En plena subida de los alimentos, un producto barato está causando polémica en Europa: la carne de caballo

La carne de caballo es comparativamente más barata y saludable que la carne de res

carne caballo
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“Tengo tanta hambre que me comería un caballo”: es un dicho popular no sólo en España sino en otros países de Europa. Pero la realidad es que pocos ciudadanos europeos permitirían que la carne de este animal entrara en sus bocas. En el continente, la población que ve con buenos ojos comer carne de este majestuoso animal está dividida. Mientras que la mayor parte del mundo de habla inglesa (Reino Unido, Irlanda, EEUU, Australia y Canadá) ve comer carne de caballo como un tabú, otros países como Italia, España o Alemania impulsan esta industria hasta convertir este plato en una exquisitez.

Los datos que hay sobre la mesa son claros. Los europeos consumen 80.000 toneladas de carne de caballo al año. Sólo en España los hogares sirvieron en sus mesas 2.817,3 toneladas de este animal. Y no estamos solos. La carne de caballo es comparativamente más barata y saludable que la carne de res. Además, es rica en proteínas, tierna, dulce y baja en grasas.

En Italia, donde la carne de caballo es un plato popular en algunas regiones como Véneto, Friuli-Venecia Julia, Trentino-Alto Adigio, Parma, Apulia y Cerdeña, se consume nada menos que 900 gramos de carne de caballo por persona al año. De hecho, en Cerdeña comer carne de caballo es tan natural como comerse un filete de ternera. Está en todas las cartas de los restaurantes, en las carnicerías y en los supermercados de la isla. Y no es que los sardos no amen a sus caballos. En realidad los crían, los cuidan, los montan y también se los comen en un solomillo a la parrilla.

En Francia, es también es una tradición desde hace muchos años. En 1866, el gobierno galo legalizó su consumo porque muchos ciudadanos pobres no podían permitirse el lujo de carne de cerdo o de res. Y hoy en día, en muchos restaurantes se pueden encontrar platos elaborados con esta carne.

Otros países siguen la misma línea: Bélgica, Suecia, Países Bajos, Alemania y Austria. Basta decir que en el país germano existen establecimientos especializados en esta carne, las llamadas pferdemetzgereien. Y también en Asia es popular su consumo. En Japón, la carne de caballo se llama sakura, que significa "flor de cerezo", debido a su color crudo. Se suele servir como sashimi y con salsa de soja.

¿Y en España?

Aunque no es el principal consumidor de carne de caballo, España es uno de los principales exportadores a nivel mundial. Según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, en 2020 se sacrificaron en los mataderos españoles 36.900 caballos para la producción de carne. Y es que las granjas equinas orientadas a la alimentación juegan un papel importante en el desarrollo económico de las zonas de montaña del norte peninsular. De hecho, en nuestro país su consumo se da principalmente en las comunidades de Navarra, Castilla y León y Cataluña. 

Según la Asociación Potro de Origen, "la carne de potro, criado en los valles navarros, se está introduciendo poco a poco en las casas". Y, tal y como se comenta en este artículo de El País, en Cataluña se impulsa desde el año 2007 la reproducción, venta y distribución de la raza Cavall Català del Pirineu a través de un convenio entre la Generalitat de Catalunya y la Universitat de Barcelona.

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Sin embargo, en los países anglosajones, la idea de comer carne de caballo refleja inconscientemente el pensamiento de que esta comida "es de pobres", o de que se trata de un animal de compañía. Y claro, ¿cómo te vas a comer a tu mascota?. Lo cierto es que esta práctica plantea ciertas cuestiones éticas. En algunas partes del mundo la vaca es sagrada y por ello deja de comerse. En el caso del caballo, hay quien reduce también la polémica al sentimentalismo: los caballos, al igual que los perros y los gatos, son animales de compañía (incluso deportivos), aunque recientemente algunos chefs importantes como Gordon Ramsay hayan querido introducir esta carne en los menús más innovadores.

Eso sí, tiene trampa. Ninguno de estos países donde se cancela esta práctica está completamente en contra de que sus caballos luego sí se utilicen como alimento, ya que exportan deliberadamente caballos, vivos o muertos, a otros países para su consumo alimenticio.

Un tabú que viene de lejos

La estigmatización de esta práctica es en realidad muy antigua y la industria del caballo como alimento tiene una historia muy larga. Muchas culturas prehistóricas comían y sacrificaban caballos. Pero hubo una vez que se estableció una prohibición de la carne de caballo por parte del Papa Gregorio III en 732 en lo que se pensaba que era un intento de diferenciar entre cristianos y paganos.

Y en la Alta Edad Media, el caballo fue resignificado. Pasó a ser un símbolo de estatus y de guerra: aparecía en tapices y pinturas portando armaduras, como una bestia noble. No tenía sentido consumir un animal tan majestuoso e importante para la batalla. Esta idea estaba tan generalizada en Europa que  en el siglo XVII comer caballos estaba prohibido en la mayoría de los países del Viejo Continente.

Sin embargo, en la época victoriana, comer carne de caballo empezó a asociarse más con la pobreza y la precariedad. Durante las guerras napoleónicas, algunas ciudades se vieron obligadas a consumir este animal ante las brutales hambrunas que asolaban las urbes destruidas. Y fue en el siglo XIX cuando el caballo empezó a popularizarse, en parte por la necesidad de alimentar a más bocas en un momento en el que los precios de la carne aumentaban. En Francia, Bélgica, Italia y Suiza, tanto la industria médica como culinaria aceptaron este producto. Y las clases trabajadoras la hicieron suya.

De vuelta a tiempos de crisis, inflación, altos precios y pérdida de poder adquisitivo, ¿podría la carne de caballo volver a popularizarse y convertirse en un producto básico de la cesta de la compra? Viendo nuestro pasado y las tendencias actuales, no sería tan descabellado.

Imágenes: Unsplash / Flickr (Nami Quenby), Flickr (pelican)

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