El 22 de octubre de 1965 arrancó con un sonido lúgubre en el poblado obrero de los Saltos de Torrejón el Rubio, provincia de Cáceres, un silbido funesto que al menos parte de los empleados que por entonces trabajaban en la construcción de las presas de los ríos Tajo y Tiétar llevan días temiendo con espanto. Sobre las nueve y veinte de la mañana, mientras los niños apuraban sus desayunos para salir hacia la escuela, empezó a resonar el zumbido de una sirena. La sirena de alerta. La misma que chillaba para avisar de los accidentes. El problema es que aquella mañana otoñal lo de Accidente bien podía escribirse así, con mayúscula.
El discreto, humilde y apartado poblado obrero del municipio de Torrejón el Rubio, en pleno Monfragüe, acaba de servir de escenario al que muchos consideran aún hoy como el peor accidente laboral ocurrido en la historia de España.
Una obra monumental. Eso es lo que pretendía la dictadura franquista a mediados de la década de 1960 con las obras en los cauces de los ríos Tiétar y Tajo, realizar una enorme obra de referencia en Europa. Era la etapa del desarrollismo y solo unos años antes, en 1959, al régimen le había tocado lidiar con la catástrofe de Ribadelago, causada por la rotura de una presa que se llevó por delante a 144 vecinos de la villa zamorana. En Extremadura quería resarcirse.
El proyecto desarrollado en tierras cacereñas era desde luego de calado. Ni más ni menos que construir dos presas entre los cauces de los ríos Tajo y Tiétar, junto a un enorme canal entre ambas infraestructuras para trasvasar agua y generar electricidad. Para octubre de 1965 las obras estaban ya más que avanzadas.
¿Cómo de importante era la obra? Las cifras ayudan a hacerse una idea. Se calcula que en la obra participaron unos 4.000 operarios entre 1959 y 1966, buena parte de ellos vecinos de las localidades aledañas que encontraron en el proyecto una forma de esquivar la emigración. En 2020 el antropólogo Manuel Trinidad explicaba a elDiario.es que obras de ese tipo llegaron a conformar una especie de gremio, "los pantaneros", que se movían de un lado a otro de Extremadura.
Para acoger a los trabajadores que dieron forma a la infraestructura durante siete años se llegaron a construir dos poblados, "el de arriba", pensado para oficiales y responsables de la empresa; y otro para los peones. Prueba de que conformaba un auténtico pueblo es que disponían de servicios como escuela, economato, comedor, capilla, iglesia e incluso una tasca, estanco y un cuartelillo de la Guardia Civil. El Periódico de Extremadura precisa que la encargada de la construcción era Agromán y la obra se realizaba para Hidroeléctrica Española, hoy Iberdrola.
¿Qué pasó? Una combinación de factores. Una en la que se combinan la meteorología y todo apunta que la negligencia de los responsables del proyecto. Las semanas anteriores habían sido especialmente lluviosas, lo que poco a poco hizo aumentar el nivel del agua del pantano hasta dejarlo a escasos 83 centímetros de la cota máxima autorizada. Que subiese el nivel y la presión no significaba, eso sí, que los operarios dejasen de trabajar en el canal y el cauce del río.
Los habitantes del poblado se preparaban de hecho para presenciar todo un espectáculo, como reconocería años después una de las víctimas a El País: "Ver las cascadas de espuma de agua desde los aliviaderos por primera vez". No fue así. Y lo que se esperaba un espectáculo acabó revelándose un rama. La presión del líquido embalsado era tal que acabó reventando una ataguía de 14 toneladas que protegía el túnel de bombeo. Resultado: un violente torrente de agua que acabó anegando el conducto, la central subterránea y galerías. Con todo lo que ello implica.
¿Y los trabajadores? He ahí una de las claves de la tragedia. En el canal anegado entre las presas del Tajo y el Tiétar seguían trabajando cuadrillas de obreros que poco pudieron hacer para esquivar la violencia del agua. No solo eso.
