Aldeas Abandonadas es una inmobiliaria peculiar. Operar online, sin una sede física, es lo más normal de su actividad. El resto arquea las cejas de quien se entera: se encarga de vender aldeas abandonadas. Como con quien adopta un perro y le pone de nombre Rex, el naming de esta inmobiliaria es esperable hasta el extremo. Pueblos abandonados, mansiones descuidadas por completo en entornos rurales, conjuntos de fincas con antiquísimas edificaciones, vetustas bodegas de otra época, palacios venidos a menos... Todo eso es lo que podemos encontrar en su catálogo.
"La mayoría de propietarios son particulares", nos cuenta Elvira Fafián, su gerente. "O bien las han conseguido en una herencia, o se han comprado herencias de otras familias, o son promotores que pudieron comprarlas en su día pensando en convertirlas en instalaciones para el turismo rural, pero no surgió ese negocio y ahora las están vendiendo. La mayoría son de un único propietario".
Pueblo abandonado desde la Guerra Civil al 20% de descuento
En la web de esta inmobiliaria encontramos aldeas abandonadas, sobre todo, en Galicia, Asturias y Castilla y León. También en otras regiones, como Andalucía, Catalunya o Aragón. Las propiedades más económicas a la venta parten de los 20.000 euros. Las más caras alcanzan los cinco millones. Entre medias, varias horquillas. La que más abunda, la que se mueve entre los 150.000 y los 400.000 euros.
Todas esperan a una venta que les pueda devolver a la vida, la que la despoblación imparable de la España rural les ha quitado.
Tras Aldeas Abandonadas no hay un gran grupo empresarial, ni una submarca de otra corporación mucho mayor. De hecho, ni siquiera hay una empresa en el sentido más estricto de la palabra: cuando les solicitamos la denominación social de la empresa para conocer sus números a través del Registro Mercantil nos revelan que no son una SL como tal, sino que son agentes de la propiedad inmobiliaria trabajando en régimen de autónomos bajo una marca comercial.
Tampoco nos quieren revelar sus cifras, ni siquiera el número de trabajadores: "Somos pocos, pero muy buenos", cuenta Elvira. "Ten en cuenta que para vender una aldea has de ser muy buen profesional y tener mucha idea y experiencia detrás. Los que estamos aquí tenemos una trayectoria importante en los últimos doce o catorce años. Venimos del peritaje, de temas financieros, fiscales, de ayuntamientos, de aseguradoras... Así podemos dar el servicio total a los clientes que vienen".
Ese servicio total no es asunto baladí: el proceso de comprar una aldea abandonada puede ser tedioso, pero el de venderla lo es mucho más. "Cuando alguien se interesa por una propiedad les pedimos el proyecto que va a crear allí, qué servicio va a dar, qué planes tiene. Porque si no va a hacer nada, quizás luego el ayuntamiento no vaya a dar nada".
También hay que decir que las aldeas no están necesariamente en ruinas por estar abandonadas. Alguna está en muy buen estado e incluso se incluye vajilla, ropa de cama y electrodomésticos, como esta de A Coruña a la venta por 550.000 euros (rebajada a 450.000 euros por el Black Friday, una promoción que sigue vigente en la web casi en febrero).
Estudios técnicos, legales y comerciales mediante
Antes de que se ejecute la venta, estos agentes acuden al ayuntamiento del que depende dicha aldea y le presenta al comprador o a la empresa interesada. Es ahí cuando se habla de condiciones: accesos viales, servicios básicos como el alumbrado, el alcantarillado, etc. Después comienza una serie de trámites burocráticos: altas de servicios, cambios de nombre, notaría, trámite de subvenciones, registros...
Los ayuntamientos, en la experiencia de Elvira, suelen mostrarse receptivos con quienes acuden con intereses comerciales a una de estas aldeas o fincas rurales. "Normalmente es gente que quiere montar algo enfocado en el turismo rural. Pero con que venga a crear riqueza en la zona, ya está generando: dará trabajo a los albañiles, fontaneros, pintores, etc de la zona. Incluso comprará en los supermercados cercanos".
Una frase que choca de Elvira: "El tema económico no es lo más importante para nosotros". Arqueamos las cejas. "Bueno, es importante, claro, pero hay aldeas que han costado 20.000 euros. ¿Qué vas a cobrar al propietario? Nosotros lo abarcamos todo: banco, reformas, ayuntamientos, diputaciones... Porque lo entendemos todo, no delegamos ni al comercial que visita la propiedad con el interesado. Hay que hacer mucho trabajo aquí".
El perfil del comprador promedio es el del inversor que la destinará a fines de turismo rural, también hay quien busca una segunda residencia tranquila y gigantesca
Esta afirmación encaja con lo que experimentamos en otra llamada, con otro trabajador como interlocutor, haciéndonos pasar por un inversor interesado en uno de estos inmuebles: se nos explica que únicamente tendremos que preocuparnos de conseguir una hipoteca en el caso de que no tengamos el dinero previamente, y de los papeleos previos por nuestra parte. Del resto de trámites se encarga la inmobiliaria.
Encaja también con lo que cuenta Gloria Arribas, economista madrileña que compró la aldea de Granda, cerca de Ribadeo, en Lugo, hace cuatro años. Un conjunto de cinco casas de tres propietarios distintos y en la que reside actualmente.
