Héctor G. Barnés, madrileño del 85, trabaja como periodista en El Confidencial, donde entre otras cosas, publica cada domingo una columna sobre costumbrismos y sociología cotidiana de nuestra era. Lee el presente con tanta facilidad como si fuera 'Teo va a explicar la vida' y tan pronto describe cómo la hiperproductividad ha profesionalizado la gestión de las amistades hasta un extremo espantoso, como el vacío de nuestra huella fotográfica entre 2003 y 2013, ese período de entreguerras posterior a los fotos de carrete pero anterior a las redes sociales que no olvidan.
Hace un par de meses (este humilde rompeteclas es el único culpable de la demora de este artículo) publicó su primer libro, Futurofobia: Una generación atrapada entre la nostalgia y la apocalipsis, editado por Plaza & Janés. Bajo este término acuñado por él mismo, narra el devenir de una generación con pánico al futuro, acostumbrada a que el apocalipsis (económico, laboral, ambiental) está a la vuelta de la esquina, que de paso se ha acabado refugiando en su propio victimismo. Con él hablamos de su libro, especialmente en los temas que a Xataka atañen.
De los paseos programados a hacerle recados a ancianos durante el confinamiento
La idea de Futurofobia se gestó en los primeros meses de pandemia. Concretamente, cuando los primeros paseos vespertinos, mascarilla en rostro y a metro y medio de distancia interpersonal.
"Ahí descubrí el concepto: me di cuenta de la naturalidad con la que la gente aceptaba una situación en principio inaceptable, no previsible. Hay una parte científico-técnica que sí sabía que podía ocurrir una pandemia, pero la población general no ´eramos conscientes de ello. No se produjo un efecto de negación, eso fue algo más tarde, sobre todo a raíz de las vacunas. Había un efecto de aceptación de la catástrofe", cuenta Barnés.
"La lectura que se hizo es que era algo inevitable. Como la sensación de que estábamos viviendo un estilo de vida insostenible. A nivel medioambiental, psicológico, económico... Aceptamos los paseos a metro y medio de distancia por la sensación de que el apocalipsis estaba a la vuelta de la esquina". En esos meses de confinamiento duro hubo algo que la anterior alerta, la de la emergencia climática, no pudo ofrecer: consecuencias visibles.
"Con la alerta climática todos somos conscientes de que hay que cambiar algo, pero no sabemos bien qué ni por qué. Hay un amplio abanico de actitudes para no hacerlo: desde pedir que otros dejen sus jets privados primero, hasta no poder medir la magnitud de nuestros actos. En pandemia, en cambio, los efectos eran muy visibles: quedándonos todos en casa, bajaban las muertes diarias por COVID. O haciéndole la compra a un vecino anciano, evitábamos que se arriesgara a contagiarse. Parte de la futurofobia es que algo que tiene que cambiar pero no sabes qué, ni por qué, ni cómo hacerlo, ni cómo se justifica".
Nostalgia, no futuro
Cuando le preguntamos por el rol de la tecnología en la futurofobia, habla de ciclos rápidos. Demasiado rápidos. "Hay una paradoja: pensamos en los momentos sin tecnología como momentos en los que éramos más felices, pero somos incapaces de dejar de usarla. Es contradictorio: la tecnología ya empieza a ser nostálgica. Una nueva entrega de Monkey Island, el pixel art, las consolas mini... La tecnología debería ser una propiciadora de futuro, pero se termina convirtiendo en un vector de la nostalgia que ya tiene su propia industria detrás. Quema los ciclos tan rápido que se facilita la nostalgia. Recordamos mucho la época de Tuenti, pero en realidad fue muy breve".
De la nostalgia dice Héctor en las páginas de Futurofobia que "se ha instalado con tanta fuerza porque promete que volveremos a experimentar las mismas sensaciones que en nuestra infancia o adolescencia, cuando cada día de verano en el pueblo nos cambiaba la vida, cuando escuchábamos las canciones que seguirian emocionandonos decadas mas tarde o cuando vimos por primera vez nuestra pelicula preferida. Esa época es la base de la industria cultural de hoy, que se centra en vendernos aquellos momentos de revelación. Tu primera bici, tu primera consola, la primera vez que viste Star Wars, tu primer novio". Un párrafo dedicado a las personas que se pasaron cuarenta años hablando de las mismas seis películas de Star Wars.
