En uno de los mejores episodios de la serie de televisión británica Black Mirror los seres humanos tienen implantados en el cerebro unos dispositivos que permiten registrar en vídeo y audio absolutamente toda su vida. Además, cuando lo estiman oportuno, pueden proyectar contra una pared aquel vídeo de las últimas vacaciones en Cancún y así martirizar a las visitas.
Lo más inquietante de este planteamiento es lo que sucede en el núcleo de la relación de pareja de ambos protagonistas y la sombra de duda de una posible infidelidad de uno de ellos. Habida cuenta de que todo ha quedado grabado, ¿queremos confirmar nuestras sospechas? ¿Queremos verlo todo? Son solo algunas preguntas. Hay muchas más.
¿Dejaremos de poder mentir a los demás, esa clase de mentira venial que engrasa las relaciones sociales y que tan bien plasmaba la película de Ricky Gervais Increíble pero falso (The Invention of Lying)? ¿Aflorará un tipo de sinceridad que será mejor? ¿A alguien le interesará seguir viendo ficción si puede ver su propia vida o la de los demás? ¿Los nuevos cineastas alterarán estas grabaciones para ofrecer películas, especiales o trailers?
La retahíla de cuestiones sociales, psicológicas, morales y filosóficas que entrañan los dispositivos que permiten grabarlo todo durante todo el tiempo, el llamado Lifelogging (bitácora de vida) resulta inabarcable y, me temo, deberemos ir solucionando todas las cuestiones paso a paso, a medida que vayan surgiendo. Porque el advenimiento del lifelogging no tiene visos de detenerse.
Ted Chiang: ciencia ficción filosófica
Ted Chiang es uno de mis escritores de ciencia ficción favoritos, si no habéis leído la antología de cuentos La historia de tu vida, no habéis leído una de las mejores antologías de ciencia ficción de todos los tiempos.
Muy pronto veremos adaptado uno de sus cuentos al cine por parte de uno de los cineastas más interesantes del actual panorama, Denis Villeneuve. Su cuentos son cargas de profundidad reflexiva sobre temas espinosos. Por ejemplo, resulta imposible opinar sobre la conveniencia de juzgar a los demás por su físico si no habéis leído antes su cuento ¿Te gusta lo que ves? Tampoco habéis visto nada en la película Sin límites si no habéis leído Inteligencia.
Otro de sus cuentos reflexiona con el mismo calado que los anteriores acerca del lifelogging: La verdad de los hechos, la verdad del corazón. Aquí, Chiang se centra en los efectos de no poder olvidar nunca, un tema muy borgiano, y en cómo afectará semejante tecnología a nuestra estructura cerebral a nivel molecular.
¿Queremos recordar?
La tecnología, sin embargo, nos encamina en mayor o menor medida hacia la memoria eidética, tanto si decidimos implantarnos una cámara de lifelogging como si no, porque toda nuestra presencia en las redes y en la misma internet quedará indeleble. Así pues, en conjunto, todos estamos encaminados hacia un tipo de memoria en la que nada se olvidará, todo se arrastrará, como le sucede al borgiano Funes el memorioso. La única manera de evitarlo será permanecer en un estadio pre-social 2.0, y probablemente no serán pocos los que nos tildarán de luditas por ello.
O como ya le sucede a Gordon Bell, un ingeniero en Microsoft que, de 1997 a 2007, usó una pequeña cámara negra del tamaño de un paquete de cigarrillos llamada SenseCam, que toma una fotografía cada veinte segundos. Es decir, que Bell almacenó un total de 3.000 fotografías diarias teniendo en cuenta que pasa dieciséis horas despierto.
Bell describe con entusiasmo su proyecto considerándolo una especie de un autoanálisis enriquecido, la capacidad de revivir la propia vida con mayor grado de detalle.
Bell describe con entusiasmo su proyecto considerándolo una especie de autoanálisis enriquecido, la capacidad de revivir la propia vida con mayor grado de detalle. Lo que Bell parece no tener en cuenta es que no siempre queremos recordar, ni que nos recuerden, y que los recuerdos no son tampoco un registro exacto del pasado, sino una construcción narrativa condicionada por la forma en que nuestro cerebro almacena los datos.
En ese sentido, los recuerdos funcionan más como forma de autodefinición emocional que como vínculo a la verdad de los hechos. Por eso todos nos creemos buenas personas, o que conducimos por encima de la media, o que tenemos razón al discutir con nuestra pareja sobre quién ha lavado más veces los platos sucios. Porque nuestra memoria está suturada por sesgos que propician nuestro egocentrismo, la necesidad de sentirnos especiales y moralmente superiores, y por tanto seguir adelante.