Ganado, hórreos y teletrabajo
"Todo fue bastante fácil, por mi parte al final no fue más complejo que comprar una casa, solo que la compra se hizo a varios propietarios", cuenta Gloria a Xataka. "La compré en Aldeas Abandonadas porque la gracia era comprar una aldea completa, era lo que me apetecía. No he tenido que hacer trámites más allá de los habituales de una compra de una propiedad, entre otros motivos, porque no hay mucho más que hacer: tampoco hay ayudas o subvenciones apenas".
Gloria, compradora de una aldea abandonada, confirma que no hay trámites más allá de los habituales en la compra de una casa
Aunque la aldea se compone de cinco construcciones, Gloria solo utiliza una, la de su vivienda. Se ha interesado por ayudas de algún tipo por parte de las administraciones para la rehabilitación del resto, sin éxito. "No hablo ya ni siquiera de subvenciones, sino de facilidades, como préstamos sin intereses, para que yo pueda arreglar esto, al final es recuperar patrimonio".
En épocas de bonanza, la Xunta o la Diputación sí subvencionaban las rehabilitaciones de los icónicos hórreos, las construcciones elevadas destinadas al almacenaje de alimentos que hasta hace unos años gozaban de medidas de protección que han sido muy reducidas en los últimos tiempos. "Nadie hace nada para evitar que se caigan", dice Gloria. "Son importantes para la cultura gallega, no voy a dejar que se estropeen, pero no hay ayudas".
Gloria trabaja en remoto desde su aldea mediante su portátil y su conexión a Internet durante media jornada. El resto del día lo dedica a ir reparando y manteniendo la propiedad. "Salvo el tema de las ayudas, el resto está genial; los vecinos son muy agradables y amables. El otro día me quedé atascada en una zanja con el coche y enseguida vino uno con su tractor a ayudarme. Yo ya estaba pensando en cómo explicarle a la grúa cómo llegar hasta donde estaba yo".
Sobre si le ha compensado la compra y el cambio de ubicación y de hábitos, responde con un "sí" rotundo. "Eso sí, a la persona que compre algo así le tiene que gustar este modo de vida. Aquí no hay tiendas ni hay nada, te tienes que organizar de otra forma, solemos ser autosuficientes. Tenemos animales, vacas de carne o de leche, huertos, yo tengo también algo de ganado. Ahora podría trocear la aldea y vender cada trozo de forma independiente, pero no me lo planteo".
Pese a la historia de Gloria, el perfil más habitual de comprador es el de persona de mediana edad que planea dar un uso comercial a estas operaciones, sobre todo en forma de casa rural o de instalación turística algo más compleja, como la de deportes multiaventura, campos de golf, etc.
También hay quien simplemente busca una residencia retirada y tranquila -y exuberante- para toda su familia. Los compradores españoles son los que aglutinan la mayoría de operaciones de hasta 400.000 euros. Para inversiones mayores, hay mayor número de extranjeros.
La legalidad del abandono
"Si tienes un caserío y no vas durante treinta años, ni lo alquilas, ni te preocupas por él de ninguna forma, la ley te exige que como propietario del inmueble debes mantenerlo y conservarlo, no que lo ocupes, pero sí que le des un mantenimiento", nos cuenta Pablo Cereijo, abogado experto en urbanismo y edificación de Ponce y León Abogados. "Pero aunque lo abandones, no significa que vaya a dejar de ser tuyo. Otra cosa es que no pagues el IBI durante más de tres años, ahí ya la administración embarga tu casa y la puede sacar a subasta".
En ocasiones no es un ayuntamiento quien se queda con una propiedad en el caso de que no pueda asumir los cargos de esas propiedades. En esos casos, se las queda la diputación de turno. El problema viene cuando esas construcciones ni siquiera están inscritas en el Registro de la Propiedad. Ahí empieza un largo y complejo camino de estudios jurídicos de la propiedad para ver qué vías legales se tienen para lograr adueñarse de ese inmueble.
"Al final, las aldeas abandonadas y similares son una propiedad como otra cualquiera, solo que en lugar de una casa son veinte o treinta juntas". En algunas ocasiones los motivos del abandono son más de fuerza mayor, como un pueblo de Burgos sin vida alguna desde la Guerra Civil que se vende por medio millón de euros. En otros, inactividad laboral, como otro pueblo onubense abandonado desde que se terminó la minería allí.
No todo es venta como en el caso de Gloria: hay quien posee una de estas aldeas y únicamente quiere que alguien les dé un mantenimiento para evitar que acaben derruidas por el paso del tiempo y la indiferencia. Son el tipo de ofertas que, según Elvira, solo piden a alguien que ejerza una actividad durante un tiempo determinado, como cinco décadas, a cambio de poder vivir y trabajar allí sin tener que pagar por el inmueble. También hay quien pide 3.000 euros, "lo mínimo", porque quiere deshacerse de ella sin llegar al extremo de regalarla.
"No todo se compra al final", dice Elvira. "Pero en los últimos años hemos crecido mucho, creo que ha habido mucha repercusión con el despoblamiento rural, ahora mucha gente entiendo nuestro trabajo. Hay mucha demanda". Como dijo el torero El Gallo cuando conoció a Ortega y Gasset y descubrió que era filósofo, "hay gente pa' tó'".
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