A principios de la década de los 2000, un nuevo tipo de parques infantiles llegaron a nuestra vida: los que tenían el suelo de caucho. Eran llamativos y coloridos; más accesibles y menos peligrosos, y, por si fuera poco, permitían reciclar neumáticos de forma fácil, útil y segura. No es raro que, a lo largo de estos 20 años, el caucho haya conquistado el país.
Sin embargo, dos investigadoras del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA-CSIC) llevan años investigándolos de cerca.
Una buena idea... que viene con letra pequeña. “Desde el punto de vista de la economía circular está muy bien, porque hay millones de ruedas en el mundo y en muchas ocasiones no sabemos qué hacer con ellas", explicaba una de las investigadoras, Teresa Moreno, hace unos meses. "Pero hay que tener en cuenta qué ocurre cuándo estos materiales van a formar parte de estos lugares”. Y eso han hecho.
Moreno, junto con la directora del IDAEA (Ethel Eljarrat), se pusieron manos a la obra tras comprobar que, a las ruedas recicladas, muchos suelos le añadían caucho sintético para conseguir esos colores llamativos o ésteres organofosforados (OPE) que se utilizan como retardantes de llama. En general, hablamos de componentes que "pueden funcionar como disruptores endocrinos, es decir, que imitan la acción de las hormonas y alteran el funcionamiento corporal" o sobre los que "hay evidencias de que pueden llegar a ser tóxicos".
¿Cómo de problemático es todo esto? Por sí mismo, no demasiado. Las mismas investigadoras lo reconocen: "si valoramos la exposición a la que puede estar afectado un niño que va a un parque con suelo de caucho dos horas al día, todos los días de su vida, esa dosis probablemente no sea peligrosa", explicaba Eljarrat en ABC.
Sin embargo, no estamos expuestos este tipo de plásticos solo en los parques infantiles (o en las instalaciones deportivas). "También están presentes en el aire que respiramos, en lo que comemos, en lo que bebemos… Y es la suma de todas esas exposiciones la que puede llegar a ser tóxica", decían las investigadoras y saben de lo que hablan. En los últimos años han investigado la presencia de estos compuestos en numerosos soportes desde las botellas de plástico al aire de las ciudades.
O sea, el problema no son solo los parques infantiles. El problema, como de costumbre, va mucho más allá. Los parque infantiles son especialmente llamativos porque, mientras todos intuímos que las botellas de plástico o la contaminación del aire, puede afectar a nuestra salud de alguna forma, estos parecen seguros y poco problemáticos.
Pero el desconocimiento endémico del efecto real que los microplásticos y otros componentes químicos tienen sobre la salud invita a la prudencia.
¿Y qué hacemos? Las mismas investigadoras dejan claro que "todavía es pronto para tomar decisiones": ahora mismo solo sabemos que esos componentes están ahí, pero faltan datos para evaluar su impacto real sobre la salud de niños y mayores.
Sobre todo, porque las decisiones no son inocuas. La llegada del caucho a los parques infantiles fue un paso gigantesco para asegurar que muchos niños con movilidad reducida pudieran disfrutar de ellos. Las asociaciones trabajaron durante años para que el juego fuera un derecho y los espacios fueran más inclusivos. No hay que perder de vista todo esto a la hora de repensar esos parques o instalaciones.
"Investigar y conocer lo que tenemos siempre es bueno", decían las investigadoras; pero, por ahora, quizá lo más relevante es que la información real sobre la composición química esté fácilmente disponible para consumidores y para el público en general.
Imagen | Jinhan Moon
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