La gran amenaza para el Ártico está bajo el hielo: cómo los "incendios zombi" están arrasando la región

La gran amenaza para el Ártico está bajo el hielo: cómo los "incendios zombi" están arrasando la región
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Su nombre suena a título de peli cutre de sábado tarde, pero los “incendios zombis” —remanentes o hibernantes, como prefieren llamarlos los expertos— tienen poco de broma y, a su manera, algo sí se parecen a los “no muertos” de 'The Walking Dead'. Básicamente son fuegos forestales que se registran en el extremo norte de la Tierra, pero con una peculiaridad: tiempo después de haberse dado por extinguidos, pasados meses o incluso años, vuelven a resurgir igual que los difuntos que recobraban la vida en el film de George A. Romero. Su impacto no se limita al daño que puedan provocar las llamas a su paso; está ligado también con el calentamiento global.

Al igual que en el resto del planeta, los incendios forestales pueden desencadenarse en ciertas regiones del Ártico, como los bosques boreales, por causas naturales o ser provocados por el hombre. En el caso de los "fuegos zombis" se da, sin embargo, una característica llamativa: además de devorar la vegetación de la superficie, la combustión acaba penetrando en el suelo y alcanzan acumulaciones de materiales orgánicos, sobre todo las amplias reservas de turba.

Un incendio subterráneo

Gracias a ese “alimento” subterráneo, generoso en carbono, la combustión continúa oculta a la vista, extendiéndose en profundidad y a lo largo y ancho del terreno. La velocidad a la que avanza la determina en gran medida la cantidad de oxígeno disponible en cada caso, pero los investigadores que se han dedicado a estudiar el fenómeno ya han comprobado que —a bajas temperaturas, sin presencia de llama— puede quemar la turba durante varios meses. Incluso años.

Cuando el “incendio zombi” se encuentra con capas de agua o materiales de los que no puede "alimentarse" se detiene. A menudo, sin embargo, la superficie sí le ofrecerle combustible tras el deshiele. Si eso ocurre las llamas renacen igual que el mejor “muerto viviente” de Hollywood. Incluso en un lugar diferente al del incendio inicial y tras un largo período en el que el terreno estuvo cubierto por un grueso manto de nieve. Como han comprobado los científicos, el fenómeno suele darse después de veranos cálidos que reducenel hielo y facilitan que la de turba se seque.

El año pasado un grupo de científicos publicó en Nature un estudio elaborado tras analizar “incendios zombis” localizados en regiones del norte, como Alaska o el noroeste de Canadá, entre 2002 y 2018, y llegaron a la conclusión de que habían sido responsables del 0,8% de toda la tierra quemada y el 0,5% de las emisiones de carbono liberadas. Son porcentajes pequeños, pero suficientes para que adviertan sobre el fenómeno —en 2008, de hecho, un único “incendio zombi” quemó más de 130 km2 en Alaska, lo que lo representó el 38% de toda la tierra devastada por el fuego ese mismo año en el país— y, sobre todo, cómo puede verse incrementado con el cambio climático.

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A lo largo de su estudio, los investigadores observaron cómo aquellos años con temperaturas por encima de la media se asociaban habitualmente a un aumento de “incendios zombis”. De hecho, registraron casos en los inviernos que siguieron a los veranos más calurosos en los territorios del Noroeste. La cuestión es: ¿Por qué debería preocuparnos que haya más incendios de este tipo? Pues porque están ligados a uno de los grandes retos de la humanidad: el cambio climático. Tanto, de hecho, que representa a la vez una consecuencia y un factor que lo favorece.

Más allá del daño que hagan las llamas en superficie y la devastación de la vegetación, los “fuegos zombis” avanzan en terrenos muy ricos en carbono y acaban liberando CO2 a la atmósfera. Las turberas son de hecho los ecosistemas más densos en carbono de la Tierra y cerca de la mitad del carbono que almacenan se localiza entre las altitudes 60 y 70º norte, a lo largo del círculo ártico. Además de carbono, los incendios subterráneos expulsan también metano —presente en los suelos—, un potente gas de infecto invernadero que contribuye al calentamiento global.

El aumento de las temperaturas reduce la capa de hielo y favorece las condiciones ideales para el avance de estos incendios dignos de las pelis de A. Romero. Resultado: una dinámica que se parece en cierto modo a las pescadillas que se muerden la cola. A menor cobertura de hielo, mayor radiación absorbida, mayor aumento de las temperaturas, mayor pérdida de hielo y mayor, también, incidencia de incendios en el Ártico que acaban liberando a la atmósfera CO2 y metano.

Un estudio reciente elaborado por un grupo de investigadores liderado por Kimberley Miner, del Laboratorio de Propulsión a Chorro del Instituto de Tecnología de California (EE. UU.), alerta de que los incendios subterráneos podrían liberar carbono almacenado en zonas que hasta hace poco se creían resistentes al fuego. Y alerta: según sus cálculos, a medida que el clima se caliente los incendios forestales Árticos podrían aumentar de forma exponencial a mediados de siglo.

Imágenes | Servicio de Pesca y Vida Silvestre de EE. UU. Región Noreste (Wikipedia) y Unsplash

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