El torrente se expandió con tanta fuerza que acabó llevándose por delante también a otros empleados que se afanaban en el cauce seco del río. Se calcula que solo en ese punto había unas 400 personas cuando se desencadenó la tragedia. La fuerza y rapidez del agua hizo que incluso a ellos les costase ponerse a salvo. Tan dramático fue el suceso que obligó a desalojar el poblado y e iniciar labores de rescate.
¿Podía preverse? "Mi padre y otros muchos trabajadores lo estaban viendo venir. Él soñaba por las noches. Repetía muchas veces: va a pasar algo y va a ser muy gordo. Quieren probar con nosotros trabajo", rememora Flori Almendral en declaraciones recogidas por El Salto. No es la única que conserva recuerdos de aquel episodio. Paqui Martos relata para el mismo reportaje cómo llegaron a lanzar una cuerda para salvar a un joven que flotaba en un pozo. "Se agarró con fuerza con tan mala suerte que cuando había salido se rompió". Su destino, continúa, se supo poco después: "A los 15 días lo encontramos con la cuerda entre sus manos".
¿Cuál fue el balance? Difícil precisarlo. Y esa es sin duda la segunda gran tragedia de los Saltos de Torrejón. Con el recuerdo todavía reciente de lo ocurrido en Ribadelago, el régimen de Franco decidió silenciar el accidente del Monfragüe. El siniestro ocurrió el 22 de octubre y el 1 de noviembre el NO-DO le dedicaba a la noticia un escueto espacio de 37 segundos, recuerda El Salto Diario, por detrás de una crónica sobre un baile de la burguesía barcelonesa. Periódicos de la época, como Arriba, Pueblo o Ya, pasaron también de puntillas sobre la tragedia.
Oficialmente se reconocieron 54 víctimas mortales, pero hay quien elevan el balance total de fallecidos y desaparecidos en el accidente de 1965 muy por encima de esa cifra, a más de un centenar. Precisar la cantidad exacta es complicado. Los trabajadores recuerdan que se trasladaron 75 ataúdes y no fueron suficientes para acoger a todos los cadáveres. Algunos incluso sostienen que en la construcción de las presas se recurría a presos políticos y en los cementerios de la zona yacen todavía cadáveres de víctimas que nadie llegó a reclamar en la época.
¿No se investigó? El régimen decidió zanjar el asunto sin culpables, ni prácticamente compensación alguna para las viudas y huérfanos que dejó la tragedia. En 1970, tres años después del estreno de la presa, la Audiencia Provincia decide sobreseer el caso "por no aparecer justificada la perpetración de delito" y las esposas de los operarios que perdieron la vida en el siniestro recibieron una suma irrisoria, de apenas 20.000 pesetas, a las que podían añadir otras 5.000 por cada huérfano a su cargo. Para recibir el dinero no llegaba con haber sufrido el accidente; debían cumplir otro requisito: renunciar a cualquier denuncia.
¿Cómo fue posible? Por una combinación de factores, de nuevo. El País recuerda que el régimen tenía reciente aún lo ocurrido en Ribadelago y no estaba dispuesto a dar eco al siniestro en pleno boom de construcción de pantanos. Detrás del proyecto de Extremadura había además importantes empresas dirigidas por aún más importantes familias. No mucho después del accidente la presa empezó a operar sin inauguración. El resultado fue que la dictadura silenció lo ocurrido.
Medio siglo después, en 2015, la localidad de Malpartida de Plasencia decidió al menos rescatar la historia de la tragedia e instaló un monolito para recordar a las víctimas. A la inauguración, además de políticos, asistieron algunos familiares de las víctimas. "Yo estaba en la escuela del poblado y cuando escuchamos la sirena el maestro nos dijo que teníamos que ir a la colina, allí estuvimos 10 horas esperando noticias, siempre con la esperanza de ver aparecer a nuestro padre", recordaba Manuel Pérez, por entonces un niño de apenas 12 años. No fue así. Cuando la compuerta cedió por la presión su progenitor estaba a cien metros escasos.
Imagen de portada: Discasto (Wikipedia)
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