"En la adolescencia", dice el autor sobre la nostalgia, "es cuando descubres a los que serán tus amigos para toda la vida, a la canción que escucharás siempre, etc. Son recuerdos muy ligados al verano por ser un momento de relajación, de vacaciones de dos meses que de adultos jamás volveremos a tener, un paréntesis donde tenemos la mente abierta para recibir estímulos". Un estado que muy difícilmente volvemos a alcanzar llegada la edad adulta y que también contextualiza la nostalgia que ha generado su propia industria.
"Casi que prefiero el odio de Twitter al buenrrollismo impostado de TikTok"
No podía faltar en un artículo en Xataka sobre este asunto una pregunta sobre el papel de las redes sociales en la futurofobia. "Se han convertido en un intercambio de ansiedades, depresión, traumas y otros problemas, en ocasiones solidario, en ocasiones exhibicionista", dice el autor en sus páginas.
Al ser preguntado por ello, pone ejemplos prácticos: "Cada red genera su propia dinámica, Twitter es el lugar del odio y TikTok el del buenrrollismo, pero casi que prefiero lo de Twitter. Lo de TikTok me parece muy impostado, creo que son llamadas de atención. 'Hacedme caso, soy muy majo'. Pero ha ocurrido siempre: en Messenger si estabas triste ponías una frase ambigua para que la gente te preguntase qué te pasaba. Ahora estar mal genera engagement". Hacer de la vulnerabilidad capital social.
Las llamadas de atención camufladas de buen rollo social tienen su desdoble en el solucionismo psicológico que hemos visto en los últimos años. El movimiento pendular en el que la salud mental ha pasado de tabú (de esto no se habla, por esto no se pregunta) a omnipresencia (todo se arregla enviando a la persona a terapia argumentando que es muy sano y natural).
"Hay cierto peligro en conducirnos a una sociedad con todos en terapia"
"Tal vez no todo el mundo necesite ir a terapia ni sea la solución para todos los problemas que sufrimos. Quizás deberíamos aspirar a cambiar nuestro entorno y no solo nuestra reacción frente a él", comenta Héctor.
"Ese discurso puede provocar un solucionismo que obvie los condicionantes que hay ahí. Quizás esto viene de que tu jefe es un capullo, o tu pareja es un capullo, hay cierto peligro en conducirnos a una sociedad con todos en terapia, pero no tiene que ver con el acceso universal a la terapia". La salud mental, por cierto, ya es un gran negocio en forma de aplicaciones que prometen mejorarla.
Sin llegar al extremo de la salud, pero sí de algo que quizás nos vendría bien mentalmente, va otra petición de Héctor: "Quizás nos sobre periodismo, reality shows, debates televisados, datos... Es decir, nos sobre realidad, y nos falte aventura, imaginación, relatos. Hay cierto orgullo cuando alguien dice que solo lee ensayos. Una mujer tuiteó hace poco que eso es una red flag. Nos pasa a muchos, pensamos que es algo inteligente, pero la imaginación está quedando cancelada. La fantasía es lo que te ofrece las posibilidades de pensar las diferencias que existen con tu vida, de abrir horizontes y salir de tus marcos mentales habituales. La narrativa de ficción te abre perspectivas, y eso nos falta en el mundo futurofóbico".
Las 259 páginas de Futurofobia son un relato sobre la sociedad actual y sobre una generación que, por su contexto y por sus defectos, ha hecho suya una forma de vivir basada en el miedo al mañana. Un estilo de vida contado con profundidad pero sencillez que cualquiera puede entender.
Futurofobia: Una generación atrapada entre la nostalgia y el apocalipsis
El libro de una generación que ha dejado de creer en el futuro. Futurofobia es, literalmente, «miedo al futuro». Futurofobia es esa sensación que nos hace imaginar que todo lo que está por venir va a ser peor que lo que ya tenemos.
Imagen destacada: Salomé Sagüillo.
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