Trabajo con horario flexible: una idea estupenda que me costó dominar

  • Este modelo permite gestionar el tiempo según nuestras necesidades personales

  • Tiene muchas ventajas, pero también el riesgo de conducirnos a jornadas alargadas

  • La disciplina personal y la fijación de un horario solo maleable por circunstancias que lo justifiquen, claves

hombre trabajando
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El otro día, aprovechando las vacaciones de Semana Santa, torrija va torrija viene, le preguntaba a un familiar lejano algunos detalles sobre su trabajo. Me habló de que tiene horario flexible: puede entrar a cualquier hora entre las siete y las diez de la mañana, simplemente luego saldrá más pronto o más tarde en consecuencia.

Yo le dije que también tengo este tipo de horario, pero luego caí en que siempre lo he tenido, incluso en mi empresa anterior, en la que empecé en 2012. Únicamente tuve horarios estrictos en los empleos anteriores, los que compatibilizaba con los estudios.

Y caí también en que fue algo que me costó dominar.

Sin estructura fija

La promesa básica del horario flexible es una ideaza de quien sí ha sabido adaptarse a los tiempos. Si tenemos un trabajo en el que la comunicación puede ser asíncrona y no tenemos que abrirle la puerta a nadie, por qué no dejar que gestionemos nuestro tiempo en función de nuestras necesidades y prioridades.

El horario flexible solo tiene ventajas sobre el papel, incluida la mayor facilidad para conciliar y anular o reducir las jornadas partidas, pero también puede ser una trampa si somos indisciplinados.

Al principio la sensación era de libertad ilimitada. Poder hacer algún trámite sin tener que cortar la mañana e importunar a nadie, o salir antes para no perderme algún evento interesante, eran lujos asiáticos. Sin embargo, el doble filo no tardó en aparecer.

La ausencia de una estructura fija hizo que los límites entre el trabajo y la vida personal, ya de por sí algo difuminados por el teletrabajo y la hiperconectividad, me llevó a extender las jornadas laborales más allá de lo saludable.

Porque la sensación de flexibilidad también acaba llegando a la hora de salida: qué más da que haya cumplido las horas si puedo estirar un poco más y dejar esto listo.

El problema no es que eso ocurra de vez en cuando, que además tiene solución fácil: si hoy salgo más tarde ya saldré mañana un poco antes. Pero la sensación de urgencia prevalece más de lo que debería, y esa ausencia de la estructura fija ayuda a dejarse ir y trabajar más de lo debido.

Y no solo trabajar más de lo debido, sino no tomarse en serio el paso del tiempo. Con un horario flexible es más fácil postergar lo postergable por cualquier tontería, porque siempre se podrá recuperar ese tiempo saliendo un poco después. Esto es criminal tanto para la productividad como para el bienestar.

Cuando veo a un compañero que siempre sale a la misma hora, temprano en comparación a la mía, sé que no solo entró más temprano, sino también que aprovechó bien su tiempo, algo que el horario flexible complica si no se mantiene una disciplina.

Al final se trata de establecer un horario fijo para uno mismo, como una rutina más, y solo salirse de él por arriba o por abajo cuando las circunstancias lo aconsejen, pero no dejar que las microinterrupciones intrascendentes se nos coman parte de la jornada simplemente porque luego podamos recuperar ese tiempo. Ese ya será un tiempo tirado a la basura.

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