleva la filtración a 80 l.

A disfrutar del fin de semana. Si hoy conocemos detalles de lo ocurrido en noviembre del 70 es en buena medida gracias a El País, que en octubre de 1994, casi 24 años después del accidente y ya en democracia, le dedicó un artículo tras consultar documentación confidencial. En su reportaje se explica que a pesar de que el incidente se descubrió el mismo sábado, los técnicos del Centro Nacional de Energía Nuclear decidieron recoger sus bártulos y marcharse a casa para disfrutar del fin de semana. El informe confidencial sobre lo ocurrido aquel día otoñal en Madrid es rotundo: "A las 2.45 horas aproximadamente cesaron las actividades relacionadas con el accidente y no se reanudaron hasta el lunes siguiente".

Arrancando 1971. La respuesta a partir de ese momento también es, cuanto menos, llamativa. Al menos si nos basamos en lo que trascendido. En enero del 71, más de dos meses después del accidente y a pesar de que el vertido había pasado al alcantarillado, la Comisión Asesora de Seguridad del Centro Nacional de Energía Nuclear elaboró un informe confidencial en el que planteaba la conveniencia de evaluar "los riesgos" que podría causar la ingesta de alimentos contaminados con Estroncio-90. El documento habla también de "impedir" el consumo de hortalizas cultivadas en zonas afectadas y las labores de riego con los canales y ríos.

En el apartado que dedica el incidente en su web, el propio Consejo de Seguridad Nacional (CSN) explica que "las primeras actuaciones de descontaminación sobre los lodos del Canal del Jarama" se realizaron de febrero a marzo de 1971. Entre los trabajos que cita destacan la localización de las zonas contaminadas, el drenado y limpieza de acequias, el traslado de los sedimentos a zanjas abiertas a lo largo del canal, labores de medición de la radiación gamma e incluso el reconocimiento del alcantarillado de Madrid. Un mes después, hacia abril de 1971, "se abordó la estrategia de gestión de los sedimentos contaminados que se había extraído".

Pero… ¿Cuánto afectó? En su artículo de 1994 El País asegura que el río Manzanares llevó el líquido radiactivo hasta el Jarama y el Tajo y que hay personal de la antigua JEN que recordaba que la contaminación había alcanzado Lisboa, ya en la desembocadura del Tajo. Sus autores deslizan además que hubo "decenas de kilómetros cuadrados de huertas" que acabaron regándose con agua procedente de los ríos afectados por la filtración. El CSN admite que el vertido "ocasionó a su vez la contaminación de lodos y sedimentos de la Real Acequia del Jarama" y habla de que los sedimentos que debían extraerse rondaban los 5.000 metros cúbicos.

No es el único dato que se maneja. Un documento elaborado ya a finales de diciembre de 1970 refiere 48 parcelas en las que se detectaron altos niveles de contaminación, incluidas algunas con una radiactividad 20 veces superior a la permitida. El diario del grupo PRISA pudo hablar con uno de los técnicos de la JEN que se encargaron de barrer la zona con un SPP-2 y décadas después, en los 90, compartía aún su asombro: "En muchas ocasiones el contador subía al límite, que era 15.000 cuentas por segundo, cuando lo normal en el ambiente suele ser entre 100 y 120. La gente nos preguntaba qué hacíamos y teníamos que mentir".

De visitas y silencios. La crónica de lo ocurrido entre finales de 1970 y principios de 1971 se complica aún más. La pauta del régimen franquista fue el mismo secretismo que había guardado durante accidentes anteriores, como el desastre de Torrejón ocurrido en 1965. El vertido de Madrid llegaba además solo unos años después del famoso incidente de Palomares, otro accidente nuclear, ocurrido por razones bien distintas, registrado en el 66 en Almería y que acabó obligando al entonces ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga, a realizar su célebre baño ante las cámaras de RTVE para su emisión en el NO-DO.

En marzo de 1971 se publicaron algunos artículos sobre lo ocurrido basados en filtraciones, pero la JEN lanzó a su vez un comunicado en el que quitaba gravedad a lo ocurrido. El propio organismo reconocía en sus informes que no esperaba que el vertido tuviera consecuencias graves a largo plazo, si bien "en lo que concierne al corto plazo se carece de información suficiente para llegar a una conclusión".

Las autoridades se dedicaron a realizar visitas a los dueños de huertas y fincas repartidas por el margen del Manzanares o puntos próximos al Jarama, como le ocurrió a Garayalde. Para justificar la presencia de aquellos técnicos y científicos, a él le hablaron de trabajos para desarrollar un nuevo pienso. A otros les aseguraron que se había producido un vertido de gasoil y hubo quien, como Benigno Girón, ni siquiera recibió justificación alguna. "Se llevaron dos o cuatro sacos de escarolas, lechugas y repollos; hicieron lo mismo dos semanas más tarde", relataba en 1994: "Nunca me dijeron qué pasaba y, como siempre, vendí todo en el mercado".

Algunas cifras... e incógnitas. El accidente dejó huella en la propia sede de la JEN, donde —según los documentos filtrados en los años 90— llegaron a medirse dosis de radiactividad un millón de veces superior a lo aconsejable durante un año entero. En el Manzanares y el Jarama se alcanzaba una semana y media después del incidente niveles que superaban con creces lo permitido: se habla de hasta 10.000 veces. En Aranjuez el registró llegó a ser incluso mayor, de 75.000.

"La gravedad en dosis fue presumiblemente baja, ya que el vertido quedó diluido en los caudales del Manzanares y el Tajo. No se piensa que tuviera influencia en la salud de las personas, aunque no hubo seguimiento histórico. Ya es demasiado tarde para hacer un estudio epidemiológico fiable", explicaba Rubio en 2006.

En octubre de 1994 también el CSN aseguraba no tener constancia de que el vertido radiactivo de noviembre del 70 hubiese afectado a la población, si bien en 2018 el mismo organismo incluía en su listado de localizaciones con "presencia de radiactividad" las conocidas como Banquetas del Jarama, ocho zanjas situadas en varios puntos repartidos por las provincias de Madrid y Toledo que se excavaron en los márgenes del Canal Real del Jarama para acoger los restos acumulados durante la limpieza de sedimentos contaminados por el accidente de 1970.

Imagen de portada: Wikipedia

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