Se abre el telón y sobre el escenario se despliegan varias decenas de personas bailando al ritmo de una música roma y repetitiva. La localización es el corazón de Ibiza y el motivo de tan extraña reunión es el cumpleaños de una de las personalidades más conocidas del orbe digital. Es, pues, una celebración, pero nadie parece celebrar gran cosa: todos los personajes de la sala interactúan con sus móviles, se graban a sí mismos, documentan la festividad, y omiten de forma más o menos consciente la presencia del resto de invitados. ¿Cómo se llama la película?
Dulceida, 30 años, o el enésimo debate sobre cómo hemos dejado de disfrutar de las cosas importantes por culpa de los móviles.
Críticas. La escena, un breve fragmento grabado por uno de los invitados, ha recorrido las cuatro esquinas de las redes sociales durante todo el fin de semana. En ella se muestran algunos segundos de la fiesta. Lo que más ha llamado la atención ha sido la actitud de todos los presentes, más preocupados por sus teléfonos móviles que por disfrutar de la música o de su compañía mutua. En Twitter, el vídeo se ha compartido miles de veces, casi siempre acompañado de un "vivimos en una distopía", "un nuevo capítulo de Black Mirror" o "esto me parece super triste".
Un mensaje general de en qué nos estamos convirtiendo que encaja bien con otras polémicas recientes y con las ansiedades de nuestro tiempo (junto a otro mensaje, menos relacionado con esto: la pelea que todo el mundo quiere ver y que no se grabó).
Que bien se lo pasan los móviles en la fiesta de Dulceida oye pic.twitter.com/e0s794Cing
— tkmonica (@tkmoonica) October 27, 2019
¿Es así? No. Lo vimos en su momento a cuenta de la mujer que, en plena presentación de una película, acudía al lugar de los hechos sin su móvil. Todos los demás, a su lado, miraban la realidad a través de su smartphone. Lo cierto es que compartir nuestras experiencias con otras personas es otra forma de disfrutar. El paradigma sobre la forma en la que un acontecimiento nos hace feliz es otro, y las cosas que nos parecen importantes o dignas de ser experimentadas de un modo u otro cambian con el paso del tiempo. Cuando vemos la escena del cumpleaños y pensamos "ya no sabemos disfrutar" leemos el presente con ojos del pasado.
Con ojos, además, dulcificados. Las cámaras siempre estuvieron ahí. Solo que no las asociábamos a un relato moral.
Fotos = felicidad. Se generó una conversación similar cuando miles de personas acudieron a un concierto de Rosalía teléfono en mano. La imagen revelaba, al parecer, algo más profundo: en la era de la apariencia, preferimos documentar para posteriormente presumir mucho antes que observar la realidad con nuestros propios ojos. Lo cierto es que la ciencia tiene aquí algo que decir: sabemos que hacer fotografías impulsa nuestra capacidad para disfrutar del momento, y que las imágenes funcionan como un amplificador emocional capaces de disparar nuestra atención y la intensidad de lo vivido. De fijarlo mejor en nuestra memoria.
Los nuevos artistas entienden esta dinámica, y por eso permiten y animan a sus seguidores a grabar sus conciertos. Todos salen ganando, unos más felices, otros más difundidos.
Trabajo. Es decir, tiene sentido que documentemos nuestra vida. Y más aún que hagamos partícipes a nuestros seguidores de nuestra experiencia/felicidad. Pero en el caso de los invitados a la fiesta de Dulceida hay que tener en cuenta otro factor: su trabajo es precisamente ese, compartir su vida, sus experiencias idealizadas, con el resto de la humanidad. Los influencers cimentan su fortuna proyectando su vida con sus seguidores, compartiendo sus vivencias con una audiencia gigantesca y subastándolas al mejor postor (ya sabemos que vender merchandising les resulta más complicado). ¿Cómo no hacer lo propio en un evento como el de Dulceida?
Solos, acompañados. De fondo, pervive la idea de que los móviles nos están aislando del contacto con el resto de humanos, una difundida hasta por anuncios de licores. ¿Es así? Sabemos que el uso de smartphones está asociado a mayores índices de depresión y ansiedad, y también que la soledad cotiza al alza entre los millennial, paradójicamente la generación más conectada. Pero también que los teléfonos promueven patrones de socialización positivos, y que nuestra forma de relacionarnos con nuestro entorno ha cambiado (antes más local, ahora más global: tenemos amigos en otros rincones del mundo con los que hablamos a diario).
La cuestión de la soledad en plena era de la conectividad es interesante, pero la ciencia al respecto aún queda lejos de respuestas claras y unánimes.