Tras cinco temporadas, 'Black Mirror' necesita unas vacaciones y buscar nuevos terrores e inquietudes

Tras cinco temporadas, 'Black Mirror' necesita unas vacaciones y buscar nuevos terrores e inquietudes

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Tras cinco temporadas, 'Black Mirror' necesita unas vacaciones y buscar nuevos terrores e inquietudes

A mediados de los ochenta, la humanidad vislumbró el fin de los tiempos. Con apenas dos meses de diferencia, James Cameron y Michael Crichton estrenaban 'Terminator' y 'Runaway: Brigada especial', dos pesimistas relatos sobre el futuro que nos tocaría vivir en compañía de mentes artificiales ideados para hacernos la vida más fácil pero que, en un momento de flaqueza, lo único que hicieron sencillo fue exterminarnos a todos.

Entre los dedos de las manos

Por desgracia, lo único que la industria del entretenimiento sacó en claro de esos dos títulos, más allá de los peligros letales de las inteligencias artificiales es que no hay nada con más filón que un cíborg. Sería Richard Stanley con su película de culto 'Hardware: programado para matar' quien mejor entendería el verdadero peligro. Tal vez aquella coproducción entre Reino Unido y Estados Unidos fuera un punto de inflexión en el Charlie Brooker de 1990.

Primero en Channel Four, donde debutó en la ya lejana navidad de 2011 con un formato de tres episodios autoconclusivos e independientes, y luego en su salto al streaming mainstream de Netflix, la paranoia de Charlie Brooker nos hizo reflexionar con su sombrío y descorazonador mensaje neoludita. Unas veces más afortunado o más certero, el inicio de 'Black Mirror' fue un gran aviso sobre el peligro de la tecnología.

Pero como decía Penélope Cruz en 'Todo es mentira', no todo puede ser perfecto, y al igual que la tecnología se nos iba de las manos en la ficción distópica que proponía este "pirado" británico, la calidad de las propuestas se vio mermada en favor de la productividad.

Brooker, artífice de casi la totalidad de píldoras, pasó de tener todo el tiempo del mundo a tener unos plazos mucho más cortos para crear sus locuras y, además, multiplicar la producción. Y eso no hay cerebro de artista que pueda salvarlo.

A pesar de que su paso a Netflix nos ha dejado títulos notables, como 'MetalHead' o 'Black Museum' (o el 'San Junipero' ese que tanto os gusta), lo cierto es que la serie y su espíritu ácido han ido disminuyendo hasta hacernos caminar en círculos en el mismo laberinto una y otra vez. Con tanto microchip en la sien uno ya no es capaz de diferenciar 'The Entire History of You' de 'Arkangel'.

Del bisturí a la brocha gorda

Durante sus dos primeras temporadas, no lo olvidemos, también hubo altibajos. Si 'The National Anthem' fue una excelente llamada de atención para desviar nuestra mirada a ese interesante experimento, 'Fifteen Million Merits' o 'The Waldo Moment' eran propuestas mucho menos interesantes. Lógicamente, capitulazos como 'White Bear' o 'The Entire History of You' sí supieron inquietar y hacernos pensar sobre nuestro día a día.

El salto al mainstream y doblar la producción tuvieron sus consecuencias, y no tardamos demasiado en empezar a pagarlas. El certero debut en Netflix con 'Nosedive' fue diluyendo la magia que prometía a través de episodios algo más vulgares que derivaron en dos de los capítulos más aburridos de su legado: 'Men Against Fire' y 'Hated in the Nation', dos propuestas mediocres con fantasías más dignas de un telefilm de SYFY que del prestigioso origen de 'Black Mirror'.

Como si alguien se hubiera dado cuenta del bajón, la cuarta temporada mejoró y supo repartir méritos de manera más regular y consistente, a pesar de que la amenaza tecnológica ya caía en lo fácil. 'USS Callister' es un episodio francamente memorable, pero parece salido de otra serie más sencilla.

Por su parte, 'Arkangel' y 'Crocodile' sufrían de ese mal conocido como "soy incapaz de diferenciar uno del otro" que tanto acusa la serie cuando se encuentra en horas bajas, algo que supo solucionar en una excelente tripleta final con 'Hang the DJ', secuela espiritual de la historia de tu vida; 'Cabeza de metal', el episodio que, por qué no, demostraría que Brooker sí entendió la película de Richard Stanley y el cierre más autoreferencial imaginable con 'Black Museum', otro de los grandes episodios de la serie.

Parece mentira que aquella puya sutil (aunque farragosa) que fue la primera temporada de la serie haya derivado en explícitas puestas en escena que bordean el ridículo más allá de ser una mejor o peor idea. Algo que se lleva la palma en el primer episodio de la quinta temporada, 'Striking Vipers', un muy poco sutil ejercicio en las antípodas de 'Moonlight', por poner un ejemplo. Digamos que aplicar la narrativa del juego de combate no era la mejor opción.

Más chips en las sienes y un mensaje un tanto difuso para venir de parte de alguien que conoce los videojuegos y que se dio a conocer escribiendo sobre ellos en prensa escrita y televisión. Pero lo peor de todo no es la flojísima premisa, con un punto de partida naíf y desfasado, lo peor del episodio tampoco es lo blanda que resulta la amenaza artificial: lo peor de todo es que resulta horriblemente previsible.

Lo mismo sucede con el segundo episodio, 'Smithereens', que al menos se beneficia de un sentido del humor negro como el que la hizo grande, además de un par de excelentes interpretaciones a cargo del inmenso Andrew Scott y un muy juguetón Topher Grace.

De nuevo equivocándose en la "amenaza", puesto que es algo más que obvio desde hace mucho tiempo, la experiencia tontea con la tragedia que supone que un episodio de 'Black Mirror' parezca un spot bien trabajado de la Dirección General de Tráfico. Para todo lo demás, casi preferimos ver aquella estupenda locura de Stuart Gordon, 'Stuck'.

Sin mucho más que aportar en cuanto a innovaciones tecnológicas que se vuelvan en nuestra contra, Brooker y compañía se sacan de la manga un vehículo al servicio de Miley Cyrus, lo cual no es necesariamente bueno ni malo. Es más, ella está bien y las canciones funcionan, pero el resultado parece un 'Quién te cantará' ideado por Roland Emmerich.

Además, en realidad, tampoco es que el mundo de la inteligencia artificial resulte especialmente aterrador una vez vistas las resurrecciones de viejas leyendas del cine en formato CGI. 'Rachel, Jack y Ashley Too' termina por ser un telefilm para todos los públicos donde lo de menos es la amenaza tecnológica.

Ese es el gran pecado de una serie que necesita refrescarse. Charlie Brooker necesita tomarse un respiro, meditar sobre el mundo que nos rodea, y encontrar nuevos peligros, porque para amenazas ligeras ya teníamos a Tom Selleck eliminando robots de cocina a sillazos en la película de Michael Crichton. De momento no nos importaría seguir experimentando con episodios interactivos como 'Bandersnatch' que nos hagan perder una tarde estrellando ceniceros en la cabeza de los peores padres imaginables.

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