Como gadgets como la microcámara Narrative, que la persona lleva colgada en su ropa y realiza dos fotografías por minuto que son almacenadas y permiten un tratamiento analítico posterior, todos esos sesgos tan necesarios para la construcción positiva de nuestra identidad quedarán mermados. Ya no habrá excusas para admitir que no somos tan importantes o especiales como nos creíamos.
¿Deberemos implementar algoritmos que tergiversen nuestras bitácoras vitales para que nuestro Yo continúe a salvo y que solo podrán suspenderse en casos extremos como testificar en un juicio? Sea como fuere, hay muchos otros efectos que producirán estos gadgets y no sabemos aún cómo los abordaremos.
¿Privacidad?
En un mundo donde hay millones de dispositivos que se usan para guardar nuestra memoria, tal vez acceder a la verdad, incluso a lo que piensan sinceramente de nosotros, causará traumas y fricciones sociales. Sin embargo, todo ello, finalmente, podría desembocar en una concordia mucho más sosegada: nos relacionaremos con las personas que de verdad nos gustan y a las que gustamos, sabremos que la hipocresía no será un lubricante para establecer un contexto perfectamente fluido. Todas ellas son ideas que sostiene el filósofo y neurocientífico Sam Harris en su ensayo Lying.
Pero, quizás, la falta de privacidad no solo traiga consecuencias positivas. Según Jeff Jarvis, que ha reflexionado largamente en su libro Partes Públicas, sobre los efectos de la privacidad, ésta no es más que un invento relativamente reciente en la historia. Y la tecnología la hará desaparecer, eliminando así un escollo para obtener beneficios sociales mayores, ampliando más que nunca nuestros círculos de empatía.
Sin embargo, todo eso es solo una conjetura. En las sociedades hay demasiadas variables que no podemos controlar y no sabemos con seguridad qué sucedera cuando la privacidad sea parte del pasado. ¿La presión por el qué dirán o por el castigo, casi un precrimen como el que describía Minority Report, nos causará profundos desajustes emocionales y un estrés difícil de sobrellevar?
¿Disolución del Yo?
Ted Chiang ha reflexionado, tanto en su cuento como en charlas, sobre estas y otras cuestiones que atañen al lifelogging. Supongamos que no todos pueden permitirse el lujo de acudir a un concierto, pero sí podremos disfrutar de él gracias al LifeLog en tiempo real (tal vez en la realidad virtual de inmersión) de otra persona. Si nuestra cognición y la cultura se desplaza cada vez hacia lo audiovisual, a continuación podría parecer más cercano y realista contemplar las cosas a través del lifelogging que estando allí realmente.
Nos importará menos nuestra propia identidad y más una suerte de identidad colmena.
Llevado al extremo, compartir vidas con los demás, podría difuminar la sensación del Yo. Durante un rato seríamos una persona, luego otra, luego otra distinta, e incluso nuestra bitácora será también una mixtura de las sensaciones e influencias de otras bitácoras. Incluyendo que, progresivamente, nos importará menos nuestra propia identidad y más una suerte de identidad colmena. No será tan importante vivir las cosas con nuestro cuerpo, sino sencillamente vivirlas. Ya no será tan importante nuestro plano subjetivo, sino aprender a ver las cosas con ojos ajenos.
Además, recordaremos de forma más vivas las emociones asociadas a hechos pretéritos. Como el caso del proyecto del MIT llamado Inside Out: Reflexionando sobre su estado interior, que se vincula a las fotografías tomadas las mediciones de temperatura de la piel del usuario y la conductividad para mapear momentos felices y estresantes del día. El impacto psicoemocional será inédito.
Obviamente, son todo conjeturas: casi siempre solemos equivocarnos sobre los profundos cambios sociales que producen las tecnologías. Pocos supieron, por ejemplo, vaticiar internet, y cuando éste nació muchos menos vaticinaron Wikipedia y la destrucción total y absoluta del trabajo remunerado del escritor de enciclopedias profesional. Lo único que sabemos es que el el lifelogging causará profundos cambios. Está por ver hacia dónde.
Para ir adelantándonos a las sorpresas, podemos empezar a leer a propósito de las sensaciones que generan en los usuarios o los costes personales asociados con llevarlo a cabo. Y también podemos ir olvidándonos de la excusas baratas para argumentar que nosotros hemos lavado más veces los platos sucios.
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