Lo que dice la ciencia sobre cómo guardar secretos afecta a nuestro cerebro

Lo que dice la ciencia sobre cómo guardar secretos afecta a nuestro cerebro
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Guardar secretos puede ser una tarea dura y, además, perjudicial para la salud. Cada vez más estudios sociológicos y psicológicos lo reafirman. ¿Y qué sabemos a nivel neurológico? Nuestro cerebro también se resiente.

El conocimiento popular no podría estar más en lo cierto: los secretos son malos para nuestra salud. Quien no tiene secretos será libre, en mucho sentidos. Esto es lo que han descubierto los investigadores al respecto.

Guardar secretos es malo para tu salud

No hay duda alguna. Todas las aproximaciones hechas hasta la fecha: psicológicas, sociológicas, neurocognitivas... indican lo mismo: guardar secretos es malo para la salud. ¿Por qué razón? Desde el punto de vista psicológico, guardar un secreto es una tarea que supone diversos conflictos. El primero de ellos es que es una tarea que consume energía.

Tal y como muestra un interesante estudio de la Unviersidad de Columbia, es necesario estar constantemente evaluando qué se puede y qué no se puede decir, o cómo hacerlo, delante de quién o si alguien podrá sospechar. También está la preocupación de cometer el error de liberarlo por un descuido. Consume una cantidad inmensa de energía el pensamiento recursivo sobre el secreto, así como la autoevaluación que suele llevar a costa de nuestro autoestima.

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En segundo es de corte sociológico. Aunque los secretos son vox pópuli, socialmente hablando suelen tener una carga importante. Por supuesto, no hablamos de secretos inocuos. Las investigaciones de Michael L. et al, publicadas para la Asociación Americana de Psicología, muestran que este tipo de secretos que afectan a nuestros seres queridos, una traición, un cambio laboral importante... suelen asociarse a un conflicto que puede influir de manera personal. En la mayoría de ocasiones se traducen en aislamiento social, sensación de depresión y ansiedad.

En general, la carga de un secreto tiene importantes implicaciones en las personas, las cuales se ven afectadas por diversos frentes, perdiendo capacidad de resiliencia emocional (es más difícil sobrellevar un problema, aumenta la irritabilidad...) y hay menos capacidad y posibilidad de reacción debido a la fatiga y a la desconcentración.

Qué le pasa a nuestro cerebro

Todas estas manifestaciones están obviamente ligadas a un factor fisiológico neurocognitivo. ¿Qué le pasa a nuestro cerebro, y a nuestro cuerpo, cuando guardamos un secreto? El estudio del que hablábamos, de Michael L. et al, describe los procesos neurológicos que nos afectan. Estos tienen mucho que ver con el estrés. En el momento en el que decidimos no contar un secreto, nuestro córtex orbital prefrontal comienza estimula la sensación de lo malo que será contar el secreto.

Esta parte está relacionada con la toma de decisiones, en primera instancia, disparando las primeras señales del estrés. Esto activa el giro cingulado y este, a su vez, promueve la segregación de hormonas relacionadas con el estrés. Entonces, nuestra amígdala, parte fundamental del sistema límbico, se satura, generando un estado de alerta típico del estrés. Comienza aquí la irritabilidad y el mal humor.

Esto también afecta a cómo descansamos (cada vez peor), lo que incrementa el estado de estrés. El hipocampo, también parte del sistema límbico, se ve comprometido por un aumento del cortisol, hormona segregada debido al estrés en el que está el cerebro. Más adelante comenzarán a segregarse citoquinas en exceso, lo que se notará en el aprendizaje, la memoria y hasta en el sistema inmunitario.

El córtex prefrontal, entonces, se encontrará "desconectado", debido al estado de estrés. Las decisiones, por tanto, así como muchas de las funciones comunicativas se verán afectadas. Esto genera más estrés, haciendo la situación aún más complicada. Un secreto importante, de hecho, puede terminar derivando en una sensación de aislamiento importante, desembocando en una depresión o en ataques de ansiedad.

Hay una diferencia importante entre secreto y privado

El hecho de mantener un secreto puede resultar pernicioso para la salud, está claro. Pero no todos los secretos son tan "graves". Esto es porque no todo a lo que llamamos secreto se considera "secreto". Algunas cosas son, solamente, privadas. La conceptualización de ambos términos, a pesar de que coloquialmente se más difusa, viene trabajándose desde hace muchos años por parte de expertos en sociología y psicología. Lo podemos apreciar en estudios como este, de las psicólogas Carol Warren Barbara Laslett.

A nivel psicológico también tienen diferencias fundamentales. Mientras que los secretos tienen una carga importante: una información que no debe ser transmitida por la amenaza de una consecuencia, lo privado se considera algo lícito. El hecho de que una persona solicite que algo se mantenga en su ámbito privado no afecta de la misma manera, ni genera el estrés asociado a los secretos, tal y como relata la psicóloga Anta E. Kelly en su libro "La Psicología de los Secretos".

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Muy al contrario, todos nos sentimos con derecho, y reafirmados, por mantener nuestra privacidad. Los efectos, en vez de negativos, pueden resultar positivos, reforzando la sensación de grupo y disipando la sensación de aislamiento. También puede ayudar a combatir el estrés. La cuestión es, ¿cómo diferenciamos entre privado y secreto? ¿Dónde está el límite? Lo cierto es que no hay una respuesta concisa al respecto.

En general, los secretos suelen estar asociados a informaciones externas, aunque no siempre. También afectan de una manera negativa o tienen una importancia social clara: un futuro cambio en la empresa, una infidelidad... Estos secretos guardados son un intercambio social inaceptable. Esto también varía la forma que tenemos de apreciarlos: algo privado para una persona podría convertirse en un secreto guardado para otra, con todas las consecuencias.

En general, y a pesar del claro efecto negativo que puede tener un secreto, nos falta mucha información a nivel psicológico y social. Entre otras cosas, las definiciones y las implicaciones comunicativas que tienen. Medir esta cuestión, por supuesto, no es fácil, aunque a nivel neurológico, curiosamente, parece un tema mucho más claro que a nivel psicológico o social.

Imágenes | Unsplash

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